Vitoria. El Deportivo Alavés bien podría ponerse a parodiar a coro la célebre canción La vida sigue igual de Julio Iglesias. Unos vienen, como Granero, y otros se van, como De la Fuente. Unos ríen, los rivales; otros lloran, los alavesistas. Las obras quedan y las gentes se van. El mismo Glorioso y los mismos males a pesar de contar con distintas figuras en el banquillo. Desgraciadamente, la vida sigue igual por Mendizorroza. Y lo hace por culpa de un equipo que ha convertido en solitario oasis lo que parecía su verde renacer. Los mismos males de siempre, los mismos de antes, volvieron a hacer tropezar a un cuadro albiazul que se muestra totalmente incapaz de erguir la cabeza y de dar un paso al frente cuando actúa al amparo de su afición. Como si su propia historia, su leyenda como equipo, se le viniese encima, el conjunto vitoriano no acierta a dar ese paso adelante que se le exige para convertirse, por fin, en el aspirante a todo que debería ser ya.
El buen arranque albiazul se cimentó en el tempranero gol de Geni. El capitán se adelantó a toda la defensa para peinar un saque de esquina en el minuto 4 y poner por delante al cuadro vitoriano, que comenzaba pisando el acelerador. Se volvió a ver sobre el césped de Mendizorroza al equipo intenso y presionante que arrolló la semana pasada en Palencia. Por desgracia, el gas se acabó pronto, demasiado pronto, y el Alavés volvió a convertirse en una caricatura de sí mismo. Ni más ni menos, lo que había sido hasta la fecha con la honrosa excepción de La Balastera.
Se volvió a ver al Glorioso ramplón y dubitativo de toda la temporada, el del balón regalado al rival y de las inexplicables concesiones defensivas. El Sestao no tuvo más que seguir leyendo el mismo guión que anteriores visitantes de Mendizorroza tan bien habían interpretado para ir ganándole metros al campo, presentándose con cada vez mayor asiduidad en los dominios de un Rangel al que le volvía a fallar el acompañamiento.
Con un juego muy directo, obviando la creación y el centrocampismo, cada llegada del cuadro vizcaíno hacía presagiar peligro. Para colmo de males, el empate llegó en la acción subsiguiente a un cabezazo de Azkorra que bien podría haber supuesto el 2-0. Por desgracia, de la posible alegría se pasó al lamento. Solo hizo falta que pasaran los segundos que tardó Magunazelaia en poner el saque de puerta largo en los pies de Oskar Martín, previo fallo de Moya, para que el punta pusiese la igualada.
El empate vino a corroborar las tendencias inversas que ambos equipos estaban viviendo en el transcurso de la primera parte, ya que mientras que el Sestao seguía creciendo, el juego del Alavés continuaba mermando. Muchos recuerdos de un pasado cercano que José Carlos Granero todavía no ha sido capaz de borrar del disco duro de un equipo que, como el técnico valenciano ya ha repetido varias veces, tiene muchísimo trabajo por delante para llegar a ser un aspirante al ascenso.
Así se fue una primera parte en la que el conjunto vitoriano acabó pidiendo la hora, embotellado en el área propia y deshaciéndose en plegarias de agradecimiento a un Rangel que se volvió a demostrar decisivo con intervenciones de lujo que permitían dejar vivo el duelo.
No sirvió el paso por los vestuarios como acicate para reaccionar, ya que la segunda parte se convirtió desde demasiado pronto en una desastrosa continuación del primer episodio, que ya de por sí había sido digno de bochorno. Un equipo completamente necesitado de los tres puntos tenía por todo juego ofensivo los desplazamientos en largo, un poco de acción por las bandas y la siempre incordiosa pelea de Geni. Nada más. Muy poco para hacer sangre a un Sestao serio y organizado, que generaba peligro en cada salida y que dejó la sensación de conformarse con un empate que sabía a hiel en Mendizorroza, donde, como cantaba Julio Iglesias, la vida sigue igual.