Vitoria. Si a Manix Mandiola le dan a elegir un buen partido de pelota, sobre todo si está presente Juan Martínez de Irujo, o uno de fútbol, la verdad es que no tiene demasiadas dudas. El frontón está por delante de la hierba para el técnico eibarrés que mañana vuelve a visitar Mendizorroza al frente de un equipo con el que siempre ha puesto en serios apuros al Deportivo Alavés. En la era del análisis sesudo, Mandiola no se desvive por el fútbol y prefiere disfrutar de los placeres de la vida, y para él uno de los principales es la pelota, antes que desvivirse por su profesión, en la que se ha erigido en un especialista de sacar un enorme rendimiento a equipos que no estaba sobrados de recursos gracias a un fútbol muy efectivo que muchos critican como patadón sin, ni de lejos, llegar a serlo. Dicharachero y sin pelos en la lengua, con la expresión de sus pensamientos rompe con la ética de lo políticamente correcto sin que llegue a importarle el qué dirán. Amable y directo. Campechano y alegre. Y todo ello aderezado con buenos resultados año tras año, logrando sacar un enorme partido a plantillas bastante humildes, un logro que pretende repetir esta temporada con el Eibar y superar así los malos tragos que supusieron las dos últimas eliminaciones en el play off de ascenso a Segunda División.
Para Mandiola, eibarrés de 53 años y también empresario hostelero en la ciudad armera, la pelota llegó antes que el fútbol. Su afición por los frontones data de cuando era un chaval y ya despuntaba golpeando el cuero contra la pared incluso antes de comenzar a darle patadas a un balón.
Ya contaba con dieciséis años cuando descubrió el mundo del fútbol y con su habilidad se labró una aseada carrera como delantero que arrancó en el Eibar para continuar posteriormente en Sanse, Burgos, Real Unión y en el histórico Sestao Sport dirigido por Javier Irureta en Segunda División y en el que tuvo como compañeros a futbolistas convertidos hoy en técnicos de enorme prestigio como José Luis Mendilibar o Ernesto Valverde y también con el actual segundo entrenador albiazul Iñaki Ocenda.
Con el mencionado Mendilibar, con el que comparte pasión por la pelota, le une aún hoy una gran amistad y son de los pocos que pueden presumir de la hazaña de haber superado a todo unos campeones del Torneo Parejas como Juan Martínez de Irujo y Pedro Martínez de Eulate. Los futboleros, con alguna ventaja, salieron vencedores de este particular duelo.
De casta le viene al galgo y en el caso del técnico del Eibar su afición por la pelota tiene raíces familiares. Tanto es así que muchas de sus vacaciones han transcurrido en Estados Unidos, donde en ciudades como Miami la pelota es un deporte tan destacado como en Euskadi. Su presencia en el Torneo Interpueblos de Gipuzkoa fue una constante durante sus años mozos, pero cuando llegó a juveniles, ya con el fútbol en la sangre, decidió decantarse por golpear el esférico con los pies y dejar los frontones para el tiempo de ocio. Porque Mandiola no ha dejado de lado los frontones. Por ejemplo, suele acudir cada viernes con sus amigos al de Ermua para dar allí unos cuantos pelotazos.
Precisamente en unos de esos partidillos surgió la mala experiencia que el preparador armero vivió durante su corta etapa al frente del banquillo del Alavés. Los resultados de su etapa lo dicen todo, pero, más allá de ellos, lo cierto es que Mandiola no lo pasó nada bien en aquella efímera etapa. Una dolencia en la espalda le traía por la calle de la amargura e, incluso, no pudo librarse de visitar el hospital y ponerse en manos de un fisioterapeuta para calmar unos dolores que vinieron a añadirse a una catastrófica andadura en Vitoria.
De esa corta etapa en el Alavés, Mandiola guarda la sensación de lo que pudo ser y no fue. La oportunidad perdida. El tren que pasa. No tenía una papeleta fácil y la coyuntura se lo acabó merendando. Quiso imprimir un carácter diferente al equipo, una identidad diferenciada, pero los resultados son jueces y el tiempo se le acabó demasiado pronto dejando la sensación de que el cuadro albiazul se equivocó con su apuesta, aunque nunca se sabe qué podría haber pasado de haber mantenido la confianza en el preparador eibarrés hasta el final del curso.
Porque, y a los números hay que remitirse, la capacidad de Mandiola para sacar el máximo provecho posible de unos recursos bastante limitados es proverbial. Se estrenó en los banquillos en las categorías inferiores del Eibar y consiguió llevar a su filial desde categoría regional hasta la Segunda B. Llegarían después sus experiencias en Beasain y Real Unión antes de que las puertas del primer equipo armero se le abriesen con el difícil objetivo de conseguir retornar a Segunda tras el descenso. Lo consiguió y, por si fuera poco, logró mantener su Eibar en la categoría de plata antes de marcharse por la puerta grande y dejarla abierta para regresar cuando apenas quedaba dos jornadas para la conclusión de la campaña 2009-10, en la que, como en la pasada, no pudo conseguir el ascenso al que ahora vuelve a optar al frente del cuadro armero, en el que incluso cuenta con una peña: Mandiola Laguntaldea.