Vitoria. La temporada protagonizada por el Deportivo Alavés resulta bastante complicada de explicar por la irregularidad que ha vivido un equipo que ha convertido el curso en una auténtica montaña rusa de sensaciones. Se ha pasado, en un escaso margen de semanas, del éxtasis al cadalso para acabar firmando una sensacional reacción final que concluyó con el varapalo sufrido hace apenas dos días en Lugo. El regusto que deja el equipo es malo desde el punto de vista de las sensaciones porque el nivel mostrado en el play off deja claro que esta plantilla tenía capacidad más que sobrada para estar la próxima temporada en Segunda División. Toca ahora aprender de los errores cometidos para consolidar un nuevo proyecto que sea, al menos, tan competitivo como el actual pero que no vuelva a tropezar en las mismas piedras, algunas de ellas completamente ajenas a lo futbolístico, que este equipo se ha encontrado a lo largo del último año.

El proyecto se caracterizó desde el inicio por su seriedad, con la apuesta por un técnico consagrado en la categoría como Miguel Ángel Álvarez Tomé. El preparador leonés transmitió su carácter a una plantilla completamente renovada en la que dos veteranos como Geni y Alaña se convirtieron en referentes dentro del vestuario y marcaron el camino a seguir para las trece nuevas incorporaciones.

Desde el punto de vista de planificación, el verano resultó muy productivo y la mayoría de fichajes han dado el rendimiento que de ellos se esperaba, lo que unido a la mejoría de los supervivientes de la anterior campaña propició que el Alavés se mostrase como un equipo poderoso desde el arranque del curso.

Con fallos puntuales, sobre todo propiciados por unos errores defensivos imperdonables siempre castigados por los rivales, el Alavés firmó una brillante primera vuelta que le permitió irse hasta los 38 puntos, los mismos que firmó el Eibar, oponente con el que compartió el liderato invernal.

El arranque de la segunda vuelta también fue prometedor y en ese momento el cuadro albiazul se postuló como claro aspirante al primer puesto, con todos los beneficios añadidos al mismo. Llegó a contar hasta con cinco puntos de ventaja con respecto al cuadro armero tras la vigésima cuarta jornada, la de la victoria contra el Logroñés en Las Gaunas, pero a partir de ahí los resultados se encargaron de evidenciar el bajón de juego que el equipo ya llevaba semanas arrastrando y que había conseguido maquillar con su puntería.

Precisamente, el acierto de cara a la portería rival ha sido el aspecto más destacado de este equipo a lo largo de todo el curso, aunque en el play off dicha efectividad quedó relegada al baúl de los recuerdos y precisamente su escasa puntería en las innumerables ocasiones de que dispuso contra el Lugo le condujo a la eliminación.

crisis galopante Entre febrero y marzo el Alavés se sumió en una espiral de resultados negativos que le hicieron tambalearse. Con el club en plena convulsión institucional y asediado por las denuncias, la falta de recursos económicos también comenzó a afectar a la plantilla, que vio que las nóminas no llegaban a la cuenta bancaria al final de cada mes. Al bajón futbolístico, penalizado por los problemas defensivos y la lógica merma de un rendimiento ofensivo que había sido brutal, se unió también el peor momento físico de la temporada, con muchas lesiones que lastraron el rendimiento de un equipo incapaz de salir del bucle en el que se había metido y que en algún momento hizo pensar que incluso la presencia en el play off de ascenso estaba en serio riesgo.

Con una sola victoria en sus últimos siete compromisos ligueros, el Alavés logró asegurar su presencia en las eliminatorias por la Segunda División, pero con su bajón en la segunda vuelta, en la que solo sumó 28 puntos, ya había hipotecado de antemano gran parte de sus opciones de ascender.

El hecho de acceder a la fase de ascenso como tercer clasificado provocaba que el camino a seguir fuese extremadamente espinoso, pero, justo en el momento más importante de la temporada, el cuadro albiazul supo sacar a relucir la que ha sido su principal virtud a lo largo del curso, su espíritu competitivo. Cuando las dudas más acechaban, el equipo ha demostrado que contaba con cualidades futbolísticas más que sobradas como para aspirar con garantías al ascenso.

Esa confirmación llegó con la eliminatoria contra el Melilla, en la que el cuadro alavesista sacó lo mejor de sí mismo. Con dos planteamientos tácticos soberbios y un nivel defensivo sublime, el conjunto vitoriano apeó sin demasiado sufrimiento a un oponente que venía de firmar un tramo final de curso esplendoroso. Se reafirmaba el Alavés y, lo que es más importante, se reafirmaba un alavesismo en estado catatónico perenne por culpa de esa eterna ampliación de capital que sigue alargándose mientras el club se desangra.

Así llegó El Glorioso a la eliminatoria que finalmente ha supuesto su tumba deportiva y, lo que es peor, que ha servido para refrendar que este equipo tenía mimbres de sobra como para poder ascender de no haber caído en una crisis de resultados que le impidió asegurar el liderato de su grupo y, con ello, acceder a unas eliminatorias más accesibles. No ha sido inferior el Alavés al Lugo, pero en el fútbol no existe justicia y la temporada se cierra con la sensación de lo que pudo haber sido y no fue.