alberto Olalde se enteró de que su vida iba a experimentar un giro radical mientras se encontraba sentado en uno de los banquillos del campo del Gaziantepspor. En el transcurso del encuentro que supondría el primer éxito del Deportivo Alavés en aquella mítica travesía europea, el que entonces ejercía como jefe de prensa de la entidad recibió una llamada que a la postre le supondría abandonar su cargo. "Alberto, ¿podemos quedar para tomar un café?", le inquirió el interlocutor. "Pues ahora me viene un poco mal", le respondió Olalde. "Estoy en Turquía", añadió entre los gritos de Mané y sus ayudantes, tratando de corregir las posiciones de sus hombres para sentenciar un duelo que representó el primer escalón en la marcha del Glorioso hacia la final de Dortmund.
El hombre que se encontraba al otro lado del teléfono le hizo una oferta laboral de esas que no se pueden rechazar. Y Olalde, que había sido anteriormente también presidente de la Asociación de la Prensa Deportiva de Álava, abandonó el mundo de la comunicación para meterse en el de la heladería, dos universos aparentemente contrapuestos pero que a la larga se encontraron aquella mágica jornada del 16 de mayo de 2001.
Olalde protagonizó una de las decenas de anécdotas que aún hoy añaden emotividad a aquel histórico día. Se convirtió en el tipo que se cruzó media Europa con más de 7.000 helados en una furgoneta. "No sé ni cómo sucedió", rememora ahora Olalde, cuyo destino tras el departamento de comunicación del Alavés fue la factoría de helados Miko en Araia. Pero en realidad sí lo sabe. A pesar de haber dejado su puesto en el organigrama del club, su corazón albiazul le empujó a ayudar dentro de sus posibilidades para conseguir que la celebración de aquel partido fuera una fiesta.
"Recibí una llamada de Miguel Ángel Pascual -entonces director general del Alavés- unos días antes de la final. 'Oye, Alberto, estamos preparando una movida guapa en Dortmund y queremos hacerlo con casas de aquí, alavesas. Y Helados Miko, ¿qué puede hacer o qué puede llevar?'. Sólo recuerdo que le dije que había que hacer algo, que algo se me ocurriría, y lo único que le pedí era que me diera a cambio una entrada para poder estar en la final", explica diez años después Olalde. Ese "algo" que había que hacer no pudo ser otra cosa que aportar siete millares de helados a la gran carpa que a Pascual se le ocurrió montar en una céntrica plaza de Dortmund para que se convirtiera en el epicentro de reunión para el alavesismo.
Con el beneplácito de su empresa, Olalde sólo tuvo que engañar a un compañero, alquilar una furgoneta, llenarla de arcones congeladores y enfilar la N-1 en dirección a Irun. Les esperaba un largo camino hasta Dortmund. "Fue una paliza. Nos pegamos quince horas conduciendo sin parar y llegamos a la carpa de noche", explica el heladero del alavesismo. Lo mejor de la travesía fue el recibimiento. Allí le esperaban todos los que habían sido sus compañeros durante su etapa en el Alavés. Aunque luego, para descansar, se encontraron con un problema. "Apenas dormimos. Nos dejaron una habitación que sólo tenía una cama y nos tuvimos que echar a los chinos quién la usaba", relata. Pero no desvela quién ganó.
Los helados, por descontado, tuvieron más que éxito durante las horas previas a la final. "Allí comía todo el mundo: los del Alavés, los del Liverpool, los alemanes... Nos quedamos sin existencias. Probaba todo quisqui". Tras el partido, con la tristeza propia de quien sabe que la gloria se ha esfumado entre los dedos de la mano, Olalde y su amigo pudieron descansar un poco más, pero no demasiado. Lo peor estaba por llegar. "Nos quedaban diecisiete horas y media de vuelta", señala. "Fueron un infierno". Aun así, una sonrisa tiñe de satisfacción aquella bendita locura. Sólo un relámpago de amargura empaña el recuerdo del viaje de los 7.000 helados: la imagen de los rostros, mezcla de cansancio y tristeza, de los aficionados que abarrotaban los autobuses a los que fueron adelantando con la furgoneta en su camino de vuelta a Vitoria.