Vitoria. Como sucede cada 365 días, los Reyes Magos aterrizaron en Vitoria por vez primera en el siglo XXI el 6 de enero de 2001. Sin embargo, un pequeño colectivo de jóvenes -y no tan jóvenes- sintió su llegada con unos meses de antelación. De esta manera, a mediados de septiembre, los integrantes del Deportivo Alavés vivieron unas cuantas jornadas con idéntica ilusión a la que inunda a todos los niños cuando se levantan de la cama para comprobar qué presentes les han dejado sus mágicas majestades. La diferencia, es que mientras que los regalos de los más pequeños suelen quedar olvidados en alguna esquina a los pocos días de ser estrenados, esta anticipada felicidad se prolongó durante mucho, mucho tiempo.
El origen de todo aquel extraño suceso hay que buscarlo, no obstante, unos meses atrás. Curiosamente, en un acontecimiento en absoluto feliz y que para nada invitaba a imaginar las posteriores consecuencias. Era la última jornada de la temporada 1999-00 y el Deportivo Alavés visitaba San Mamés para medirse a un Athletic que ya no se jugaba nada. El cuadro albiazul, sin embargo, estaba a punto de conseguir su mayor éxito deportivo hasta entonces. En función de lo que sucediese en el terreno de juego vizcaíno y en otros duelos de esa última jornada, El Glorioso podía lograr un billete para la Liga de campeones, la UEFA o quedarse con la miel en los labios a las puertas de Europa. Finalmente, un Athletic extrañamente hipermotivado logró la victoria (2-1) pese a que, en el partido de su retirada, Julio Salinas había abierto la esperanza con el 1-1 provisional.
Además de marcar definitivamente las relaciones entre rojiblancos y albiazules, el desenlace de la contienda supuso que el plantel que adiestraba Mané concluyera en sexta posición, accediendo por vez primera a una competición internacional. Ese pasaporte para la Copa de la UEFA, no obstante, fue recibido como un premio de consolación de sabor netamente amargo puesto que, de haber sumado la victoria, el equipo habría participado en la Champions 2000-01.
Amargor mitigado Con el tiempo, en cambio, un dulzor cada vez más intenso fue penetrando en el paladar alavesista. Así, tras el desahogo del verano, el inicio del siguiente ejercicio sirvió para valorar en su justa medida lo conquistado por un club del calibre del Deportivo Alavés. La ilusión por conocer Europa comenzó a anidar en el corazón de todos los integrantes de la institución -jugadores, cuerpo técnico, directiva, auxiliares...- y sus aficionados y el sueño que culminaría en Dortmund empezó a tomar forma.
Sin apenas tiempo para activar los músculos en los compases iniciales de la Liga, El Glorioso arrancó el camino hacia su estreno en la UEFA. El siempre caprichoso bombo quiso que su debut, en el mes de septiembre, se tiñera de tintes exóticos al deparar una auténtica pasión turca emparejándolo con el Gaziantepspor otomano. Con la tranquilidad de quien no tiene nada que perder y sí mucho que ganar, el plantel vitoriano afrontó este cruce como quien se dispone a disfrutar al máximo de un regalo inesperado. Exprimiendo cada segundo que se le permita gozar de él.
De esta manera, el 14 de septiembre, Mendizorroza se vistió de gala para acoger el primer partido de competiciones europeas en la historia del Alavés. Herrera; Contra, Karmona, Téllez, Ibon Begoña; Desio, Pablo; Geli, Jordi, Astudillo; y Javi Moreno tuvieron el honor de componer el primer once titular dispuesto por Mané en esta competición. Aunque la ilusión por el estreno era mayúscula, el marcador no se movió a lo largo de los noventa minutos y el 0-0 final se convirtió en un pequeño jarro de agua fría.
El desconocido Gaziantepspor, mucho más en forma puesto que había arrancado su Liga semanas antes, recurrió al otro fútbol para resguardar sus intereses. Y lo consiguió. El Alavés se mostró incapaz de generar su juego durante gran parte del choque y únicamente con un disparo al larguero en los últimos minutos inquietó la portería visitante. Así pues, todo quedó pendiente para el encuentro de vuelta quince días después.
La contienda en la recóndita localidad de Gaziantep resultó todo lo contrario a lo presenciado en el Paseo de Cervantes. De la contención y las máximas precauciones se pasó al ataque mutuo como único objetivo y la lluvia de goles fue la lógica consecuencia. Mané apostó por un cambio de sistema colocando tres centrales (Karmona, Eggen, Téllez) protegidos por dos carrileros (Contra e Ibon Begoña); Astudillo, Desio y Tomic conformaban el centro del campo mientras que Magno e Iván Alonso actuaban en la punta del ataque.
La cosa no empezó bien, ya que a los trece minutos Hasan adelantó a los locales. Lejos de acusar el golpe o amedrentarse por el ambiente hostil, el Alavés se rehizo con rapidez e Iván Alonso puso el 1-1 en el marcador en el minuto 36. La historia se repitió con los tantos de Polat (m. 45) y Tomic (m. 55). A partir de ahí, el cuadro albiazul apretó el acelerador y comenzó a forjar su incipiente leyenda europea. Javi Moreno (m. 72) y de nuevo Tomic (m. 79) sentenciaron la eliminatoria convirtiendo en simple maquillaje el postrero gol de Albayrak (3-4, min. 89). Sobre el césped y en las gradas, los jugadores albiazules y el escaso número de aficionados que les acompañó en ese primer desplazamiento se frotaban los ojos en una mezcla de incredulidad y llorosa alegría por lo sucedido.
Segunda estación Era solo el principio. La siguiente piedra en el camino albiazul también cumplió con el perfil de exotismo. El último jueves de octubre, las huestes de Mané visitaron Lillestrom para medirse al igualmente desconocido combinado noruego. Antes del pitido inicial, ni el más optimista hubiera acertado a adivinar el guión de lo que estaba a punto de acontecer. En poco más de tres cuartas de hora, el cuadro vitoriano resolvió el cruce con brillantez y contundencia gracias a los goles de Begoña, Téllez y Contra en los minutos 2, 22 y 47. Pese a que el cuadro local acortó distancias en el 82, la eliminatoria quedó vista para sentencia y el duelo de vuelta se convirtió en un mero trámite. Pese a ello, el choque ofreció cierto espectáculo y concluyó 2-2 con tantos de Magno y Epitié.
Tras superar las dos primeras cribas, la UEFA premió al Deportivo Alavés con lo que podría considerarse el primer plato fuerte. Sin abandonar Noruega, el sorteo emparejó a los albiazules con el sempiterno campeón de la Liga escandinava y habitual de la Champions. De esta manera, el Rosenborg se presentó en Mendizorroza el 23 de noviembre dispuesto a imponer su jerarquía y mucha mayor experiencia. Algo que parecía estar cerca cuando Frode Johnsen equilibró el marcador en el minuto 80 después de que Javi Moreno hubiera adelantado a los locales en el 56.
Quince días después, sin embargo, El Glorioso firmó una nueva hazaña y amplió la pequeña leyenda que ya le acompañaba. A la hora de partido el marcador ya registraba un espectacular e inesperado 0-3 (Johnsen en propia puerta, Vucko y Javi Moreno) y el recital vitoriano continuó hasta el final pese a que el Rosenborg logró el gol del honor de penalti a un minuto del final. Con la inesperada presencia alavesista entre los dieciséis mejores conjuntos de la competición se llegó al parón invernal del torneo. En el horizonte, el emparejamiento con el histórico Inter de Milan en los octavos de final. Pero eso merece un capítulo aparte.