VITORIA. Hace un cuarto de siglo, los alaveses endulzaban la jornada de San Prudencio con las roscas que se venden a las puertas de la basílica de Armentia. Veinticinco años después, el jugoso bizcocho emborrachado en mar de cava ha ganado la partida al tradicional dulce de anís. Desde que en 1985, el gremio de confiteros y pasteleros inventó un pastel propio para el día del patrón, la tarta del santo está presente en la mayoría de las mesas.
Su creación fue todo un acierto en palabras del presidente de la asociación de pasteleros, Luis López de Sosoaga. Prueba de ello es su alto grado de aceptación entre los clientes que cada año se acercan a las pastelerías para degustar un postre que solo se pone a la venta por estas fechas. "Comenzaremos a amasar una semana antes y para el fin de semana anterior a San Prudencio ya estará en los mostradores", explica López de Sosoaga.
San Prudencio es la fiesta gastronómica por excelencia, de ahí el éxito de una tarta dulce, pero no empalagosa, ligera, que se sirve fría y sirve de colofón perfecto al fuerte sabor del revuelto de perretxikos y los caracoles con tomate. Un punto y final refrescante, que disimula la pesadez de los autóctonos platos.
Montar nata, macerar harina, emborrachar bizcochos... Su preparación es sencilla, pero laboriosa. En cada tarta se invierte una media hora, ya que hay que cortar la galleta de pasta brisa que sirve de base, cocerla y dejarla enfriar para, a continuación, añadir la nata. Después, el bizcocho de soletilla emborrachado en mar de cava, la nata trufada, y a espolvorear con cacao. Como broche final, en mitad del pastel, el sello de la asociación impreso en chocolate.
Este artículo fue publicado el 27 de abril de 2009.