El arqueólogo ayalés y miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Jon Obaldia Undurraga, ya sabía en 2018, cuando comenzó a dirigir la investigación del poblado fortificado del monte Babio en la localidad ayalesa de Izoria, que dadas sus 10 hectáreas de extensión, se enfrentaba a una ardua labor muy cercana a aquello de “como encontrar una aguja en un pajar”.
Con todo, a base de catas del terreno, guiadas por una suma de conocimientos e intuición, campaña tras campaña (cinco hasta el pasado verano), han logrado ir sacando a la luz, poco a poco, piezas extraordinarias, tales como una quesera de casi dos mil años de antigüedad o un cinturón decorado con marcas de agua que esta siendo restaurado, y estructuras que –en base a la datación del carbón hallado tanto en la muralla inferior como en la superior– les ha permitido demostrar que estuvo habitado entre el 800 y el 430 antes de Cristo.
Es decir, del Bronce Final a la primera Edad del Hierro, y no solo eso, sino que se dieron diversas fases de poblamiento en una horquilla de entre 300 y 500 años, ya que han dado con pruebas de que “reformaron una parte de muralla que se les cayó. Algo que ocurre tras muchos años y que no se molestarían en arreglar de no tener la intención de volver a ocuparlo”, ha explicado a DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA Obaldia.
La tesis que baraja el experto es que se trataba de autrigones, una etnia guerrera que vivía por temporadas en la cima del Babio dedicados al cuidado del ganado, al igual que siguen haciendo los pastores de nuestros días.
Todas las pruebas, de hecho, apuntan a ello, aunque para confirmarlo al cien por cien habrá que seguir investigando. Y es que, aunque en los últimos años han estudiado casi todos los puntos del yacimiento, tanto dentro como fuera de la muralla, aún les falta dar con la planta de alguna casa, así como con la necrópolis, para completar el puzzle.
Para ello, “este año no vamos a hacer campaña de excavación al uso, sino diferentes investigaciones en el yacimiento, mediante nuevas tecnologías, para entender mejor cómo se estructura y dónde intervenir el año que viene”, ha avanzado.
Topografía por dron
En concreto, la labor –que se esta desarrollando a lo largo de diferentes jornadas de este mes de agosto, de las que no se podrán tener los resultados hasta pasados unos meses– va a consistir en la realización de una topografía general del yacimiento mediante dron, “para orientar todo en un mismo plano”, a lo que se sumarán dos modernas prospecciones geofísicas, una magnética y otra de georradar, “gracias a una colaboración con la Universidad de Cantabria que dispone de esta tecnología y equipos, y que se complementarán entre sí hasta darnos una imagen nítida de lo que hay en el subsuelo, como han hecho en otros yacimientos como el de Iruña-Veleia, y que, sobre todo, centraremos en la área aterrazada, a ver si encontramos estructuras de viviendas”, ha aclarado Obaldia.
Es decir, lograr la máximo información posible “para ir a lo fijo y dejar decidido dónde excavar durante las tres próximas campañas, aunque aún nos falta solicitar el necesario permiso foral, porque –a parte de la ayuda anual que estamos recibiendo desde el inicio de la investigación, por parte del Ayuntamiento de Ayala y la Junta Administrativa de Izoria– vamos a necesitar dejarlo descubierto, porque si no no avanzamos, y ello requerirá de algún sistema de vallado o similar”, ha matizado.
Y es que a nadie se le escapa que tener que volver a cubrir todo de tierra en el fin de cada campaña, para volver a desenterrar las estructuras halladas en cada regreso (hasta ahora en cada primera quincena de agosto), es un trabajo extra que resta esfuerzos, medios y tiempo a este proyecto de investigación arqueológica que, ahora, pretenden renovar por otros tres años con el mismo apoyo institucional citado, y que pretenden rematar, una vez culminen las campañas en 2027, con la consolidación de todo el material encontrado y finalmente, elaborar un folleto para su difusión, de manera que la información esté al alcance de todos.
“Es un recurso muy interesante para los centros escolares del entorno, que se puede complementar con los estudios realizados en otros poblados coetáneos de los alrededores, como el existente en la cercana cima de Peregaña, en la localidad ayalesa de Oceka, que abarca 20 hectáreas, o los de Santa Águeda y Santa Cristina en Orduña”, matiza.
Asimismo, se quiere elaborar y colocar cartelería para que todo el que se acerque al yacimiento pueda conocer de forma sencilla lo que tiene ante sí: el sistema defensivo, la ubicación, y la forma de vida de sus antiguos moradores, vinculándolo a su hábitat, economía o explotación del medio.
De momento, en materia de divulgación, cada una de las cinco campañas realizadas ha llevado pareja la oferta de una visita guiada al enclave, en la que las personas asistentes han podido conocer de primera mano estas cuestiones.
Descubierto en 1980
El yacimiento de Babio fue descubierto por María José Yarritu, Javier Gorrotxategi y José Luis Martínez, entre los años 1980 y 1981, cuando se encontraban haciendo un inventario para la Diputación Foral de Bizkaia.
No obstante, la primera excavación la llevaron a cabo, pocos meses después, el ya fallecido sacerdote y fundador de la asociación etnográfica Aztarna de Amurrio, Félix Murga, junto con la mayor eminencia alavesa de la Edad del Hierro, Armando Llanos, que encontraron en el exterior de la primera muralla un pedernal y un pulidor.
Desde entonces y hasta 2018, que dio comienzo el proyecto dirigido por Obaldia, no se ha realizado ninguna otra investigación en este enclave, aunque sí hubo un intento en 2010 que no prosperó.
Las cinco últimas campañas han permitido terminar de documentar todo el sistema defensivo del poblado, conformado por dos murallas paralelas concéntricas que abrazan la cumbre.
“Una de 246 metros y otra de 560, y de bastante altura, en una ubicación sumamente estratégica, pues desde allí podían controlar la entrada y salida de mercancías, tránsito humano, e incluso militar, a todo el Alto Nervión”, subraya Obaldia, que también ha explicado que “la de arriba esta más trabajada, con suelo preparado para que esté llano y evitar filtraciones, y con enlucido de barro cocido tanto en su cara interna como externa; mientras que la inferior solo presenta este acabado en exterior, y no se preocuparon de alisar el terreno para facilitar el tránsito, y está asentada directamente sobre la roca madre”.
Los huesos perdidos
También se han dado avances en la localización de las principales entradas pero, como se señalaba, siguen sin saber qué tipo de forma tenían las casas, porque aún no han encontrado la planta de ninguna “aunque sabemos que estaban allí”; y tampoco ha habido suerte con la localización de la necrópolis, pues hasta el momento no han hallado enterrados cuencos con cenizas, ya que la cremación era la técnica más utilizada para enterrar a los muertos en la Edad del Hierro, ni tampoco restos en cuevas.
De hecho, en las primeras campañas se acercaron hasta una cueva cercana en la que, ya en 1981, Murga y Llanos encontraron dos cadáveres que la creencia popular atribuye a dos soldados franceses que sirvieron en la Guerra de Independencia (de aquí que se la conozca como “La cueva de los franceses”), pero no encontraron más restos, y tampoco han podido aclarar que hay de cierto en la citada leyenda o si, por contra, los huesos podrían correlacionarse con el poblado de Babio, ya que hoy día desconocen su paradero y no les han podido hacer pruebas.
Y es que no están ni en el Museo Félix Murga del Refor en Amurrio ni tampoco en el BIBAT (museo de arqueología de Álava en Vitoria-Gasteiz), donde sí se esta llevando todo el material que van encontrando, como marca la ley.
En su mayoría, cerámica de almacenamiento, de gran tamaño y espesor, decorada “con los dedos e incisiones” y sin decorar, junto a platos y cuencos; varios elementos metálicos, principalmente remaches o la ya citada joya que supuso, en 2023, el hallazgo del cinturón decorado con marcas de agua; y una ingente cantidad de restos óseos animales como “cerdos, cabras y ovejas, y algo de caballo” que, sumado a la importante pieza de la quesera ya nombrada, confirma el carácter ganadero y pastoril de los moradores de esta cima desde ocho siglos antes del inicio de nuestra era; sin olvidar el agrícola, porque también han encontrado semillas, así como varios restos romanos como la clavija de una lanza Pilum. A saber qué más secretos oculta el subsuelo.