La Montehermoso tiene un tintero donde moja su pluma José Primero. 

A esa erótico-festiva idea, extraída de las coplillas que recorrieron la Corte madrileña, ha quedado reducida la figura de María del Pilar de Acedo y Sarriá en la memoria colectiva. 

Su condición de bella y elegante amante de José Bonaparte parece haber despertado siempre más interés que su ilustrado perfil; su labor como promotora de la cultura; su destreza con los idiomas, la guitarra, el piano, la poesía o la pintura; o su generosa contribución como mecenas y benefactora. Toda una fascinante trayectoria vital fagocitada por un puntual colecho. 

Su condición de amante de José Bonaparte parece haber despertado siempre más interés que su fascinante trayectoria vital

Nacida en Tolosa en el seno de una aristocrática, liberal e ilustrada familia, María del Pilar contrajo temprano matrimonio con el alavés Ortuño de Aguirre y del Corral, quien, como su largo apellido sugiere, era asimismo hombre de alta cuna; a la sazón, VI marqués de Montehermoso, además de maestre de campo, comisario y diputado general de Álava. Suele destacarse, no sin juicio implícito, que aceptara con aparente despreocupación la íntima relación de su esposa con el monarca. Quizá se debiera a su perfil afrancesado, liberal, humanista y anticlerical, que bien pudo hacer de él un hombre abierto al amor libre. Quizá tuviera que ver con que oponerse a los deseos de Su Majestad no es algo que muchas personas hayan podido permitirse. O quizá, no descartemos nada, la cuestión fuera que su complacencia le granjeó provechosas contrapartidas, como los títulos de grande de España, gentilhombre de cámara y caballero de la Orden de España, amén de convertirse en el hombre de confianza del rey. 

Exterior del Palacio de Montehermoso. Jorge Muñoz

En los prolegómenos de la Guerra de la Independencia, Napoleón Bonaparte había logrado nombrar rey de España a su hermano José, quien, al amparo de una importante guarnición militar francesa, llegó a la capital alavesa en 1808 y fijó su residencia en el renacentista, recién restaurado y dotado con una extraordinaria biblioteca Palacio de Montehermoso, hoy reconvertido en centro cultural. 

Al lector amante del folletín le complacerá saber que el rebautizado por sus enemigos políticos como Pepe Botella, Pepe Plazuelas o el intruso, y por voces menos hostiles como el rey filósofo, centró inicialmente su libidinosa atención en la joven y humilde niñera de Amalia, única hija de los marqueses de Montehermoso. Tal vez desairada, María del Pilar verbalizó, con el clasismo propio de su condición, su incapacidad para comprender cómo un hombre de la categoría del monarca no había elegido a una persona “de más alto rango”. El aludido acabaría, en efecto, rendido a sus innegables encantos, y convirtiéndola en su amante, no única, pero sí favorita, durante seis años. 

La víspera de la decisiva batalla de Vitoria, una por entonces ya viuda María del Pilar abandonó España, junto a José I y su cuantioso séquito, rumbo a Francia. Una vez finalizado su romance con el depuesto monarca, y casada en segundas nupcias con un oficial francés, estableció su desterrada pero acomodada residencia en Carresse, y jamás osó regresar a Vitoria, donde era considerada culpable de alta traición y consecuentemente injuriada. 

En esa localidad francesa falleció, en 1869. No sin antes financiar la construcción de una escuela, invertir en mejoras de carácter urbanístico y poner en marcha una suerte de sanidad pública universal, nada menos, sufragando personalmente los gastos médicos y farmacéuticos de quienes no podían costearse los tratamientos que precisaban. La única condición que puso fue, y así consta en las actas municipales de Carresse, que nunca se le rindiera homenaje por ello, y que no hubiera placa alguna que dejara constancia de su labor benefactora. 

Y, dada la interesada fragilidad de la memoria histórica con respecto a las mujeres, cerca ha estado de conseguir la invisibilidad más absoluta.