El carpintero Tomás Mardones Llorente, nacido un 4 de mayo de 1912 en Vitoria, tenía apenas 24 años cuando fue fusilado en Navarra. La primera vez que le detuvieron por salir en defensa de la justicia social fue en su ciudad natal, en 1931, pero la última, la de 1934, fue la que le llevó hasta los calabazos de esa provincia vecina. Allí tuvo un trágico final, el mismo que también sufrió, por desgracia, otro joven alavés: Ángel Santamaría Legaria, natural de Moreda de Álava. Un jornalero-maquinista que trabajaba en Rioja Alavesa, y que tenía 36 años cuando fue ejecutado en Navarra. Antes de ello, también había sido arrestado varias veces, por su activismo social, lo que le llevó a participar en el levantamiento de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) de diciembre de 1933 de Labastida.

Tanto a Mardones como a Santamaría les llevaron a la cárcel de San Cristóbal, un fuerte militar, ubicado en lo alto de un monte, el Ezcaba, próximo a Pamplona, a cuyas faldas está el cementerio de Berriozar, donde recientemente, gracias a los trabajos que la Sociedad de Ciencias Aranzadi empezó a realizar desde el pasado 11 de marzo, han hallado sus restos, junto a los de otras 19 personas más, en una fosa común de ese camposanto de Berriozar. Motivo por el que desde CNT Vitoria lanzaron un mensaje de ayuda para intentar encontrar a los familiares de estos dos alaveses. Pero por suerte, gracias a la noticia que publicó ayer DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA en su web, ya se han localizado a los de Tomás Mardones. “Se llevaron a dos de aquí y sabíamos que habían sido asesinados, pero no dónde estaban”, recuerda a este periódico una mujer, que tenía parentesco con Tomás por ser el tío de su madre.

De todo el Estado

La mayoría de esos 21 fusilados no superaba los 30 años y otra cosa en común que tenían todos ellos es que venían de cualquier provincia del Estado: desde Murcia, a Pontevedra, pasando por Cantabria, León, Sevilla, Jaén, Sevilla, Córdoba, Almería, Alicante, Cuenca, Barcelona, Bizkaia o Burgos. “Les solían llevar a Pamplona, donde por la época que era, había mucho boinas rojas, por lo que así iban a tener menos apoyo social del exterior, algo que se vio en la fuga del fuerte de San Cristóbal (1938)”, explica Ignacio Donezar, desde CNT Pamplona.

No en vano, fueron encarcelados y asesinados por su “militancia anarcosindicalista organizando la lucha obrera revolucionaria con el comunismo libertario como objetivo”. Y como quieren dejar claro desde CNT, “era gente que molestaba. Fue la República la que los metió allí, porque ya estaban encarcelados antes del alzamiento fascista, y más si eran ‘CNTistas’, por las famosas leyes en defensa de la República. Eran luchadores de la justicia social. Se supone que hubo 20.000 presos sociales, así que no fueron arrestados por un delito común”. Todos ellos fueron fusilados el 1 de noviembre de 1936 aplicándoles la Ley de Fugas.

Enterrados en cajas individuales

Esos 21 restos hallados, curiosamente, estaban en cajas individuales, a diferencia de lo que suele ser habitual en las fosas comunes, cuando se tiraban allí, sin más remordimientos, y todos ellos están perfectamente identificados: “El forense Paco Etxeberria, comentó, cuando estuve en la exhumación, que habían encontrado la documentación oficial en los archivos por parte de los ejecutores franquistas. Por eso saben quiénes eran los enterrados”, aclara.

Lo que sí que se necesita son a los familiares para saber cuál de esos cuerpos corresponde exactamente a quién. Para ello, son esenciales las muestras de ADN, aunque como matiza la familiar de Mardones, en su caso, ya las habían entregado (Un hermano de Tomás Mardones, Alejandro, fue uno de los 14 alaveses que participó en la fuga de San Cristóbal).

Sin paredón

De lo que no hay dudas es que estaban encarcelados en San Cristóbal cuando les fusilaron. “Y nada de haberlos ejecutado en el paredón. Fueron asesinados con tiros de cerca, como los de nuca, uno por uno”, precisa Donezar.

CNT recuerda que “la memoria es un pilar de vida en la lucha de clases y consideramos muy necesarios esos trabajos para su recuperación”. De ahí la importancia de encontrar a sus familiares “porque es lo lógico que sepan dónde están enterrados” sus allegados. Entre otros motivos, para darles una sepultura digna y traerles de nuevo a su tierra: a Álava, en este caso.

Recuerdan también que ante exhumaciones de fosas de fusilados, suelen darse dos situaciones: por una, la de los familiares que saben que sus antepasados fueron fusilados y no saben dónde están, pero los quieren encontrar, y por otro lado, la de los restos que se hallan y no saben cuáles son sus familiares. En cualquier caso, probablemente, tengan familiares vivos todavía, que puede ser que ni siquiera supieran que tenían allí a un allegado, pero que quieran darles un buen final.