Desde que el 16 de junio de 2015 se liberaran los dos primeros bonellis con el empeño de recuperar su presencia en el norte del país, han sucedido muchas cosas. Tanto alegrías en el momento de las liberaciones como disgustos cuando estas águilas han perdido la vida o han resultado heridas por diversas circunstancias.
El origen hace seis años de este proyecto fueron los pollos aportados por el Grupo de Rehabilitación de la Fauna Silvestre y su Hábitat (GREFA) de Madrid, ejemplares procedentes de dos centros franceses de cría en cautividad. Se trataba de una hembra, rebautizada Soila, y de un macho, que recibió el nuevo nombre de Oteo. Tras madurar, ambos comenzaron con sus vuelos pero finalmente fallecieron, ella en Hereña y él, en los montes de Málaga.
Pero desde la Diputación y desde el proyecto Life-Aquila había mucha voluntad para lograr que esta rapaz volviera a estar presente en los cielos y en los riscos, y se sucedieron las sueltas, tanto en Montaña como en Rioja Alavesa. Y es que tras el proyecto hay muchas instituciones y organizaciones que trabajan juntas por el mismo objetivo.
Uno de los grandes valores para poder hacer el seguimiento y la protección ha estado en las gentes de los pueblos, en los guardas forestales y por supuesto en las dos personas que más han seguido su desarrollo y cuidado, como son Paz Azkona y Carmelo Fernández.
Azkona es quien, a través del boletín de la junta administrativa de Antoñana, ha ido contando la evolución desde la autoridad de ser parte del Life-Aquila, estar residiendo en la zona y dedicarse en cuerpo y alma al proyecto. En el de este verano, Azkona cuenta que hacía más de cuatro décadas que el águila de Bonelli no se reproducía en la Montaña Alavesa, o lo que es lo mismo, en toda Euskadi.
Sin embargo, tras tres años de esfuerzo, el año pasado una nueva pareja de águilas de Bonelli se formó en el valle de Kanpezu, comenzó a arreglar dos nuevos nidos y esta temporada, por primera vez en tanto tiempo, se han reproducido y han sacado adelante su primer pollo.
Buena parte del mérito del éxito reside en la colaboración de todos los vecinos del valle de Kanpezu que han participado con entusiasmo en el proyecto de reforzamiento poblacional llevado a cabo por la Diputación Foral de Álava bajo el auspicio de los fondos Life, trabajando en equipo con Baleares, Madrid, Navarra, Andalucía, Cerdeña y varios centros de cría.
Detalla Azkona que la historia comenzó hace tres años, cuando el servicio de Patrimonio Natural introdujo en la Montaña Alavesa cinco pollos volantones de águila de Bonelli. Dos de ellos, Leo y Soraia, que entonces contaban con tan solo 51 y 56 días de edad, "son los protagonistas de nuestra historia". Desde entonces su devenir fue monitorizado diariamente mediante los emisores GPS solares de los que fueron provistos.
Tras ser liberados en Kanpezu mediante la técnica de crianza campestre y siguiendo su instinto natural, Leo y Soraia se dispersaron. Casualmente, los dos juveniles de Bonelli lo hicieron hacia el suroeste y, como si el destino jugara con ellos, los dos pasaron su primer invierno en Portugal, pero alejados varios cientos de kilómetros.
Soraia se asentó provisionalmente en Odemira, en el Alentejo atlántico, mientras que Leo se sedimentó en el estuario del Tajo, en las inmediaciones de Lisboa.
Su historia en común se reinicia poco a poco en la primavera de 2019, añade Azkona, cuando tanto Soraia como Leo, todavía inmaduros, realizaron diversos viajes de regreso a su territorio natal, pero no se asentaron aún en Álava. Soraia lo hizo en el valle del Duero, en la provincia de Palencia, mientras que Leo se sedimentó cerca de Peralta, en la Ribera de Navarra.
Encuentro en Kanpezu
Poco después, el 13 de marzo del año pasado, los protagonistas coincidieron en Kanpezu, en el mismo enclave donde habían sido liberados, y entre ellos saltó la chispa del amoramo. A los pocos días de reencontrarse, los dos subadultos ya formaban una pareja permanentemente unida, volaban juntos, defendían el territorio frente a otras rapaces, se cobijaban para dormir en el mismo roble, compartían el alimento y se cedían las presas en vuelo.
A la semana de reencontrarse ya se les observó copulando y pocos días después comenzaron a recargar un nido en uno de los cantiles cercanos al enclave de liberación. La pareja estaba tan compenetrada que todos pensaban que incluso esa misma temporada podían realizar una primera puesta.
Pero eran demasiado jóvenes y se habían emparejado demasiado tarde, por lo que hubo que esperar un largo año antes de que la pareja pudiera iniciar la reproducción.
Mientras la pandemia se cebaba con las personas, la pareja de enamorados aprovechó la temporada para compenetrarse: han defendido su territorio frente a las águilas reales intrusas y frente a Izki, otro de los pollos de Bonelli introducidos con ellos en 2018 y que también reclamaba su territorio natal, siguieron copulando y construyeron un segundo nido en el parque de Izki. Una compenetración de la pareja que seguro habrá contribuido al éxito en la reproducción.
Finalmente, el día 20 de febrero Soraia realizó la puesta. Paz Azkona cuenta que no se sabe de cuántos huevos, probablemente dos, "pero no hemos querido molestarles para conocer algo tan prosaico". Durante todo el mes de marzo la puesta permaneció continuamente cubierta y aunque, como de costumbre, la hembra ha llevado el peso de la incubación, Leo estuvo siempre solícito y la pareja ha realizado relevos bien sincronizados para no dejar el nido nunca abandonado.
A comienzos del mes de abril observaron que Soraia estaba inquieta; se levantaba continuamente, cambiaba de posición, miraba bajo ella, tocaba algo en el interior del nido. Finalmente, en la segunda semana del mes de abril se pudo comprobar que Soraia y Leo habían tenido descendencia.
Cumpliendo sus obligaciones, Leo comenzó a aportar presas al nido y Soraia cebaba con delicadeza al pollito recién nacido. Sin haberlo aprendido, por puro instinto animal, le ofrecía pequeños trocitos de carne y si el pollo los rechazaba se los tragaba, para luego volver a cubrirlo, echándose sobre él ahuecada para darle calor sin apretujarlo.
Añade esta especialista que, a finales del mes de abril, se pudo comprobar que solo tenían un pollito, un algodoncito, como lo llamaban cariñosamente los guardas de Izki.
Poco a poco el pollito fue creciendo, protegido y alimentado siempre por Soraia. Luego, a mediados del mes de mayo, de repente, en poco más de una semana, el algodoncito creció y se emplumó de golpe, pasando a ser un desgarbado adolescente: un pimpollito , que ya se ponía de pie para husmear lo que acontecía a su alrededor, desgarraba las presas sujetándolas con sus desproporcionadas garras y hacía alas sin parar, preparándose para su primer vuelo.
A los 46 días de edad, cuando el pollo estaba suficientemente desarrollado, Azkona y otros integrantes del proyecto accedieron al nido por primera vez para anillarlo y radioequiparlo con un emisor GPS. Aprovechando la ocasión, lo sexaron por ADN, comprobando que se trataba de una hembra, a la que llamaron Zéliese trataba de una hembraZélie. Se trata del primer pollo nacido de una de las más de 60 águilas criadas por Christian Pacteau y, por ello, pensaron que era él quien debía bautizar a su primer nieto.
Llegado el verano, en junio, Zélie no ha dejado de entrenarse y de comer. Leo y Soraia le han seguido llevando las presas al nido, pero se las dejaban casi enteras para que fuera ella la que las devorase vorazmente. En cuanto soplaba una brizna de viento Zélie aprovechaba para aletear, preparando su musculatura para el gran salto. el gran saltoMás de una vez, llevada por su entusiasmo, Zélie ha dado un traspié y puso a los observadores con el corazón en un puño.
El primer vuelo
Pero, finalmente, el gran día llegó y el 11 de junio, con 66 días de edad, Zélie abandonó la protección del nido y se lanzó al vacío hasta, no sin dificultad, conseguir posarse torpemente en una rama. Ya ha hecho lo más difícil. Ahora le aguardan dos meses de aprendizaje con sus padres, un periodo en el que tendrá que aprender a sobrevivir por su cuenta, antes de abandonar el territorio natal e iniciar una dispersión juvenil llena de desafíos.