a adolescencia, que ya de por sí es una de las etapas más frágiles de la vida de todo ser humano, puede complicarse aún más cuando a esta transición a la vida adulta, además de a las hormonas y a la transformación física, se le suman el divorcio de los padres, el hecho de estar en hogares de acogida o sufrir trastornos, como los relacionados con el aprendizaje.

Aunque la psicoterapia tradicional es una ayuda esencial para resolver este tipo de conflictos, hay veces que cuesta demasiado expresar lo que siente o se sufre en ese momento. Sin embargo, Kala, Txiki, Pantxita, Koko y Lur han demostrado tener un sexto sentido perruno para captar por qué motivo está retraído un chaval en un momento dado. Su olfato perruno no falla. Nada más saludar a estos menores, si olisquean miedo, se plantan delante del que manda ese grito de auxilio en silencio o se espanzurran delante del que tiene exceso de nervios, para calmarle, e incluso enseñan dónde están los límites. Es la magia de la comunicación no verbal, de la que son expertos estos canes de la empresa Lokarri, a cargo de una veterinaria y educadora canina de Llodio, Nekane Ibarretxe, en una terapia que empezó hace cinco años, como iniciativa de la cooperativa de iniciativa social Agintzari, en colaboración con el Ayuntamiento de Orozko (Bizkaia), para ayudar a estos niños y jóvenes a resolver conflictos, a mejorar sus habilidades personales y sociales e incluso a que pierdan el miedo a ir al instituto, aunque éste implique un cambio de localidad.

Lo hacen en dos tipos de sesiones: grupales, que se llevan a cabo en la misma localidad de Orozko, con seis menores este curso de 10 a 13 años, o individuales, en la misma sede de Agintzari, en Bilbao (avenida de Madariaga), con tres personas de 6 a 17 años. Conchi Castellano, educadora social, se encarga de las primeras y la psicóloga infantil Rosa Lizarraga de las últimas, y ambas, como cuentan, están encantadas de los resultados de esta experiencia, puesto que describen al perro de terapia como un "termómetro emocional" porque "a veces con decir una sola palabra, los menores se tensan y el perro lo detecta al instante o cuando, por ejemplo, un chaval busca un liderazgo dentro del grupo, y los perros le enseñan la espera, el autocontrol. Es muy interesante. Nosotras nos hemos sorprendido muchísimo".

Como resalta Castellano, "los beneficios de esta terapia son, sobre todo, que conseguimos que ellos entiendan que el espacio grupal es absolutamente confidencial. Solo se puede trabajar con verdad, por eso es importante la presencia del perro, que es nuestro termómetro, y eso hace que cuando empiezan el instituto, donde también les acompañamos durante tres meses, se hayan resuelto un montón de dificultades. Y cuando no se pueden resolver, porque hay un duelo en el que el chaval está fastidiado porque hay dolor, nos permite acompañarle. Eso también es muy importante".

Como añade, en un periodo de nueve meses de estas sesiones grupales con terapia canina han conseguido "unas evaluaciones en las que se han alcanzado objetivos muy amplios y diversos, cuando antes se tardaba más. Los chavales vinculan muy bien, tanto con los perros como con nosotras y entre ellos, y tienen una capacidad de expresión emocional muchísimo más interesante y eso nos permite ajustar respuestas, estrategias de una manera mucho más eficaz. Así, luego las evaluaciones son increíbles. Solo puedo decir cosas buenas de ellos".

Lo dice con una sonrisa, la misma que también le sale de oreja a oreja a Lizarraga cuando se le pregunta qué tipo de resultados ha obtenido a la hora de trabajar con estos canes. "Pantxita es mi favorita", dice en alusión a una cavalier negra, una de los cinco canes de Lokarri, antes de destacar que con este tipo de terapia canina "llegamos a chavales cuando con la palabra no podemos hacerlo, con la psicoterapia clásica, cuando hay mucho dolor y sufrimiento y no pueden expresarlo con palabras. Es como un acelerante. Con los perros hemos conseguidos que con uno o dos meses, se vea la mejoría".

Y, como puntualiza, por su parte, Ibarretxe, que es la propietaria de estos cinco peludos, las dinámicas se adaptan a las necesidades de los participantes y lo mismo pasa con los perros que acuden a las sesiones. "Algunos trabajan mejor en la grupal y otros en la individual", precisa.

El lugar elegido para las terapias grupales de Orozko es el del Gaztetxoko de Zubiaur, "en el centro del pueblo, para que los menores puedan ir y venir solos. En su caso, hacen una sesión por semana, los miércoles por la tarde, tras la salida del colegio, y la mayoría de las veces les tienen que "echar" porque no se quieren ir. "Llevamos tres años que lo hacemos de enero a enero para acompañarles en esa salida de Primaria y la entrada de Secundaria porque en Orozko, además, se tienen que desplazar de municipio por lo que para los chavales es más impactante hacer ese cambio. Tratamos de acompañarles en ese proceso madurativo", añade.

Intentan fortalecer sus habilidades. "Esta metodología trata de generar un espacio lúdico, donde ellos se sientan bien y que realmente sea divertido. No intentamos hacer dinámicas que giren en torno al tema escolar. Para nada. Eso está descartado", aclara. Castellano explica que al principio las derivaciones de los chavales que podían participar en la terapia grupal se hacían a través del propio centro escolar, cuando hablaban con los tutores de sexto de Primaria, "porque eran introvertidos o porque sufrían algún proceso de divorcio, algún trastorno de aprendizaje... Eso fueron los primeros años, pero luego, por el boca a boca, fueron las propias familias las que nos solicitaron que valorásemos la situación de sus menores", ensalza.

En el caso de las sesiones individuales, cambia el perfil del menor. "Son menores también, pero en vez de abordar la crisis que nos plantea el propio desarrollo evolutivo, nos centramos en la sintomatología establecida. Son niños que están atravesando dificultades en la vida, pero más extremas, como chavales que ingresan en hogares de acogida o que incluso con trastorno psiquiátrico", matiza Lizarraga.

Con ellos trabajan distintas áreas, "depende del chaval, si queremos desarrollar su empatía o el contacto con el otro. A veces, consiste en hacer hincapié en el límite, enseñando que hay unas normas que hay que acatar... O la confianza en el adulto".

Como insiste esta psicóloga, "lo interesante que aportan los perros es esa parte no verbal, gracias a esa habilidad que tienen de captar, porque yo le puedo preguntar qué tal la semana y qué tal con aita y ama, pero el perro capta el estado de ánimo de chaval, cuando muchas veces no saben decirnos con palabras lo que les pasa. Cuando empiezan a tocarles, les relaja mucho y les facilita la expresión emocional, la confianza y, de pronto, te encuentras con que ha expuesto sus dificultades en tiempo récord. Es eficacia". El mejor amigo... Del adolescente.

Una hora de duración. Todas las sesiones grupales o individuales de la terapia canina con Lokarri siguen unos puntos fijos. El saludo es uno de ellos. En las grupales, lo hacen con los menores sentados alrededor de una mesa. Y es donde ven si el perro va a donde uno en concreto o si se tumba enfrente de otro. Previamente, ya han concretado si harán más juego, por si les ven agobiados, o una dinámica más enfocada hacia emociones (quiénes son o qué quieren). En la individual, el perro sale a buscar al niño y luego se centran en cómo fue la semana. Hacen actividades de cuidado (peinar, dar masajes,...). O juegan a ser veterinarios.

- Según explica la técnico en intervenciones asistidas con animales, Nekane Ibarretxe, de la empresa Lokarri, sus cinco perros tienen cualidades diferentes, lo que ayuda a adaptar la terapia con menores. Tres son labradores (Kala, Koko y Txiki), otra es cavalier (Pantxita) y Lur, que es una terranova.

"Todos los perros tienen que tener unas cualidades fijas, como no ser agresivos y ser muy sociables, porque al final para ellos es un trabajo exigente. Lo que a nosotros se nos puede pasar, ellos lo hacen. Son como esponjas, con lo cual tienen que ser perros muy flexibles. El otro día, en una grupal, fue Kala la que nos dio la clave cuando preguntaron qué tal las notas y se callaron todos. Kala, que estaba encima de la mesa, en medio de todos, tumbada, se puso de repente de pie y fue de uno en uno. Nos hizo incluso sus señales para calmarnos", ilustra. Kala es la labradora blanca. "Es la líder y la que nos lleva a su ritmo, aunque en las individuales es más maternal. Por eso, la vamos turnando", puntualiza.

Txiki es la labradora negra. "Estaba en la perrera porque era chiquitina. Es muy cariñosa, pero es cierto que le cuesta coger confianza. En las grupales se siente más invadida, por eso hay que esperar a que avancen las grupales, para presentarla. Así, los menores aprenden a modular su lenguaje no verbal y su tono de voz para que ella se sienta bien", declara.

Luego está Pantxita, la cavalier, que, pese a su nombre, es muy nerviosa y sensible a nervios de niños. "Hay algunos que van sonriendo, pero cuando ella pone cara de miedo, preguntamos que por qué lo tiene", detalla.

Koko, la labradora marrón, es la más cariñosa, por lo que sirve para los cuidados. "Esto es importante para los niños que no tienen claro qué es eso de cuidar, para que se pueda empezar a poner en práctica ese cariño", ilustra. Y luego está Lur, la terranova, "que tiene un corazón enorme", que parece un oso, por su frondoso pelo negro y por sus 50 kilos. "Pero es poco obediente. A veces viene bien cuando el chulito del grupo quiere ir con la más grande", matiza.