uele a quemado, a quemado y a mierda. Un olor insoportable hasta con mascarilla, "lo único positivo que ha traído la pandemia". Un hedor a basurero, a estercolero que se extiende como una mancha por toda la isla que Juan Ignacio Txato Arce adereza con el aroma de 400 raciones de pollo con macarrones, la única comida que hoy se llevarán a la boca los refugiados más vulnerables de lo que fue el centro de acogida de Moira, arrasado por dos incendios consecutivos. Txato -como le conocen en Vitoria- y su esposa Aurora, han cambiado los fogones de la sociedad gastronómica por pucheros necesitados de alimentos para regalar un poco de pil pil made in Gasteiz a los hambrientos migrantes de Lesbos. Y es que, este matrimonio de jubilados, "aunque en la flor de la vida" -puntualizan- ha viajado este mes de septiembre para dar de comer a parte de la población hacinada en la isla griega. No es la primera vez que ambos colaboran con la ONG Zaporeak, encargada de repartir alimentos a una cola de miles de refugiados tirados en las carreteras.
El olor a chamusquina es sólo una de las consecuencias de los dos incendios provocados y sin esclarecer que han destruido el ya de por sí penoso centro de acogida de identificación de migrantes de Moria. Este pequeño pueblo, a 10 kilómetros de la capital, Mitilene, se convirtió en el mayor campamento de Europa para inmigrantes ilegales que ahora buscan refugio al raso, tras pasar cuatro noches en la carretera sin agua, sin comida y sin nada de higiene personal", recuerda Txato. Una situación que agrava el problema en tiempos de pandemia sanitaria. "Claro que hay casos de coronavirus, pero no sabemos cuántos han muerto, ya lo pregunté. Únicamente sabemos de personas que han pedido llevar los restos de sus allegados a su país de origen y las autoridades les han denegado el permiso", apunta. A los cuatro días del incendio, la Policía cortó diez kilómetros de carretera y han estado sobreviviendo en el aparcamiento de un supermercado, a 32 grados. Luego, en cuatro días, han alisado el terreno y sospecha que alguien, beneficiándose, ha montado un campamento para quince mil personas. "Pero, claro, sólo es mi teoría".
El suave amanecer en la isla griega ya advierte de que hoy se superarán los treinta y tantos grados y de que el calor volverá a ser insoportable. Son las ocho y cuarto de la mañana y Txato y Aurora tienen ante sí dos mil botellines de agua comprados por la ONG para paliar la sed de los refugiados, y el reto de cocinar 400 raciones de macarrones con pollo. "Ahora estamos en una situación de impasse, preparamos y envasamos las comidas para salir a repartirlas entra la gente que deambula por las carreteras, ya que aún no nos dejan entrar a servir en el nuevo campamento -si así se le puede llamar-. En cuanto nos concedan el permiso, estoy seguro de que los menús diarios rondarán los cinco mil", explica Arce. En su quehacer diario, comparte fogones con Mikel, llegado de Iruña; Arantxa, procedente de Astigarraga y cuatro refugiados voluntarios: dos de Azerbayán, uno de Irán y otro de Turkmenistán. "¿Hambre? Hay mucha, no te quepa ninguna duda", recalca mientras apila filas y filas de envases de plástico que quedarán abandonados a su suerte a lo largo de los kilómetros de carretera en los que ahora se asientan los migrantes en busca de un árbol en el bosque o de un algo bajo el que refugiarse puesto que ya no tienen ni tiendas de campaña.
Los refugiados de Lesbos sobreviven a las duras condiciones meteorológicas del "bestial" verano a la espera de que lleguen los "heladores" vientos procedentes de Turquía -mira que Aurora y yo no somos frioleros, que para eso somos de Vitoria-, y sin poder salir de la isla en años debido a la complicada burocracia. "Incluso Emar, uno de los ayudantes de Txato, que ya tiene concedido el documento de asilo. "Por qué no puede viajar a otro país si ya es asilado", se pregunta Arce. "Ellos son los primeros que quieren irse, porque aquí les están tratando muy mal", sostiene. "Iñigo, el capitán del Aita Mari, me dijo una vez que a los refugiados que llegan a las costas no sólo les quitamos el pasaporte y la ropa sino que, con ello, les quitamos la dignidad, claro que les damos ropa más limpia, pero no es la suya", reflexiona Arce.
Txato y Aurora tienen una larga trayectoria de colaboración con la ONG Zaporeak. Cada año, desde 2016, pasan una larga estancia en la isla griega dando de comer a los refugiados. Antes ya estuvieron en Chios y en Atenas, atendiendo a mujeres y niños en su segundo viaje hasta que el gobierno cerró el centro, como ha hecho con tantos otros. Su larga labor de voluntariado comienza tras una conversación de amigos con un bombero de Gasteiz que viajó a Chios con salvamento marítimo en busca de refugiados llegados a las playas en pateras. "Charlando con él nos dijo lo difícil que le resultó pasar las noches salvando migrantes en el mar y, después, con el cuerpo rendido, volver y ver que no tienes nada para comer", narra Txato. A partir de ese momento, la ONG Zaporeak se planteó echar una mano a los miembros de salvamento marítimo. Una vez allí, los voluntarios se dieron cuenta de que la comida que repartía el ejército no era suficiente para alimentar a un campamento -antigua cárcel- levantado para tres mil refugiados, pero que ha llegado a acoger a quince mil. Lesbos es a día de hoy el "cáncer" grande que tiene Europa. "Es un cáncer porque no tiene cura", lamenta Arce. "Pero cómo hay que explicarle a los políticos de la UE que hay que solucionarlo. Pues, nada de nada, no hacen nada. Para mí el problema fundamental es la falta de información, no quieren que nadie se entere de lo que realmente ocurre en Grecia", opina.
Aterrizaron en la isla en plena forma, ya que a sus 67 años, Txato y Aurora acababan de meterse entre pecho y espalda nada más y nada menos que 400 kilómetros en bici entre Teruel y Valencia. Sin embargo, "puedes estar preparado físicamente, pero mentalmente... "Una enfermera gasteiztarra que estuvo de voluntaria y que también ha estado en África me confesó una vez que por muchas enfermedades y penurias que padece el continente negro, donde más muñecas ha cosido ha sido en Moria (en relación con los intentos de suicidio). Es impresionante, pero no me extraña, imagina lo que es pasar 24 horas al día sin trabajar ni estudiar, sin poder hacer nada, ni salir de aquí", censura. Eso sí, nosotros acabamos el día y dormimos muy bien de lo agotados que estamos. Incluso, a veces, cuando apagan los fogones a media tarde se alejan hasta una cercana playa de piedras para darse un chapuzón.
La situación en Lesbos es peor ahora. "Estuvimos el año pasado y, por lo menos, había cierto orden dentro del campamento; los propios refugiados se organizaban para mantener la disciplina. Ahora es mucho peor, hay más inseguridad y eso que está lleno de policías, no te puedes imaginar cuántos". Además, el 40% de los confinados son niños. Y muchos de los refugiados de origen afgano. "Este año, no sé por qué, está llegando mucha gente joven procedente de la franja de países que va de Irán a Rusia, de Turkmenistán, Kazajistán, Uzbekistán, Taykistán, Kirgusitán...y todos los tán", enumera Txato en su afán por dar una nota de color a una isla que vive en blanco y negro.
Los voluntarios apenas tienen relación con la población local, hastiada ya por la situación. Cuando comenzó la llegada masiva de migrantes a su isla, los acogieron y ayudaron entusiasmados, pero ahora que la población migrante se acerca en número a la local, el sentir de las gentes de Lesbos ha cambiado. "Muy contentos no tienen que estar; al principio, Mitilene se volcó con los migrantes, pero ahora muchos quieren que se vayan; en eso coinciden con los refugiados, que también quieren abandonar la isla siempre", explica Arce. "No me extraña, esta isla es vieja, antidiluviana en algunos sentidos; está mal cuidada, los campos se ven abandonados, no hay industria y el poco turismo que tenían lo han perdido como consecuencia de la masiva llegada de migrantes...", contextualiza Arce.
Txato y Aurora regresarán mañana a su hogar de Vitoria tras haber realizado una magnífica labor de voluntariado, pero conscientes de que Lesbos amanecerá, un día más, hambrienta y con un insoportable olor a mierda y a quemado.
Qué. Voluntarios de la ONG Zaporeak cocinan, envasan y distribuyen menús diarios de comida entre miles de refugiados.
Quiénes. El matrimonio de jubilados gasteiztarras formado por Juan Ignacio 'Txato' Arce y Aurora participa en esta tarea.
Dónde. En la isla griega de Lesbos.
Cuándo. Todo este mes de septiembre.
Por qué. Porque la situación de los migrantes empeora, carecen de los alimentos necesarios y hay mucha hambre.
"Una enfermera de Vitoria me confesó que nunca ha tenido que coser tantas muñecas como aquí"
Voluntario de la ONG Zaporeak