Todavía a día de hoy, algunas de las personas que llevan viviendo en el barrio de Ariznabarra toda la vida recuerdan el camino de los cascajos y, sobre todo, las muchísimas orugas que había a su alrededor. No son pocas las bromas que se hacían sobre aquellas procesionarias y los seminaristas que lo utilizaban para acudir a los partidos del Alavés en Mendizorroza, pero siempre se nota un ápice de melancolía al rememorar aquellos años.
Son muchos los vecinos que me han hablado de la fábrica de cremalleras Areitio, de las huertas que ocupaban los terrenos en los que hoy viven muchas personas, o del empedrado que dio nombre a la calle de Las Calzadas. También de las inauguraciones en el barrio a las que acudía “aquella marquesa que vivía en la calle Castilla”, o del gallinero de la casa de Otxaran.
Pero sin duda, una las casas cuyo nombre más he oído mencionar es la de la Juani, pues los niños, hoy convertidos en adultos, solían acercarse a alimentar a los cerdos que cuidaba en su porquera con las castañas que recogían del parque de El Prado.
Y es que, hace años, las cosas eran muy distintas de como las vivimos ahora. Todos los vecinos se conocían y se ayudaban. Baste decir que, cuando Alejandro Hervías abrió el primer bar del barrio, ni siquiera tenía una barra, y fueron los propios clientes quienes trajeron una desde un bar del barrio de Adurza.
A los más jóvenes les sorprenderá saber que hubo un tiempo en el que había un único televisor para todo el barrio, que fue adquirido por la Asociación de cabezas de familia, convirtiendo el local en un punto de encuentro donde se celebraban las míticas sesiones del teleclub, especialmente para ver el Tenorio el día de Todos los Santos. Y así fue hasta que María, la de Perico el de las ambulancias, compró su propio televisor, y los niños empezaron a ir a casa de esta vecina, seguramente para eludir el control de sus padres, que seguían yendo al teleclub.
También en la sede de la asociación de vecinos estuvo el primer teléfono público que podían utilizar todos, con lo que ya no era necesario acudir al cuartel de la Guardia Civil cada vez que se necesitaba realizar una llamada urgente.
El primer dispensario al que llevaban entre lloros a los niños para que les pusieran alguna inyección se encontraba en el Hogar San José de la Damas de la caridad, pero, si era preciso, sor Sofía, de quien el barrio guarda muy buenos recuerdos, y a quien se dedicó una plaza con su nombre junto a lo que en su momento fue la piscina olímpica, acudía al domicilio a atender a los enfermos. Además, gracias a sor Sofía y otras monjas, muchos niños y adultos aprendieron a leer y tuvieron la oportunidad de estudiar.
Durante mucho tiempo, y hasta que el Ministerio de la Vivienda lo reconoció como barrio de Vitoria-Gasteiz, a esta zona se la conocía como el barrio pirata por la ausencia de licencias y permisos de obra de sus edificaciones, lo que obligaba a los propios vecinos a solucionar cuantas necesidades pudieran surgir. Pero, sin duda, el recuerdo más habitual es el de las 20 bodas.
Todo comenzó cuando se colocó la primera piedra de la iglesia de San Pablo Apóstol. Allí, los miembros de la junta de la asociación de vecinos enterraron una caja de zinc en la que se depositó el acta de la última reunión de la junta de Cabezas de familia, un ejemplar del periódico El Correo Español, y unas cuantas monedas de cinco pesetas. Dicho cofre se enterró el día 15 de octubre de 1961, pero de aquel acto surgió una idea que llevó a Vitoria-Gasteiz a ser el punto de atención de muchos medios de comunicación de todo el mundo.
La inauguración de la citada parroquia estaba prevista para el año siguiente y se les ocurrió una forma original de celebrar tal acontecimiento. Nada más, y nada menos, que casar en una misma ceremonia a todas las parejas de novios que fuera posible. Para ello, buscaron la colaboración del Ayuntamiento, la por aquel entonces Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Vitoria, y de la Constructora Ugara, que en ese momento estaba levantando unos bloques de viviendas en las inmediaciones de la iglesia.
No tardaron los miembros de la asociación de vecinos en empezar a buscar parejas en edad casadera, logrando congregar a veinte dispuestas a celebrar sus nupcias de aquel modo tan original.
El acto, que tuvo lugar el 12 de octubre de 1962, contó con la presencia de las más altas personalidades de la provincia, e incluso el NO-DO envió sus cámaras para inmortalizar aquella boda multitudinaria.
Una vez terminada la misa, y tras la firma de los documentos en la sacristía, se procedió a realizar el sorteo de las viviendas, entregando a cada matrimonio las llaves correspondientes al piso que les hubiera tocado. A pesar de que las condiciones de compra iniciales suponían el pago de una entrada de 25.000 pesetas, finalmente solo tuvieron que pagar 7.000, dándoles facilidades para abonar el resto en mensualidades. Y, como sorpresa final, se les hizo entrega de un lote de cazuelas, platos y cubiertos, así como de una libreta con 1.000 pesetas.
En el año 2012, orgullosos de aquel momento, se celebraron las bodas de oro de aquellas parejas. Desgraciadamente, ya no estaban todos los que vivieron aquella mágica boda, pero su recuerdo permanece vivo en un barrio del que hay que enorgullecerse.