un grupo integrado por cinco jóvenes se ha desplazado por sus propios medios hasta la isla griega de Samos para trabajar como cooperantes con una ONG que atiende un gigantesco campamento de refugiados que se encuentra en una situación lamentable. En concreto, el contingente colabora desde su pertenencia al colectivo Hemendik Harantz, con sede en la localidad de Elvillar, y está integrado por personas que ya vienen manifestando su implicación en causas solidarias de toda índole. Es el caso del responsable de este grupo, Jonathan Ruiz, que ha estado en todas las operaciones de apoyo que la agrupación ha realizado hasta la fecha tanto en el país heleno, uno de los principales receptores de población refugiada, como en otras localizaciones como Europa del Este o la entrada al túnel submarino que une Francia con Reino Unido.
También ha viajado en esta ocasión a Samos Toño Gainzarain, alguacil de la propia localidad de Elvillar, que como su compañero ha acudido al mismo tiempo a otros viajes y que en su día protagonizó una llamativa campaña para salvar decenas de olivos antiguos que iban a desaparecer con motivo de la ampliación de la carretera Elvillar-El Campillar. Otra de las cooperantes es Ana Baz, una joven de Lapuebla de Labarca que ha realizado dos viajes a Kenia para trabajar en un orfanato sobre el que terminó denunciando casos de malos tratos y sustracciones de comida destinada para los niños por parte de la dirección y trabajadores de este recurso. Esta mujer lleva varios meses enviando dinero que entregan decenas de personas de Rioja Alavesa para la compra de alimentos para los niños.
Además de estas tres personas, también se han desplazado a la isla griega para colaborar con la ONG Refugee 4 refugees, encargada del campamento sito en Samos, Iñaki de Marcos Serrano y Lorena Villacorta. Los cinco vienen trabajando en este espacio desde hace varias semanas para hacer un poco más fácil de los centenares de refugiados que algún día fueron a parar allí.
“isla/cárcel” Según los testimonios que los cooperantes han transmitido desde el terreno, en esta “isla/cárcel” hay unas 5.000 personas atrapadas, sin poder continuar su viaje hacia una existencia mejor, pese a que el campo fue creado en su día para 600. De todas ellas, 1.300 son niñas y niños, lo que acrecienta la sensación de precariedad.
Los jóvenes comentan que las condiciones en las que se encuentra las personas refugiadas y migrantes en este lugar son “vergonzosas”. “La mayor parte de la gente está fuera del vallado del campo, en una ladera en la que es bastante difícil moverse, las tiendas son penosas y muchas veces ni siquiera son tiendas sino toldos puestos de manera que los proteja lo más posible del viento y la lluvia y que en absoluto los protege del frío que ahora mismo hace aquí. A esto se une que la calidad de la comida que se reparte es mala”, apuntan los cooperantes.
Los integrantes del grupo explican también que en la parte exterior del campo no hay tendido eléctrico, por lo que por la noche no hay ningún tipo de iluminación“, lo cual crea, entre otras dificultades, problemas evidentes para la seguridad de las mujeres allí refugiadas. Además, la asistencia médica es del todo insuficiente, ya que solo hay cuatro baños para miles de personas, lo que provoca según el contingente “una total falta de higiene y basura por todos los lados”.
El trabajo que se encomendó al grupo es organizar el almacén donde se recibe la ayuda humanitaria y preparar una tienda donde las mujeres y los niños refugiados pueden escoger la ropa que llega. Sin embargo, “hacía bastantes meses que no se repartía ropa”. Al grupo también se le ha encomendado jugar con los niños del campo y organizarles actividades “que les saquen un poco, aunque sea por un rato, de ese desastre en el que viven”.