A Javier San Pedro Ortega no se le puede negar que la tradición vitivinícola le circula por las venas. Desde muy pequeño comenzó a enredar en la bodega del abuelo, en el interior de Laguardia. Después, cuando su padre decidió independizarse y montar su propia bodega, a Javier le costó mucho trabajo convencerle para que le dejara ayudar. Hasta que a los 17 años le planteó que quería hacer un vino propio y comenzó con el “vino top de mis padres” jugando con las mejores bazas: “elegía la mejor viña, me daban todo lo que quería? era muy fácil”. Así estuvo un tiempo. Poco porque uno de los valores de Javier San Pedro Ortega es su juventud. Y llegó un momento “en el que mi ambición podía más que la tranquilidad que pueden querer ahora mis padres y decidí marcharme porque ya no me motivaba”, señala.
En ese tiempo se fue rodeando de gente creativa, con mil ideas que le sirvieron para ir dando forma en su cabeza a un nuevo proyecto puesto que la bodega de sus padres ya era una empresa asentada y él quería recorrer su propio camino. “Los tres primeros años fueron horribles...luego mis padres me dejaron embotellar porque en el sitio donde estaba no éramos capaces de producir todo lo que necesitábamos... íbamos por la noche, los fines de semana? fueron años?”
Mientras tanto iba gestando en su cabeza su proyecto. “Quisimos hacer la bodega en las faldas de la Sierra Cantabria, al otro lado el camino donde está Bodegas Ysios y donde se van situando otras grandes y medianas bodegas porque es muy emblemático; un sitio propicio para construir un barrio de bodegas”. Elogia el lugar y vaticina que “se va a convertir, como existe en Ribera de Duero la famosa milla de oro, en un lugar donde hacer cosas muy bonitas. Mi idea en el futuro es intentar promover, junto con las bodegas que están y las que van a llegar, un espacio al que cualquiera pueda venir a tomar vinos. Esto sería bueno para el pueblo y para las bodegas porque, al final, mi competencia no son las otras bodegas, más bien son mis aliadas”.
Y se instaló en ese espacio sabiendo las complicaciones urbanísticas que tiene el lugar. “Tenemos un problema con las licencias medioambientales por el poblado de La Hoya que está aquí al lado”, pero su idea es disponer en un futuro de capacidad para 400.000-500.000 botellas y para ello necesitamos ampliar el espacio”.
El modelo de bodega de Javier San Pedro Ortega es claro: “hago 16 vinos diferentes. Entiendo que tenemos los vinos de rotación, como son los crianzas, pero gestionar tantos vinos distintos -y no descarto que sigan saliendo cosas nuevas- es lo que me mueve”. Sobre la rentabilidad, reconoce que es más rentable elaborar 150.000 botellas de una referencia. “Es más fácil, necesitas menos depósitos, menos de todo, pero esto es lo que nos mueve y lo que nos hace diferentes. Hay mucha gente que nos sigue porque cada año tenemos algo diferente”. Y si ese modelo de bodega no deja indiferente a nadie, tampoco lo hacen los nombres de sus vinos, como Cueva de lobos para los procedentes de viñedos de menos de 20 años. Otro de los alicientes de la bodega es que a la entrada ha montado un wine bar porque “quiero que la gente venga y pruebe los vinos. Tenemos copas de la añada que cada uno quiera, un amplio abanico”.
Javier San Pedro Ortega es quinta generación de vitivinicultores, “aunque mi tío dice que él es la quinta y yo la sexta”. Lo cierto es que, en estos momentos, en la familia hay cuatro bodegas diferentes. “Vivir en una familia en la que en la mesa siempre, influye”, asiente el joven bodeguero.
Por eso también se explica la tremenda implicación del bodeguero en lo cotidiano, como permanecer día y noche durante la vendimia en la bodega, incluso durmiendo. “Aquí la gente entra a las seis y media y yo vengo con ellos o antes. Ellos salen a las tres, pero yo vengo por la tarde. En vendimias duermo aquí porque ellos se van turnando; es una paliza muy grande, pero me gusta controlarlo todo”. Además, como otras bodegas, la de San Pedro Ortega comenzó a exportar vino hace un par de años.