en Álava cerca de noventa familias acogen en su hogar a niños que se encuentran en situación de desprotección. Son muchas, pero no suficientes para dar cabida a los doscientos menores que actualmente residen en la red de centros de acogida de la Diputación. Aunque el mejor entorno de crecimiento para un niño es obviamente su propia familia, a veces las circunstancias convierten eso en algo imposible, ya sea de forma permanente o, como en la mayoría de casos a día de hoy, de manera temporal.

Por eso tiene tanto mérito cuando una familia se anima a dar el paso y convertirse en un hogar de acogida. Héroes silenciosos, poco reconocidos socialmente pese a su crucial labor, con historias tan duras como gratificantes. DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha reunido a tres de estas familias alavesas de perfiles distintos para que, junto a la responsable del programa de apoyo al acogimiento familiar en Álava, narren su experiencia en una labor cargada de implicación emocional.

“Ni es bonito ni es fácil. Es muy duro”, admite sin ambages Jon P. cuando le preguntan por su día a día desde que hace más de un año él y su pareja acogieron en su casa de Amurrio a la niña de ocho años que desde entonces ha pasado a formar parte de su familia. En su caso, enmarcado dentro del acogimiento de larga duración -aquellos menores en los que se desconoce cuánto tiempo van a permanecer en su familia de acogida, con un mínimo de dos años- el vaivén de emociones les ha llevado al límite en más de una ocasión.

“Al principio fue todo muy bonito, pero con el tiempo la niña fue encontrándose segura en casa y empezó a sacar todo lo que tenía dentro, con momentos delicados. Lo mismo te quiere pegar que te abraza y te pide que no te vayas. Te encuentras situaciones para las que es imposible estar preparado, por mucha formación que te den en los cursos. Es duro, pero al mismo tiempo muy enriquecedor”, explica Jon, que en su caso tuvo la posibilidad, que no siempre sucede, de poder conocer a la madre de la menor antes de acogerla, y de hecho la visita cada quince días. “Su madre nos acompañó el primer día que la niña nos conoció. Nos dijo que esperaba que cuidásemos de su hija como si fuera nuestra, y para nosotros fue un shock grande escuchar eso de una madre que sabe que su hija se va a marchar a vivir contigo”, recuerda.

Acompañante de las familias durante el proceso, profesional del programa foral de acogimiento desde hace muchos años, Eva Hernández admite que no es fácil enfrentarse a la dura realidad que sufren muchos menores hoy en día. “Son niños que a veces traen historias muy difíciles, a los que les ha tocado vivir vidas muy duras siendo muy pequeños. Realmente sientes mucha rabia al ver lo injusta que es la vida y lo mal repartido que está todo, pero para ellos la única oportunidad pasa por vivir con otra familia en un entorno en el que pueden estar bien; porque estar en un centro de acogida puede estar bien, pero no es lo mismo”, incide. Desde la Diputación acostumbran a realizar llamamientos cada cierto tiempo para captar nuevas familias, pues la necesidad de hogares es continua para los cerca de doscientos niños que residen en centros forales de acogida.

“Por mucho que durante casi un año y medio formes parte de un proceso de selección, con muchas reuniones y formación y en el que no tienes ninguna flexibilidad, porque no nos lo ponen fácil, luego la realidad que te encuentras es la que es. Cuando en tu empresa dices que necesitas salir antes o coger unas horas para acudir a un curso de formación porque vas a acoger a un niño poco menos que se te ríen a la cara”, lamenta Jon P.

Además del acogimiento de larga duración, el programa incluye otros tipos de acogida, como la denominada “familia extensa”, cuando el menor pasa a ser acogida por otro miembro de su familia, como les sucedió a la pareja formada por E.G.F. y M.J., que prefieren aparecer con sus iniciales y no posar para la fotografía. En su caso, este matrimonio tuvo que tomar prácticamente de la noche a la mañana la decisión de quedarse con su sobrina, y como relatan, sin el visto bueno de la madre: “Somos el enemigo a batir, aunque seamos los tíos”. También ellos conocen perfectamente el carrusel de emociones que les ha supuesto la decisión. “No es un camino de rosas, pero merece la pena. Es maravilloso ver cómo, tras la tempestad, porque ella nos puso a prueba todo lo que pudo en casa, llega la calma y ves que estás sacando adelante a una niña que puede crecer con normalidad, sin tener que hacer frente a problemas de adultos que no le corresponde sufrir a su edad”, asegura M. J., que no puede evitar emocionarse relatan su dura pero reconfortante experiencia. Como bien recuerda, por muchos problemas a los que estas familias tengan que enfrentarse , “tu vida cambia mucho, pero para bien”.