gasteiz - Repartidos entre jaimas (tiendas) y casas de ladrillos de barro viven 160.000 personas desde hace más de 40 años en medio de un desierto estéril situado en la provincia de Tinduf (Argelia), donde se reparten en cinco campamentos o asentamientos de refugiados del Sahara Occidental. Sin agua corriente y dependiendo de la ayuda internacional para subsistir, los hombres saharauis, pero sobre todo las mujeres -cuando llegaron a los campamentos la mayoría de sus maridos o estaban en la guerra o estaban muertos-, han sido capaces de construir de la nada infraestructuras básicas como colegios, hospitales, pozos, electricidad?
Tal y como explica la alavesa Irune Lujambio, “aunque son musulmanes, es una sociedad completamente matriarcal donde las mujeres organizan los campamentos y ocupan puestos de responsabilidad”. Han pasado más de 40 largos años de exilio en una de las regiones más inhóspitas del mundo, donde la temperatura en verano supera los 50 grados a la sombra y en invierno el frío llega a congelar, a la espera de que la comunidad internacional les conceda el prometido referéndum de autodeterminación, se les reconozca como estado y puedan regresar a los territorios que hace tantas décadas les ocupó Marruecos. En 1975, el Gobierno de Marruecos expulsó belicosamente a la población que vivía en el Sahara Occidental. Miles de habitantes se vieron obligados a huir para salvar sus vidas por el desierto hasta llegar a Argelia, donde el Gobierno les permitió instalar lo que hoy siguen siendo los campamentos de refugiados saharauis.
La economía en los campamentos de refugiados depende de la ayuda de la cooperación internacional casi en su totalidad. El resto se completa con lo que envían los que emigraron, las familias que han acogido a menores en los programas de Veranos en Paz (en los últimos años las familias españolas acogedoras se han reducido de 9.000 a alrededor de 4.000 por la crisis), así como pequeñas iniciativas emprendidas con el apoyo de ONG.
Son miles los menores saharauis que tienen la oportunidad de ir a estudiar a la universidad en Cuba o en Argelia. En la mayoría de los casos, transcurrido este periodo, vuelven a los campamentos. Son jóvenes preparados en el exilio que ven limitadas sus opciones de futuro. Tal y como cuenta Irune, “los jóvenes están desmoralizados porque después de formarse y volver a sus casas, no ven una salida profesional ni de futuro”. - B. Martín