Vitoria rindió ayer homenaje a Justo Antonio de Olaguíbel, en el bicentenario de su fallecimiento, y como gran recuerdo al arquitecto que, con la construcción de Los Arquillos y la Plaza Nueva, sentó las bases de la expansión de la ciudad más allá de la primitiva muralla que la limitaba. No podía imaginarse el joven Olaguíbel cuando, en el año 1781 y a la edad de 29 años, vio cumplido el sueño de cualquier arquitecto para acometer el más importante y revolucionario proyecto de crecimiento urbanístico de su ciudad natal. Estuvo a la altura de la tarea que le encargó el alcalde de Vitoria de aquella época, el marqués de la Alameda, para aportar una “solución arquitectónica que uniera la antigua ciudad medieval con la zona del Ensanche, ideando tres plazas singulares y salvando los 22 metros de desnivel de la colina desde la zona de Montehermoso”, explica con todo el sentimiento, Ramón Ruiz-Cuevas, colega de profesión de Olaguíbel y estudioso de toda su producción. “Es la unión mejor diseñada del mundo para plasmar sobre el terreno la transición de la zona medieval hacia el Ensanche”, glosa este enamorado del ilustre vitoriano.

No era tarea sencilla para el bisoño Olaguíbel, aunque perfectamente formado en templos como la Real Academia de San Fernando, encontrar la manera que le permitiera salvar la altura del enorme terraplén que delimitaba el final de aquella Vitoria del siglo XIX en el comienzo de la calle Cuchillería. Desde ese punto una enorme ladera de monte, de 22 metros, repleta de vegetación y maleza impedía extenderse a una ciudad que quería crecer más allá de ese corsé. “Lo supo enmarcar a la perfección y hacer todos los recorridos urbanos con lugares como la plaza del Matxete, la propia Plaza Nueva y la contigua de la Virgen Blanca. La mejor aportación de Olaguíbel son los espacios que aporta con esos lugares hechos para el paseo y disfrute de la gente. La solución final deja claro el nivel de genialidad artístico y es algo que tenemos que ensalzar y poner en valor los vitorianos del siglo XXI”, resume Ruiz-Cuevas.

EXIGENCIAS DE LA OBRA En el momento en el que el regidor ilustrado señala a Olaguíbel como responsable del proyecto, el encargo le llega con una serie de condicionantes que elevan el grado de dificultad del trabajo. La plaza debe ser un cuadrado perfecto, de 220 pies castellanos en cada uno de sus cuatro lados, además de ser capaz de albergar un mercado, permitir la celebración de corridas de toros y contar con una zona porticada, para proteger al mercado de las inclemencias meteorológicas.

“También detalla el marqués de la Alameda que, tres de los cuatro lados de la plaza, se destinarán a viviendas reservando el cuarto para ser la sede de una nueva casa consistorial”, apostilla Ruiz-Cuevas. Ya en aquellos tiempos, hace 237 años, se apostó por financiar la gran obra con la plusavlía generada por la venta de las viviendas que se iban a edificar en la nueva plaza. La inmensa totalidad de ellas fueron adquiridas por la “sociedad vitoriana más pudiente” como nuevo lugar de residencia de más elegancia y distinción que en el interior de la original muralla. Se llevan a cabo los desmontes necesarios y la venta de las casas que iban a dar liquidez a la transformación de la ciudad. A partir de esos condicionantes del proyecto empieza a bullir en la cabeza del treintañero Olaguíbel la forma de encajar todas las piezas en una solución “excepcional y magistral”.

El 17 de octubre de 1781 se coloca la primera piedra de la obra una vez encontrado el lugar para ubicar en la zona baja de la colina el cuadrado perfecto de la Plaza Nueva. Olaguíbel se sumerge en dar forma a la idea que terminará plasmando con Los Arquillos y que funcionan como “calle porticada, orientada al sur y contrafuerte y pilar de sujección” en el costado de la colina y los 22 metros de desnivel.

“El primer tramo en construirse es el denominado del juicio, en la actual Cuesta de San Francisco, y que sirvió para albergar una cárcel y ser el lugar de celebración de juicios”, relata Ruiz-Cuevas. El segundo de los tramos, el denominado del Ala, sobre la calle Mateo Moraza, estuvo rodeado de alguna controversia al haberlos ideado originalmente “con una planta menos de las que finalmente se terminaron construyendo”, matiza el estudioso de la obra de Olaguíbel.

Toda esta obra se alargó en el tiempo durante una década, de tal manera que, para el 24 de diciembre de 1791, la corporación municipal ya pudo celebrar su primera reunión en el flamante Ayuntamiento que hoy en día, 227 años después, sigue dando cobijo a los 27 ediles surgidos de las elecciones de hace tres años. Algo más se alargó en el tiempo la tarea de contar con una calle interior porticada como Los Arquillos, rematados finalmente en 1.804.

El encargo le reportó al arquitecto una fortuna para aquella época de 58.480 reales que no alteraron la discreción de Olaguíbel. Siguió ocupando el piso de la calle Pintorería 22, en el que residió durante sus 66 años de vida, en compañía de su hermana Elvira. Cumplimentada la obra que le hizo pasar a la posteridad, los trabajos del arquitecto se orientaron a la arquitectura religiosa. Hay ejemplos suyos en construcciones como la portada de la Casa de San Prudencio en Armentia o la portada del convento de las Brígidas, visible en la calle Vicente Goikoetxea. Desperdigados por Álava se reparten otros trabajos como la sacristía de la parroquia San Andrés, de Elciego, el pórtico de Aberásturi o el coro mayor y reja en Gamarra Mayor.