andoin - El Carnaval rural es mucho más que una fiesta popular pagana. Tras él se mueven fuerzas ancestrales que deambulan entre el día y la noche. Simboliza el final de un ciclo y el comienzo de otro. Es tiempo de tránsito. Termina el invierno y comienza la primavera. Se rompe la línea entre vivos y muertos, entre lo divino y lo terrenal, entre gobernantes y gobernados, se falta al respeto a la autoridad y se transgreden todas las normas. Tiempo atrás, antes de la Guerra Civil, la mayoría de los pueblos alaveses gozaban de un festejo carnavalesco. No era un espectáculo para ser contemplado, sino para ser vivido. Era una fiesta que sobre todo disfrutaban los jóvenes. Robaban alguna gallina y comida para darse un festín. Arrojaban a los vecinos harina, ceniza o agua. Perseguían a lo más pequeños con vejigas, horquijos y escobas. Metían ruido con cencerros, carracas, gritos e irrintzis. Tras un tiempo de prohibición y olvido estas fiestas han resurgido con fuerza en el territorio. Y aunque aún son pocos los carnavales rurales en Álava, estos se mantienen vivos, entre otros, en Zalduondo, Santa Cruz de Campezo, Salcedo, en el valle de Kuartango y, sobre todo, en Asparrena.
Fiestas que giran entorno a un personaje que representa el año que ha pasado y que encarna todos los males que han ocurrido en el pueblo. Por ello, tras ser increpado y juzgado por las gentes termina en el agua o en la hoguera. “Lo que representan los diferentes personajes como el Hombre de Paja, Markitos o Toribio es el espíritu del invierno, de la vegetación caduca y el resurgir de la naturaleza de cara a primavera. Es una manera de resurgir el espíritu matándolo y trayéndolo de nuevo a la vida”, explican desde la organización de los carnavales rurales de Álava.
Éstos arrancan el fin de semana anterior al Jueves de Lardero y empiezan en la zona rural. Los pueblos se adelantan a una fiesta que nada tiene que ver con la de la capital alavesa y en la que la esencia de los ancestros sale a la luz procurando mantener su carácter simbólico y transgresor a pesar del paso del tiempo. Personajes como Markitos, el Hombre de Paja, Porretero o Toribio, culpables todos ellos de los males acaecidos durante el año, volverán un año más a ser los protagonistas de una cita ineludible.
El de Asparrena, es un Carnaval itinerante, que tiene al Hombre de Paja como protagonista. La fiesta comienza con una alubiada popular de todos aquellos que se van a disfrazar: los porreros. Hoy en día se asemejan a los de antaño. Se utilizan elementos que entonces había en las casas. Pieles de oveja, camisas negras o de vivos colores, todo con el objetivo de ridiculizar a los que mandaban. En general, los jóvenes no compraban nada (excepto, en algún caso, las caretas); todos los materiales los conseguían de los desvanes, cuadras y cabañas de su propia casa. Utilizaban vestidos viejos, sacos, pieles, sobrecamas o capotes de los pastores. Los más valientes desafiaban el frío, saliendo desnudos de cintura para arriba, pintados de negro. No era extraño usar elementos vegetales para ocultar la identidad: hojas y pelo de maíz o hiedras. En la cabeza portaban gorros de paja o de lana y pasamontañas. El rostro lo encubrían con máscaras, mantillas, medias, huesos, nabos y cintas; también con pintura negra o roja. Era fundamental que nadie les reconociese. A los jóvenes les gustaba imitar los diversos oficios de su entorno y se disfrazaban de pastor, herrero, quincallero, hojalatero, cura o barrendero.
Acompañados de los músicos los miembros de la comitiva se disponen a pedir por las casas del pueblo. “Antiguamente era una manera de que los mozos comieran, merendaran o cenaran. Hoy en día lo de pedir es un símbolo”, explican desde los carnavales de Ilarduia, Egino y Andoin.
Carnaval ha sido el tiempo de la transgresión. Se manifestaba, por ejemplo, en el robo. Los jóvenes, además de lo que les daban las mujeres de la localidad, se apoderaban de todo lo que encontraban a su paso: gallinas, conejos, huevos o cazuelas con comida... Compartir estas aventuras en las tertulias se convertía en un momento de gran deleite para ellos.
Subido a lomos de un burro, el Hombre de Paja viaja hasta la cercana localidad de Egino donde todos los participantes tendrán la oportunidad de degustar unas ricas torrijas y chocolate caliente. Al caer la noche se encienden las antorchas y el ambiente se vuelve más tenue y oscurantista. El protagonista cambia de medio de transporte y es ahora cuando se sube al carro tirado por bueyes para hacer el trayecto que separa la localidad de Egino de la de Andoin donde un año más su final estará claro: arder en la hoguera.
“El fuego está compuesto de ulagas”, explican los organizadores. Tras la lectura de la sentencia en la que se le acusa de todos los males acaecidos en el municipio en los últimos doce meses se le prende fuego a la hoguera. “Durante todo el tiempo que dura el fuego se baila en corros”, explican.
Calendario de carnavales El calendario de los carnavales rurales alaveses empieza este sábado con los que se celebran en los pueblos de Ilarduia, Egino y Andoin. A estos se sumarán el mismo día los actos festivos de Kuartango -a las 19.00 horas-. Con posterioridad, Markitos será objeto de mofa en Zalduondo el domingo 11 a partir de las 13.00 horas hasta su quema en torno a las 19.00 horas. Kanpezu hará culpable de todos sus males a Toribio el martes 13 de febrero a las 19.00 horas, mientras que Porretero, en Salcedo, el 17 de febrero a las 19.30 horas, será el último en cargar con las culpas en los carnavales rurales.
A través de sus máscaras, danzas y músicas los habitantes de los pueblos tienden puentes entre el pasado y el presente con el único objetivo de ver la alegría reflejada en los ojos y conservar la magia del misterio. El sonido de los cencerros, el fuego, la ceniza y el colorido trasladan en los carnavales rurales a momentos de antaño que, con un gran esfuerzo, gentes con una gran ilusión han conseguido recuperar.
Entorno a los personajes principales otros secundarios tomarán las calles como la vieja, el oso, las autoridades locales, los ceniceros, los gordos, las puntillas, las cubiertas, los hojalateros o el porrero, entre otros. Sus disfraces se asemejan fielmente a los de antaño.
Zalduondo, Asparrena, Kuartango, Santa Cruz de Campezo y Salcedo son sólo una muestra de los 126 carnavales rurales que se organizan en el territorio y que en 2015 fueron la primera manifestación cultural inmaterial registrada y catalogada por el Gobierno Vasco. El Carnaval también ha cambiado con el transcurso de los años, pero su nexo de unión sigue vivo hoy en día, ya que es tiempo de transgresión.