amurrio - La casa de cultura de Amurrio va a albergar a las 19.30 horas del jueves una interesante charla a cargo del etnógrafo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi Iñaki García Uribe. Éste disertará sobre los kirikiño-hesi y sobre los castañeros, una de las profesiones menos conocida vinculadas al aprovechamiento de los montes. Y eso, pese a que en el siglo XVIII fue un lucrativo negocio.

La conferencia -que llegará a Amurrio por mediación de la asociación etnográfica local Aztarna- lleva por título Ericeras y cortinas en Ayala y Orozko. Ambos sustantivos se utilizan para definir a los kirikiño-hesi, o recintos para el almacenamiento de castañas en el monte. La primera acepción es en castellano y, la segunda, una forma particular para su definición endémica de Amurrio. Desde allí, precisamente, salieron los cientos de carros tirados por bueyes que hacían falta para llenar el barco que cada semana partía del puerto de Bilbao cargado de este fruto del bosque con destino hacia Alemania, Inglaterra y Holanda.

“Quien más quien menos ha oído hablar de los oficios de ferrones, carboneros, canteros-moleros o tejeros que, en siglos pasados y antes de la llegada de la electricidad, surgieron en nuestros montes, ya que eran auténticos nidos económicos. Pero también estaban los castañeros que se han quedado injustamente en el olvido, ya que salvaron de la hambruna a miles de personas”, subraya García Uribe.

De hecho, la castaña fue un importante producto alimenticio cuando a las familias, en pleno invierno, no les quedaba nada que llevarse a la boca. “Estaba muy controlado. Un total de 18 eran las unidades que daban la energía necesaria a una persona para subsistir una jornada. No existían las neveras por lo que no había forma de conservar alimentos como hoy, y no todo el mundo se podía permitir sacrificar un cerdo o similar, así que la castaña -sobre todo con leche caliente- era un plato muy nutritivo y recurrente en aquella época. También se molían para obtener harina con la que elaborar lo que se llamaba pan de los pobres, y cuando no quedaban ni castañas, se hacía con bellotas”, asegura el de Aranzadi, que se siente muy orgulloso de haber ayudado a recuperar la receta del cocido o sopa de castaña. “Se le da un tratamiento similar al de la alubia en puchero. Me la enseñó una abuela de Orozko que hoy tendría 110 años. Han pasado quince y ya la han puesto a prueba hasta txokos”, afirma.

De por qué fueron precisamente el Valle de Ayala y Orozko las zonas elegidas para suministrar castañas a Europa, García Uribe lo relaciona con la cercanía del puerto de Bilbao (en torno a veinte kilómetros) y las buenas conexiones gracias a la existencia del Camino Real. No obstante, “tenemos documentados casos de caravanas nocturnas de carros con bueyes por Sopuerta desde Ayala, para cargarlas en barcos en Castro, todo de noche, con premeditación, para ahorrarse el impuesto de carga que había que pagar en Atxuri”, apunta.

Y es que, precisamente, en ese almacén portuario bilbaíno (hoy día estación de tren a Bermeo) es donde en 1780 acaeció un motín por parte de los castañeros de Orozko, que “nos ayuda a hacernos una idea de los muchos intereses económicos que había detrás de lo que yo denomino las gominolas del monte”, señala García Uribe. La revuelta, que terminó con el corregidor de la época dirimiendo a favor de los amotinados, surgió a raíz de la intención del comisionado del negocio de pagar menos de lo establecido por fanega de castañas en lonja. “Se llamaba Manuel Goikoetxea, era de Llodio y yo le denomino el Bárcenas del siglo XVIII, porque se hizo de oro ya que manejaba todos los encargos, gracias a su contacto con Pedro Goossens de Amberes. Éste, belga afincado en Bilbao, llegó a ser concejal y poseedor de una naviera que era la que fletaba un barco a la semana para transportar castañas a Europa”, explica.

De esta importante actividad comercial aun quedan huellas en los montes en los restos de kirikiño-hesi. Recintos amurallados circulares de piedra, con un vano de entrada, en los que se almacenaban y conservaban los kirikiños; es decir, la característica vaina de pinchos en la que suelen crecer entre una y tres castañas.

“En Euskadi hay inventariados 110 kirikiño-hesi, y 43 de ellos están en los bosques del Gorbea. El más bonito para mí es uno del barrio Orortegi, en Baranbio, que tiene 4,5 metros de diámetro, 1,5 metros de altura y 24 metros cúbicos de volumen, pero los hay de muy diversos tamaños. Los hacían con un grosor de tres palmos para que no accedieran los animales salvajes, y ninguno tenía tejado porque las castañas se guardaban hasta tener un punto de fermentación que facilitaba su traslado al carro. Una labor a la que se dedicaban las mujeres y los niños haciendo uso de unas tenazas y canastos, que se elaboraban también con madera de castaño”, informa el etnógrafo.

Del vareado de este fruto para que cayera del árbol -o “derramado, como se dice en Ayala”- se encargaban hombres, pero no autóctonos. “Los de Ayala y Orozko eran hidalgos porque, aunque pobres, tenían caserío, así que se contrataba a vecinos del Valle de Mena durante varias semanas de octubre a noviembre, y al final de la temporada se hacía una gran fiesta que hoy se sigue rememorando, el último domingo de octubre, con el Gaztain Eguna de Orozko. Muchos terminaron casándose con chicas de aquí. Los últimos ya hace 150 años”, matiza el etnógrafo.

Y es que al llegar la electricidad y los modernos métodos de conservación alimenticia, la castaña dejó de recogerse, los kirikiño-hesi perdieron su razón de ser y entraron en declive. Algo a lo que también colaboró, en pleno cambio del siglo XIX al XX, la llegada de la enfermedad de la tinta negra. “La llamaron así porque los árboles sudaban como gotas negras. Fue un auténtico cáncer para el castaño, en dos años se extinguieron el 90% de los ejemplares.

Tradición. El consumo de castañas se ha convertido en una costumbre relacionada con la cercanía del invierno, pero antaño llegó a ser la principal fuente de alimentación de muchas poblaciones del sur de Europa hasta el punto de que con la harina molida de la castaña triturada se elaboraba el denominado pan de los pobres o pan de los bosques. Y antes de la llegada de la patata y el maíz procedentes de América era habitual que los habitantes de zonas rurales cenaran castañas durante cuatro o cinco meses del año.