Álava es tierra de emprendedores. Y no solo de grandes proyectos, de bodegas o empresas de renombre. Hay también una pléyade de gente que está apostando por proyectos pequeños y sostenibles que no solo conforman una actividad económica, sino que abren la puerta al establecimiento de nuevos residentes o el regreso a sus pueblos de nacimiento de quienes marcharon buscando otras oportunidades. Ese es el caso de una pareja, Mónica García y Ramón Roa, a quienes se unió posteriormente Andrea Campesino, que hace nueve años pusieron en marcha una explotación agraria ecológica en Salcedo, en el valle de Lantarón, dejando trabajos que quizás fueran más rentables económicamente, pero que no llenaban las expectativas de desarrollo personal de cada uno. Así nació Tierra, papel y tijera una iniciativa agroecológica que ha popularizado la cesta de productos de carácter semanal o quincenal que, al precio de 12 euros, acerca a las familias alavesas verduras frescas durante todo el año, siete productos al menos, diferentes según la estación del año.

Cuenta Ramón Roa, en conversación con DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, que la idea surgió cuando ya vivía con Mónica en Valencia y comenzaron a dar vueltas a regresar al medio rural. “Mónica es de Elche y yo soy de Salcedo. La idea que teníamos, al menos como personas, era cambiar el cómo estaba funcionando todo, no nos gustaba cómo funcionaba el mundo en general y la propuesta que teníamos era empezar desde el principio, por medio de la agricultura y tener una vida más ligada a nuestros principios, con más control sobre nuestra propia vida”. Ramón es ingeniero agrícola y Mónica hizo Bellas Artes. En su día ella estaba acabando la carrera y su compañero estaba trabajando en una empresa que se dedica a realizar inspecciones agrarias. “Dejé el trabajo y como lo que queríamos era trabajar la tierra de modo ecológico, lo primero que hicimos fue ir a aprender, porque la universidad está muy alejada de la agroecología, no forma en ese sentido y toda la preparación que teníamos no nos valía mucho. Fuimos a trabajar con un agricultor ecológico de Valencia, que lleva muchos años implicado, para formarnos de una manera más ligada a la tierra”, cuenta como primer paso de la idea. La experiencia para la pareja fue satisfactoria y cuando llegó el momento de decidir ambos lo tenían claro, “volver al pueblo, a Salcedo, donde mis padres son agricultores de toda la vida. Teníamos, por eso, posibilidad de tener tierra, la tierra de la familia, por lo que por ese lado era fácil empezar, y luego porque este es mi lugar, que para nosotros era importante”.

INICIO HACE NUEVE AÑOS Empezaron con un poco de terreno que Ramón les pidió a sus padres. Ellos estaban entonces activos, así que empezaron con poco terreno en el año 2009, con un proyecto de autoabastecimiento, y este los llevó a vender algo de verdura y así fue como nació el sistema de ‘cestas’ que tienen. Según Mónica, lo que comercializan es una cesta de verdura de temporada. “Creo que el consumidor, y nosotros también lo hemos sido y lo somos, la cesta le ofrece una mirada más amplia sobre todo lo que hay y cosas nuevas que hasta ahora no se cultivaban por esta zona y que hemos visto que se adaptan bien. La cesta ofrece que nosotros podamos diversificar a nivel agrario nuestra huerta haciendo que tenga rotaciones y que sea más rica su productividad. Y también para el consumidor, que así conoce nuevos alimentos y siempre comen de temporada, siempre está fresco porque lo cogemos el día anterior o incluso el mismo día. Es una pasada que puedas comer de verduras procedentes de menos de 30-35 kilómetros de tu casa, que sean productos frescos y de buena calidad”.

La cesta tiene siete productos diferentes y dependiendo de la temporada va variando. En verano hay más tomate, calabacín, berenjenas las cosas del verano, y ahora en invierno, aunque la gente cree que hay menos verdura en realidad no es así. “Aquí el invierno es muy largo y hay muchas variedades de coles, hay raíces, hay cardo, borraja y otros productos que están más acostumbrados a comer en la Ribera Navarra. No sé si es por el tema de las cestas o igual en el mercado ya existía, pero los hemos ido incorporando a nuestras huertas y están funcionando muy bien. Hay bastante variedad en invierno también”. Ramón desgrana cómo en verano hay muchos productos que se guardan y se van sacando durante el invierno: calabaza, cebolla, patata. Son cultivos de verano pero que en realidad se consumen en invierno o durante todo el año. “Para nosotros esos productos son muy importantes, porque nos hacen la base de la cesta, que luego, con la verdura que hay de temporada (coliflores, brócoli, berzas, puerro) facilitan que sea ahora cuando más verdura tenemos”. De hecho, ahora en invierno, hay más de quince o veinte verduras diferentes. Para comercializarlo, Mónica explica que están asociados a Bionekazaritza, que es una asociación de agricultores y consumidores ecológicos “y siempre hablamos entre todos los productores sobre cuál sería el precio justo, qué productos deberían ir en la cesta, qué tipos de productos hay, cuánto nos cuenta producirlo, prepararlo, llevarlo”. Empezaron con un precio de diez euros y ahora son doce, que consideran que es bastante justo para ellos.

El proyecto, para esta agricultora, tiene más recorrido que la simple venta de productos. Este proyecto requiere de un compromiso por parte del consumidor y del productor. “Nosotros nos comprometemos en que, durante todo el año, todas las semanas o casi todas las semanas, vamos a poder ofrecerte esa verdura para ti o tu familia, pero el consumidor también tiene que ser consciente que está apoyando un tipo de agricultura familiar y ecológica y que no es que simplemente esté comprando un cesto de verduras, sino que está apoyando un tipo de proyecto pequeño y ecológico. No es que la suma de cada verdura sea 12 euros. Este precio no es solo de la verdura. Es el apoyar una agricultura concreta”. Por eso no hay grandes campañas para promocionarse. Comenzaron colocando unos cuantos carteles y después funcionó muy bien el boca a boca. Ahora han puesto en marcha una web, que no habían tenido nunca y es algo que no consideran necesario para su proyecto. Es algo que puede ayudar y que en estos momentos hemos decidido tenerla para apoyar y que la gente pueda ver lo que hacemos, ya que todo el mundo se maneja con este tipo de medios de comunicación. “Para nosotros, lo más importante, es que la gente esté contenta con su cesta y que se lo diga a su amigo, o a su hermano o a quien sea, porque al final, un proyecto como este lo están sujetando entre 30 y 50 familias. No hace falta medio Vitoria para sujetar un proyecto así.” Y la cifra es real. Con ese número de familias es factible el proyecto, aunque también hacen algo de extensivo: legumbre y otro tipo de cultivos. Por eso es posible con poca gente. Dice Ramón que “nosotros, en total, haciendo algo de extensivo, como legumbres o trigo, vivimos con unas 16 hectáreas de terreno, cuando la media actual está en 100/150 hectáreas de un agricultor promedio. Pero esto es un poco por donde nos han llevado la agricultura, que parece que se tenga que tener mucha tierra y nosotros creemos en otra cosa”. Porque la cuestión para estos jóvenes es que “hay que cambiar muchas cosas”. Afirma Mónica que eso es posible “a través de mucha gente con experiencias pequeñas”, pero lamenta que “las grandes empresas, las farmacéuticas y las multinacionales lo único que pretenden es fomentar el uso de las cosas que venden, de los insumos químicos que al final compran todos los agricultores convencionales. Parece un tema tabú. Es muy difícil escuchar en la radio temas de agricultura ecológica, parece que la palabra ecológico esté prohibida en algunas emisoras”. De hecho, Ramón añade que “nos encanta oír a Arzak o cualquier otro contando lo que hacen y luego, en nuestras casas, parezca que vivimos en otro mundo. Creo que lo que se debería hacer es volver al producto de temporada y aquí en Álava se puede comer producto todo el año, como se ha hecho desde siempre, hasta los años 50”.

TERCERA PRODUCTORA Para mejorar ese trabajo, la última incorporación ha sido la de Andrea Campesino, una joven que estudió Producción Agroecológica en Arkaute e hizo las prácticas en Salcedo, con ellos, y al final se he quedado en Tierra, papel y tijera. Una incorporación que es complicada como lo es también la ‘vida administrativa’ de esta empresa, porque entre ellos tienen que hacer desde los papeles que hay que llevar a Hacienda hasta vender las cestas, cultivar todos los productos, limpiar el garbanzo y el trigo, tamizar la harina, venderla y demás. Todos los trabajos, desde la semilla hasta la venta los hacen ellos, pasando por todo el papeleo. En verano la huerta absorbe muchísimo tiempo, porque tiene más trabajo que el que pueden hacer entre los tres y en invierno el trabajo tiene su tiempo para la huerta, pero también dentro de casa, limpiando alubia, garbanzo. Intentan planificar la semana o por temporadas. Pero el día a día tiene que ser según va surgiendo. “Ahora estamos limpiando alubias y tamizando harina, pero si llama alguien que necesita 50 kilos de garbanzos para el viernes, pues dejamos lo que estamos haciendo y nos ponemos a prepararlo. Estos son proyectos en los que tienes que hacerlo todo”, según Ramón.

En cuanto a los encargos de las cestas. Se trata de familias que más o menos tienen un compromiso, aunque no esté escrito, de coger la cesta cada 15 días o cada semana. En Vitoria están un local que comparten con muchos productores: el panadero, el huevero, otro que hace sidra. “Todos somos productores ecológicos de Álava, y las familias que cogen la cesta también pueden acceder a otros productos de los demás elaboradores o a los otros productos que también llevamos nosotros, como los garbanzos, las alubias, harina cosas que no van en la cesta”. Pero lograrlo, después de nueve años de trabajo, no ha resultado un camino de rosas. Para Ramón, “esta es una zona olvidada de Álava y un proyecto como el nuestro, pequeño, con huerta y demás, que sea de las pocas zonas de Álava que no tiene aún regadío dice mucho del abandono”. Con el tema del pantano de Barrón “no estamos de acuerdo con el proyecto, porque es súper invasivo y da la impresión de que las cosas tienen que ir por la vía de los macroproyectos, cuando se pueden hacer cosas más pequeñas y más diversificadas con pequeñas balsas en diversos puntos y no un embalse que pueda inundar un pueblo entero y que pueda causar unos perjuicios medioambientales tremendos”. Añade que ellos no creen en macroproyectos, ni en aves, ni en nada de esas dimensiones. “Que queremos agua aquí, es evidente, como todas las regiones de Álava, pero que no sea a través de reventar espacios” y sugiere que “debe haber gente, que estamos pagando entre todos, que piense en otro tipo de proyectos para llevar el agua donde no tenemos. Este año lo hemos pasado mal a pesar de que echamos gotas a las plantas para que no se desperdicie nada”.

Mónica también lamenta que “las ayudas van dirigidas a que pidas un crédito, te cases con un banco y compres maquinaria nueva y que permanezcas endeudado. No entendemos esas ayudas. Ayudas es que te apoyen fiscalmente, que tengas menos gastos, que los primeros años puedas pagar menos, pueda haber asesores que te orienten sobre cómo contratar gente joven, cómo hacerte un espacio de trabajo sin que sea todo tan complicado”. Y es que en la mayoría de los casos de los jóvenes que acometen iniciativas como estas “tratamos de salir adelante con medios de segunda mano o con recursos preparados por nosotros mismos. Y para estas cosas no hay ayudas”. Detalla que las ayudas a la mecanización van todas dirigidas a comprar cosas nuevas, por no hablar de alquilar pabellones o comprarlos, que no te los puede vender una persona que se ha jubilado, sino una empresa. “Habiendo un montón de pabellones en la zona, de gente jubilada, no nos dan ayudas para comprarlos o alquilarlos, pero si nos dan ayudas para crear un pabellón nuevo. Con lo cual, los pueblos están llenos de pabellones vacíos. Es la ayuda al cemento”. Añade que “parece que son ayudas a la agricultura, pero en realidad lo son para las empresas de tractores y a la construcción”, cuenta Ramón. Al final es lo de siempre. Quien quiere emprender, quien tiene una idea para desarrollar, “lo tiene que comenzar pagando. Por eso muchas ideas no se desarrollan, porque no se sale del lastre que es pagar muchísimas cosas al principio y no se puede sostener, además de que es abrumadora la cantidad de papeleo que hay que gestionar. Y si no saben o no puedes hacerlo tu tienes que pagar a una gestoría”. “A los ayuntamientos, terminan de explicar, se les llena la boca diciendo que los jóvenes tienen que venir a los pueblos y a nosotros no se nos ha puesto más que trabas. Si quieren que vengamos tienen que flexibilizar las normas para que la gente quiera querer venir”.