vitoria - Turno para los psicólogos forenses encargados del caso de la joven que ha denunciado a cinco miembros de su familia por presuntos abusos sexuales y maltrato habitual. Su relato, en la línea de varios de los expuestos hasta la fecha ante la Audiencia Provincial, resultó estremecedor y el diagnóstico de la víctima, severo estrés postraumático crónico, desalentador. La mujer, entre otros síntomas, padece ansiedad, palpitaciones, ahogos y parálisis motora como respuesta fisiológica a las constantes situaciones de “ultraviolencia” vividas desde la infancia. Es incapaz de relacionarse con varones y, de vez en cuando, sufre bloqueos. “Prácticamente toda su vida ha sido alimentada con sopa, así que ahora, cuando ve un plato de sopa se queda totalmente paralizada. Es incapaz de coger la cuchara”, detalló ayer unos de los expertos a modo de ejemplo. También experimenta pesadillas y flashbacks en los que regresa a las aterradoras vivencias de su pasado. Preguntados por su posible evolución en los próximos años, los médicos no albergan demasiadas esperanzas. “Las secuelas van a persistir, no va a mejorar”, estimaron.

El relato de la víctima “es congruente y encaja perfectamente” con la sintomatología que manifiesta. “Ha sufrido una situación altamente traumática durante mucho tiempo y a una edad muy temprana, en la que todavía se está formando la personalidad”, ilustraron. Su carácter ha quedado marcado de forma indeleble y, a modo de muestra, los psicólogos detallaron que “cuando escucha un gracias o un por favor, para ella es todo un mundo”. Sumisa y estancada en un plano de inferioridad, los forenses indicaron que “ha aprendido a adaptarse para sobrevivir en un entorno de agresividad”.

La dependencia afectiva es una constante en la vida de la víctima, que persigue continuamente la aceptación. Las terribles experiencias que relata en su denuncia han provocado que carezca casi por completo de motivación y que tenga dificultades tanto para concentrarse como para comprender lo que lee.

A pesar de los intentos de los letrados de la defensa por diferenciar dos periodos de abusos, los expertos insistieron en que padeció una única, extensa y atroz fase de ataques continuados que comenzaron en casa de su padre, en la calle Correría, y prosiguieron en el domicilio que compartió con su abuela y sus tíos, en la calle Herrería. A preguntas de uno de los magistrados, quien pidió a los psicólogos que eliminaran hipotéticamente la etapa en la que la víctima residió con sus progenitores, los expertos afirmaron que sólo con lo vivido en la segunda casa bastaría para provocar los severos traumas que padece actualmente.

Llegado el momento de las conclusiones, la fiscal, la representante de Clara Campoamor y la acusación popular repasaron lo escuchado en la sala de boca de la propia denunciante. Recordaron cómo asegura que su padre “la encerraba en el baño hasta que se dejaba hacer” o cómo, cuando finalmente la violaba, le decía “¿por qué lloras? Pareces gilipollas, si lo que estamos haciendo está bien”.

El retrato familiar de la acusación presentó a un padre que obligó a beber a su madre hasta que la internó en un psiquiátrico, que arrastró a su hijo menor a los bares para que consumiera alcohol y que obligó a los pequeños a enfrentarse a golpes entre sí. Habló de una abuela agresiva y de unos tíos que, además de abusar de ella, la condenaron a una vida “rayana en la esclavitud”. El motivo que hizo que estallara en una denuncia fue, según rememoraron, “ver que todo aquello se empezaba a reproducir en sus primos pequeños”.

Trauma. Los psicólogos forenses aseguran que los traumas severos padecidos durante la niñez y adolescencia han provocado daños psicológicos crónicos.

Bloqueo. La víctima es incapaz de relacionarse con varones y, dado que se alimentó durante años sólo con sopa, cuando ve un plato se queda bloqueada.

Los graves síntomas que muestra la víctima encajan con su relato de los hechos y la llevan a situarse en una posición de sumisión, buscando constantemente aprobación y afecto.