Al sexto día, el último de las fiestas, el centro de Vitoria se desperezó con algo más de calma, como si le dolieran los pies o le pesara la resaca. Las dianas sonaron algo solitarias. Eran las nueve de la mañana en la Plaza Nueva. Apenas había gente y el sol se filtraba, adormilado, entre grises grietas. Papeles, vasos de plástico y globos de helio desfallecidos tiznaban todavía las calles, cicatrices de una noche intensa. Tuvo que llegar el mediodía para caldearse el ambiente. Los blusas más duros de la cuadrilla Jatorrak desembarcaron poco antes de las doce con su furgoneta en la plaza de la Virgen Blanca, entre vendedores desesperados por liberarse de la mercancía (serpientes con epilepsia, monos de grandes abrazos, tractores de plástico...), turistas sorprendidos que no dejaban de mirar a todos lados, bancos ocupados por los mismos abuelos del resto del año y terrazas a medio gas. Hincharon dos piscinas infantiles, una con agua, la más pequeña, y dos valientes se introdujeron en bañador y con una cerveza en la mano. El día del guarro reconvertido al fin en día del limpio. Los fotógrafos se abalanzaron sobre ellos. La gente les rodeó, curiosa. “¿Está fría?”. “No hay dolor”.
A la izquierda de la plaza, junto a la heladería Ferretti, concejales del Consistorio participaban en la tertulia de una emisora de radio, algunos con ojeras, animados todos, contentos por cómo habían transcurrido hasta ese momento las fiestas. Decían que este año se ha notado más gente que nunca de día, seguramente por las fechas en que ha tocado La Blanca, con fin de semana de por medio, y la climatología, muy agradable durante las horas de sol. Un camarero de un bar próximo reconocía que “se ha hecho mejor caja que otras ediciones, sobre todo mejor que en 2015, que fue un ejercicio realmente malo”. Todavía nadie sabía que por la tarde se conocería el primer caso de agresión sexista con las fiestas como contexto. Y los representantes políticos se alegraban, ante los micrófonos, de no haber tenido que lamentar, más allá de los tristes episodios de violencia machista que se dan durante todo el año, ninguno como los vividos, por ejemplo, durante Sanfermines.
La ciudad sonreía al último día de fiestas, agradecida aunque cansada. Hubo quienes aprovecharon las escalinatas de la plaza de Los Fueros para echar una cabezada, mientras la mayoría del público seguía los últimos partidos del Campeonato de Pelota Vasca de Fiestas de la Virgen Blanca. “Ayer el Ogueta fue la demostración del presente de este deporte. Hoy presenciamos que también tiene mucho futuro”, decía un aficionado, orgulloso por el espectáculo que estaba presenciando. A lo lejos, empezó a sonar una charanga. Y algunas personas que caminaban por la calle se animaron a bailar y cantar, mientras las calles atronaban al ritmo de El Rey León y Grease, vistiendo con el mejor traje el final de la fiesta. Diversión que cientos de personas intentaron apurar siguiendo a la comparsa de gigantes y cabezudos, jugando en el Espacio Aventura del Prado, disfrutando del mejor te moruno en el Zoco Árabe, visitando a Gargantua o deleitándose con bertsos del Machete.
También hubo oportunidad, un día más, de ponerse las botas. La cuadrilla Alegríos, que este año ha hecho especialmente honor a su nombre porque soplaba quince velas, puso a la gente a salivar con la organización de una txorizada popular. Era la undécima vez que la hacía y, como todas las anteriores, fue un éxito arrollador. Decenas y decenas de personas fueron acercándose hasta la plaza del Artium, como los niños encantados del flautista de Hamelín, llamados por el sugerente perfume del embutido. Y así, casi sin que nadie se diera cuenta, llegó la tarde, ensombrecida al conocerse el intento de agresión sexual a una joven en la zona de San Martín. La noticia convirtió el paseíllo en una procesión silenciosa y la plaza de la Virgen Blanca en el escenario, a las ocho y media, de una multitudinaria concentración política y ciudadana contra la violencia machista y las actitudes sexistas en fiestas.
Fue un bofetón de realidad en medio de la magia de la celebración, antes de la ilusión final: la subida de Celedón a la torre de San Miguel. Cientos de vitorianos volvieron a reunirse a sus pies a la hora en que las carrozas se convierten en calabazas para despedir al aldeano de Zalduondo con el nudo del pañuelo en la garganta y dejarse arrastrar, unos pronto, otros más tarde, hasta casa. Hoy, cuando despierten, la fiesta será ya historia y habrá quienes lloren por su ausencia, quienes se alegren del fin del ajetreo, sobre todo si han tenido que aguantar los ruidos nocturnos, y quienes vuelvan con resaca a la rutina del día a día. Los más afortunados saldrán pitando a sus destinos vacacionales. Los un poco menos afortunados tendrán que trabajar. Y los todavía menos afortunados no tendrán ni vacaciones ni trabajo, que la crisis todavía hace mella en muchas casas, pero ojalá La Blanca les haya servido para evadirse de las dificultades durante seis días.
Eso es lo que espera el Ayuntamiento, que ya está elaborando el balance de las fiestas. El intento de agresión sexual será el punto negro de un resumen que, por lo demás, parece satisfactorio. Todos los espacios festivos han funcionado bien, excepto el Iradier Arena. La feria taurina se muere mientras el debate sobre si el espectáculo debería suspenderse o no se enciende. A raíz de que Vitauri dejara la gestión, la asistencia ha ido cayendo en picado y ni siquiera los precios especiales ni las grandes figuras consiguen hacer remontar la ocupación. Hubo días donde apenas se cubrió el 30% de las plazas. Y eso que la empresa que se encarga ahora de llenar el coso tenía altas expectativas y había llevado a cabo una potente -además de polémica- campaña publicitaria. Por eso, todo el mundo se pregunta qué pasará el año que viene. Los antitaurinos tienen claro que hay que poner fin a la feria porque es una violación de los derechos de los animales y la mayoría política está por la labor de poner en marcha este mismo año una consulta para que sea la gente la que decida si mantenerla o eliminarla, aunque también hay cada vez más voces que opinan que no hay por qué someter el asunto a referendo porque, más pronto que tarde, la llamada fiesta nacional fenecerá de forma natural.
Pero en fin, ya habrá tiempo de decidir, que hoy es día de asueto y recuerdos. De manzanillas para el estómago y aspirinas para la cabeza. De evocar los mejores momentos, las mejores imágenes: la bajada de Celedón, conciertos llenos de nostalgia como el de Celtas Cortos, el trajín de las txosnas, las sonrisas de los niños, el horroroso artículo triunfador de las fiestas este año... Y también es momento de que FCC se ponga las pilas. Más. Ayer había muchos espacios llenos de suciedad y, como todos los años, un montón de rincones olían a la anarquía festiva de esfínteres empachados, de estómagos bombardeados. Y eso que el Ayuntamiento parece satisfecho con el repelente de orina ideado por la empresa local Kliner para luchar contra las costumbres incívicas, que provoca efecto rebote al salpicar el orín sobre las fachadas. Lo esparció por las zonas más conflictivas de la ciudad, a lo largo del Ensanche y del Casco Viejo, para enseñar a los vitorianos las consecuencias de no utilizar los urinarios públicos o los baños de los locales hosteleros.
Las fiestas, para que se disfruten con respeto, requieren pedagogía. Y eso incluye también los consejos que todos los años da la Policía Local para minimizar los hurtos, no siempre con éxito. A falta de cifras concretas, da la impresión, por lo que la gente se cuenta, los llantos en las redes sociales y las conversaciones de barra, que los carteristas han hecho su agosto entre los gasteiztarras más relajados. Pero en fin, toda cara tiene su cruz. Así que, ¿para qué torcer el gesto? Al mal tiempo hay que ponerle buena cara... Y una chaqueta. No sería de extrañar que en las próximas semanas vuelva el frío. Suele suceder cuando La Blanca ha sido climatológicamente benévola. Lo bueno siempre se acaba pronto. - DNA / Foto: Jorge Muñoz/José Ramón Gómez/DNA
¿Adiós a la feria taurina? Fusión Internacional por la Tauromaquia, la empresa que desembarcó el año pasado en la ciudad para tratar de relanzar los festejos en el Iradier Arena, parece que no va a pedir la prórroga en la concesión del contrato para gestionar el coso en La Blanca. Pese a su apuesta por Gasteiz, no ha conseguido su propósito. La imagen del coso medio vacío, o más vacío que lleno, ha sido la tónica habitual de las corridas y demás espectáculos de estos días. Un fracaso sonoro.