El caso de Óscar Majuelo, el joven de Navaridas que se quedó en silla de ruedas tras un accidente con la bicicleta el pasado 29 de diciembre, sienta un precedente en Álava. Lo ha hecho después de que la Diputación haya decidido esta semana que, ante pronósticos irreversibles y urgentes como el de su lesión medular, se acorten los seis meses de espera que como mínimo debían transcurrir desde el diagnóstico médico hasta que se obtenía la cita para la validación de la discapacidad. Esto significa que a partir de ahora todas las personas que sufran una situación grave de dependencia sobrevenida, por ejemplo, a causa de un accidente o de un ictus, no queden durante ese medio año en un limbo legal que les impida acceder a certificados oficiales, una medida de protección oficial cuyo fin es reducir las limitaciones en la actividad diaria y las restricciones en la participación en la sociedad para, por ejemplo, conducir un coche adaptado.

Así lo acordó este lunes el Consejo sectorial de personas con discapacidad, órgano creado en 2012 por la Diputación como cita periódica entre los representantes forales con las asociaciones del sector, y que sirvió como punto de arranque para un nuevo escenario que se ha propuesto acabar con una normativa que consideran demasiado rígida. “Un pronóstico irreversible de lesión medular, como el de Óscar, un caso clarísimo que no tiene duda, entra dentro de una excepción muy clara, pero ahora hay que ver qué otros requisitos entrarían dentro de este catálogo para saber en el futuro a lo que atenerse”, explican fuentes oficiales desde el Palacio de la Provincia. Se trata de un cambio reglamentario que no entrará en vigor hasta que no acabe el periodo de aportaciones de las agrupaciones con las que los técnicos forales quieren llegar a un consenso más la valoración jurídica para obtener el visto bueno de las condiciones extraordinarias que se tendrán que cumplir para agilizar la burocracia.

Y que llega tarde para el principal afectado, Óscar Majuelo, el joven alavés de 20 años al que una caída con la bicicleta mientras intentaba saltar unos montones de tierra, ubicados al lado del centro de salud de Labastida, le dejó en silla de ruedas. Eso fue el 29 de diciembre, pero hasta el 30 de junio, a las 9.30 horas, no tenía cita para que técnicos forales le hicieran un reconocimiento, requisito indispensable para que le pudieran otorgar el certificado de discapacidad, la acreditación administrativa necesaria para poder acceder a una serie de beneficios que intentan compensar las carencias de sus nuevas limitaciones físicas con el fin de poder desenvolverse lo más normal posible. Lo máximo que consiguieron tras sus reclamaciones por adelantar la fecha fue ponerla un día antes: el 29 de junio, a las 13.30 horas.

En su opinión, dar guerra, “a costa de mover las cosas” ha sido la clave para agilizar una burocracia que desde entonces pretendía dejar su vida también paralizada durante medio año, al no poder seguir con las prácticas de Electromecánica de Vehículos que hasta entonces realizaba en Vitoria, urbe a la que llegaba mediante un coche conducido por él mismo desde su localidad riojanoalavesa de residencia, Navaridas. Un desplazamiento imposible de hacer ahora, al no poder conducir un automóvil adaptado, ya que por la falta de un papel, el certificado de discapacidad, tuvo que dejar aparcada su formación académica.

“Tampoco podía ir en autobús porque los autocares de la línea de Rioja Alavesa de ÁlavaBus son pocos y no están adaptados”, lamenta su madre, María Jesús, para quien “es lamentable que las normas midan así a las personas. Se les cae una piedra en la carretera y la tienen que rodear”. Y lo mismo pasaba con el deporte. “No le podían hacer la ficha para jugar a baloncesto adaptado en Zuzenak al no tener la acreditación necesaria”, agrega esta mujer.

La familia Majuelo-Nájera no entendía cómo ante ese pronóstico irreversible no se aceleraban los trámites. Y mucho menos cuando después de estar en el Hospital Santiago, del 29 de diciembre al 11 de enero, fueron a Bizkaia, donde se dieron cuenta que ante casos como los de Óscar la maquinaria legal se agilizaba en el territorio vecino ante situaciones definitivas como la suya. “Mientras hacíamos la rehabilitación en el Hospital de Cruces, del 11 de enero hasta el 19 de febrero, conocimos a un chico con un problema parecido al de Óscar, que se había caído con la bici, al que ya le habían dado el certificado de discapacidad”, recuerda. Allí una asistenta social también se llevó las manos a la cabeza al darse cuenta de que cuando fuera el momento de llegar a Navaridas la familia Majuelo-Nájera tampoco tenía la casa preparada. “¿Dónde tengo que duchar yo a mi hijo mientras tanto? Es una norma para muebles, no para personas. Es absurdo poner trabas al que lo necesita”, denuncia María Jesús.

La suerte, al menos, en este lado estaba de su parte porque un cuñado de María Jesús, que tiene una empresa de construcción en la que también trabaja su marido, posibilitó que se pudieran poner manos a la obra rápidamente para adaptar la casa para el regreso de Óscar, tras 52 días ingresado, con una rampa en el acceso del hogar familiar de madera, reformando los baños de la casa e instalando un elevador para poder usar su hogar con total normalidad.

25.000 firmas Pero fuera de la residencia familiar la vida también continuaba y con ella también las dificultades, así que Sergio, hermano gemelo de Óscar, lanzó hace dos semanas una petición en Internet para recaudar firmas a través de la plataforma Change.org. El objetivo era reunir 25.000 rúbricas que apoyaran esta iniciativa, que bajo el título, Que se reconozca la minusvalía de mi hermano instaba a Osakidetza y al Instituto Foral de Bienestar Social de Álava a agilizar un procedimiento “que podría ser muy rápido, pero que desde las administraciones se está dilatando innecesariamente”. Y en la que el principal afectado, Óscar, dejaba un comentario bien claro al respecto: “Soy parapléjico pero también persona”.

Sin embargo, no fue necesario llegar a las 25.000 porque el mismo lunes cuando faltaban menos de 2.200 apoyos para conseguir su objetivo el consejo sectorial se reunió. Y un día después, este mismo martes, llegó por fin el ansiado día en el que por fin pudieron valorar su discapacidad. “Entramos a eso de las 13.15 horas y para las 13.45 horas ya estábamos fuera”, precisa su madre. Media hora de duración que para ellos ha tardado mucho en llegar. 111 días, transcurridos desde el accidente para ser exactos, o lo que es lo mismo, casi cuatro meses.

“Ahora pueden estar otros tres meses hasta que den el resultado final. “Se puede alargar, pero me imagino que ahora serán lo suficientemente raudos como para comunicárnoslo antes”, desea esta mujer que durante este tiempo ha visto con sus propios ojos eso de que en todo lo malo hay algo bueno, y que en su caso ha sido el apoyo que le han dado sus familiares y amigos para, entre otras, llevar a a Óscar a ver a su novia al pueblo de al lado o llevarle “en volandas” a los conciertos con la Banda de Elciego en la Casa de Cultura de dicha localidad. “Yo les llamo los porteadores. Todos los viernes a las 20.00 horas esperan a subirlo al tercer piso y le pasan de la silla de ruedas a otra sin ellas para poder llevarlo al tercer piso”, dice María Jesús. Un caso extraordinario una vez más.