Aquí Jesús no yace entre campanillas del viático y golpes de hachones, ni las noches se convierten en madrugá. Tampoco hay legionarios que canten al novio de la muerte, ni cuevas donde se prenden hogueras al paso de las procesiones. Las calles no se llenan de los mejores museos de imaginería religiosa, ni el mediodía estalla con el estruendo unísono de miles de tambores. La Semana Santa de Álava nada tiene que ver con la de Zamora o la de Sevilla. Sería de locos compararla con ellas. O con las de Málaga, Granada, Valladolid y Cuenca. Nadie viene expresamente de Jueves Santo a Domingo de Resurrección al territorio histórico para emborracharse de fervor y arte, ni sabe bien qué placeres espirituales le aguardan. Cuando el Ayuntamiento de Vitoria y la Diputación anuncian la programación de este periodo festivo, se habla de propuestas gastronómicas, visitas culturales o excursiones verdes. Sólo al final, aparecen las tradiciones religiosas. Y aun así, existen momentos estos días que merece la pena vivir, con fe o sin ella. Porque aquí el silencio lo rompen bertsos y saetas, hay fieles que caminan arrodillados con una cruz a cuestas, Judas muere en la hoguera y resucitan los poemas de Lope de Vega. Cristianismo y paganismo desde el valle de Ayala hasta Rioja Alavesa. De la Llanada a Añana.
Vía crucis y el mejor gótico alavés
El Jueves Santo en Álava empieza en Llodio, a las seis de la tarde, con la celebración de la misa de la cena del Señor. Después, medio centenar de personas vestidas de nazarenos y romanos toman la plaza para escenificar la última cena, la traición de Judas, el juicio de Pilatos, las tres negaciones de Pedro, la flagelación de Cristo y el camino hacia el Gólgota. También hay misa especial en Amurrio, pero después de la procesión de los Apóstoles, una de las más poderosas que palpitan en el corazón de la comarca de Ayala. Fieles con túnicas y capirotes, tambores y chirimías.
Con la oscuridad devorándolo todo, Vitoria inicia la suya, la del Silencio, que data de 1538. La protagoniza una de las cinco cofradías que resistieron al paso del tiempo, la de Nuestra Señora de la Veracruz. Empieza a las nueve de la noche en los Desamparados y termina en el mismo sitio, a lo largo de un céntrico recorrido. El camino lo marca una estremecedora banda de tambores, con su cadencia de campanadas a muerte, que sólo interrumpen cantos de saetas y de bertsos. Destaca el impresionante tamaño del primer paso, la Última Cena, al que siguen la Oración en el Huerto, el Beso de Judas, el Ecce Homo -talla estrella de la Pasión, un Jesús esperando su ejecución del siglo XV, considerado la representación en madera gótica más valiosa de Álava, la talla estrella de la Pasión-, el Cristo Crucificado y Nuestra Señora de la Virgen de la Soledad. Una escenificación hermosa del calvario de Jesús, con penitentes con cruces a cuestas, clavos y flagelos, y mujeres con el paño de la Verónica.
Lope de Vega, sepulcros y penitencia en rodillas
Con el Viernes Santo Amurrio se entrega a la Pasión Trovada, una celebración basada en unos versos que se atribuyen al dramaturgo Lope de Vega. A las siete y media de la tarde, en la iglesia de Santa María, dos cofrades, acompañados de otros dos que tocan el caramillo y la caja, recitan los poemas tumbados en el suelo. Un cuadro que completan el Cristo del pregón y cuatro estandartes que representan los astros -sol y luna- y dos de los cuatro elementos -agua y fuego-. Quienes lo han visto dicen que es uno de los momentos más singulares de la Semana Santa. Otro, el de Lagrán, donde Isidro Sáenz de Urturi repite el camino de la cruz cantando tonadas medievales. Al mediodía, mujeres y hombres alternan sus voces durante un recorrido que arranca en el templo de la Natividad de Nuestra Señora y termina con la interpretación de la Salve. Luego empiezan los Santos Oficios, el Desenclave del Cristo y la procesión de pasos entre romanos.
Heredia también viaja al pasado, pero para representar la Pasión de Cristo. Es el único vía crucis popular que se conserva en la Llanada oriental. En 1964 dejó de celebrarse y los vecinos lo recuperaron tres décadas después. Participa todo el pueblo. Por un lado, Jesús, María, la Verónica, San Juan, el Cirineo, Pilatos, los fariseos y los soldados romanos. Por otro, el coro parroquial, con veinte mujeres que cantan y leen escritos de autores como Pablo Neruda, Unamuno o Martín Descalzo. Salen de la iglesia de San Cristóbal a las once y media de la mañana, para subir hacia la ermita de San Bartolomé y al cementerio.
Y Vitoria, a esa hora, reza. A las doce de la mañana en la iglesia de San Vicente se celebra el Sermón de las Siete Palabras. A las siete y media de la tarde, en el mismo sitio, tiene lugar el de la Soledad. Y a las nueve de la noche, sale desde allí, por un Casco Viejo que parece detenerse, la procesión del Santo Entierro. La más espectacular. Participan las cinco cofradías, más de doscientas personas que desfilan, entre bertsos y saetas, con La Cruz Enarbolada, la Oración en el Huerto, La Flagelación, La Santa Espina de Berrosteguieta -una reliquia, dicen, de una espina de la corona de Cristo-, La Cruz a Cuestas, La Dolorosa, El Descendimiento, El Santo Sepulcro, el otro gran paso junto al Ecce Homo, y la Virgen de la Soledad.
Mientras, al compás de trompetas y tambores, desfilan los cofrades de Laguardia. La misa es a las siete de la tarde y dos horas después se celebra el Desenclave de Jesús. Se trata de una figura del siglo XVIII, de madera policromada y articulada, que los devotos trasladan dentro de un sepulcro transparente desde la iglesia de San Juan hasta Santa María de los Reyes. Y luego está Campezo. Otra historia, una de ésas en las que el arte cede el testigo a la más dura penitencia. Allí, fieles caminan arrodillados durante 45 minutos con una cruz de veinte kilos a cuestas. La procesión del Cristo de las Doce Tribus, la llaman.
La quema pagana de Judas... Y la Judesa
El Domingo de Resurrección es un día de tradiciones únicas en Álava. Algunas localidades celebran la Quema del Judas. Prenden hogueras y reducen a cenizas un muñeco que representa al discípulo que traicionó a Jesús. Se trata de un acto en su origen pagano, eso de expulsar el mal y empezar de cero. Sólo que en algún momento de la historia, sin modificar las características comunes -desfile, inculpación, condena-, la tradición fue cristianizada. Y pueblos como Samaniego, Salinas de Añana, Oion, Lagrán, Baños de Ebro y Moreda de Álava consiguieron conservarla con toda su singularidad y, en algunos casos, con sello propio.
En Lagrán los cirineos caminan en silencio con los pies encadenados. En Moreda, la localidad referente en esta tradición, Judas arde junto a su compañera, la Judesa. Los organizadores, cuadrillas de jóvenes del pueblo, recopilan los cargos de los que acusar a los personajes, siempre casos reales acontecidos en el pueblo. El día anterior al Domingo de Resurrección se fabrican los muñecos, hechos de madera y paja, vestidos con ropas usadas, cubiertos con máscaras. Al siguiente, son transportados a pie hasta los muros de la iglesia. Tras la liturgia, se celebra el juicio en la plaza de la Concepción. Después, son sometidos a la voluntad del Tribunal del Pueblo. Siempre les pasa lo mismo: son declarados culpables y condenados a sufrir la más terrible de las penas. Primero va él. Lo cuelgan con una soga, lo atan con una cadena, le prenden fuego, estiran la cuerda y le dan vueltas hasta que queda reducido a cenizas. Luego ella. Y así, terminado el rito de purificación, suena la música de los gaiteros y la gente abandona el lugar hasta el año siguiente.