Hossein exclamó un “madre mía” la primera vez que le preguntaron qué sería de su escuela si le faltara el agua. Beber de los grifos del baño, dar a la cadena o lavarse las manos son gestos automáticos, cosas que se dan por descontado, que tienen que estar a disposición de cualquiera porque siempre ha sido así. Pero ahora, él y sus compañeros son muy conscientes de su fortuna y, más importante aún, de qué supone no tener la oportunidad de hacer eso, de cómo no poder beber de los grifos del baño, ni dar a la cadena ni lavarse las manos porque ni siquiera existen cañerías, está ahogando el futuro de miles y miles de niños del planeta, y de que es posible ayudar a cambiar esa realidad. Su centro educativo, el Colegio Hogar San José, tiene la culpa. Dentro del carro de iniciativas solidarias y responsables que desarrolla a lo largo del año, esta vez se propuso participar en un proyecto de Unicef que recauda fondos para llevar agua a 50 escuelas de Níger, uno de los cinco países del mundo con la mayor tasa de abandono escolar, dramática sobre todo entre las chicas.
La propuesta Gotas para Níger era sencilla: organizar una carrera con motivo del Día Internacional del Agua, el mismo 22 o en fechas cercanas, conseguir la mayor participación posible y animar a los estudiantes a buscar patrocinadores entre la familia y los amigos para fijar una aportación económica, la que pudiera cada cual, por cada vuelta dada al circuito. “Y cuando vimos los folletos, que la iniciativa coincidía con las fiestas del colegio, San José, y que dentro de éstas llevamos desde tiempos inmemoriales organizando un cross con la colaboración del Ampa y del alumnado... Pues decidimos que en esta ocasión sería perfecto hacerlo por una buena causa, aunque a nuestra manera, sin patrocinadores, porque la asistencia está garantizada”, explica Pablo Cámara, profesor de Primaria y coordinador de la actividad, a pie de campo. Es jueves 17, tres de la tarde y sólo falta una hora para que más de 300 chavales asalten el patio con su dorsales. Docentes, padres y algún que otro estudiante están ultimando los detalles. Unos acordonan la zona. Otros traen el avituallamiento. Cada edición es emocionante para la comunidad educativa. Pero esta vez más.
“Los críos están revolucionados, con muchas ganas de participar”, afirma Amaia Gómez, integrante del Ampa, mientras ayuda a organizar el perímetro. La carrera sólo es el broche de una iniciativa que ha ido un poco más lejos. En Primaria, los profesores han aprovechado las últimas tutorías para mostrar a los niños vídeos sobre la campaña de Unicef en Níger, con Pocoyó de maestro de ceremonias para facilitar su acercamiento a esa dura realidad aun sin ocultarla. En la ESO, donde las actividades se plantean sin ambages, para alimentar espíritus críticos, siguen en ello. “La apretada recta final de los exámenes y las notas antes de la Semana Santa no les han dejado demasiado tiempo, pero mañana se pondrán a tope”, apuntilla Pablo. La respuesta, en cualquier caso, está siendo “muy buena”. El hijo de Amaia, de siete años, lleva días con la misma serenata. “Que hay que llevar monedas, que están las huchas en clase, nos decía sin parar. Que hay que ayudar a los nígeres, así los llama”, confiesa la madre, entre risas.
No le falta razón al pequeño. En Níger, un país semidesértico de 14 millones de habitantes a no más de 2.000 kilómetros de España, sólo el 15% de las escuelas tiene agua potable. El resto, lo que significa tres millones de niños y niñas, no. Y eso no es que sea malo. Es que es nefasto. La falta de un bien tan básico y de instalaciones de saneamiento en los centros educativos está directamente relacionada con el abandono escolar temprano, mientras que lo contrario, conseguir un suministro, incrementa las tasas de matriculación y la permanencia. Se trata de una cuestión de sentido común. La posibilidad de tener un punto de acceso a agua limpia y segura para el consumo repercute en la salud de los estudiantes y las fuentes instaladas en los colegios favorecen a la comunidad entera porque las pueden utilizar todas las familias.
Al final, los beneficios son bidireccionales y se multiplican: la educación abre la puerta a la salud, con la promoción de la higiene en las escuelas y el aprendizaje de hábitos, y la salud favorece la educación, al evitar el absentismo escolar por enfermedades prevenibles relacionadas con el agua. Y todo eso, mientras se lucha contra la desigualdad de géneros, porque la falta de saneamientos provoca un abandono escolar especialmente alto en las niñas. Según cuenta Unicef, en un mundo en desarrollo son incontables las chicas que dejan los estudios por no poder usar un baño en la escuela, sobre todo con la llegada de la adolescencia. Por tanto, algo tan sencillo como una letrina protegida con una puerta hace mucho por ellas, por su higiene, por su protección frente a miradas ajenas. Por su dignidad.
Nicoleta, Brigete y Yuliane escuchan con atención a Pablo cuando se pone a hablar de la situación de las niñas en Níger, mientras ayudan con los preparativos de la carrera. La hucha colocada en su clase de la ESO para recaudar fondos les lleva recordando toda la semana una realidad que ya no suena tan lejana, tan increíble, pero aún tienen tiempo para seguir descubriendo. Están sensibilizadas porque, además, estudian en un centro multicultural, con alumnos de muy diferentes procedencias, donde palpitan mil y un historias de superación, de búsqueda de una vida mejor, que nunca olvida su propia responsabilidad. El Colegio Hogar San José organiza un montón de actividades a lo largo de todo el curso para ayudar a las personas desfavorecidas, aquí y fuera.
“En Navidad la Operación Kilo, en enero el mercadillo de segunda mano, cuando las inundaciones del Sáhara hicimos recogida de mantas...”, enumera Pablo. “Ah, en tercero de Infantil han hecho una campaña para traer pañales y leche para la Cruz Roja”, añade una madre, que acaba de llegar al patio. Y no es todo. Incluso cuando se trata de celebrar las fiestas del colegio, las actividades se organizan con un enfoque humanista, comprometido. “Lo que hacemos son dos días de jornadas culturales, con talleres o visitas relacionadas con el medio ambiente. Cada curso tiene su materia: energías renovables, transporte sostenible, comercio justo, reciclaje, agua, cambio climático...”, apuntilla el profesor. Hoy él ha hecho con sus niños crema de cacao “sin aceite de palma” y mañana plantarán lechugas en una botella. Y por medio, la carrera. Ya han dado las cuatro y el patio está a reventar. Va a ser un éxito.
Mañana, 50 velas. El Colegio Hogar San José está que se sale. Además de ser las fiestas del centro, mañana sopla 50 velas. Para disfrutar del gran día, habrá una misa en la iglesia de San Pablo, presidida por el nuevo obispo de la diócesis, Juan Carlos Elizalde, y un ‘lunch’ posterior que reunirá a alumnos de todas las generaciones. El colegio tiene su origen en el nacimiento del barrio de Ariznabarra en 1960. Fue un proyecto impulsado por las damas y cuatro hijas de la caridad de San Vicente de Paúl.