se sienta avergonzada frente al policía. Le robaron el teléfono móvil el sábado por la noche. ¿Dónde? En el Casco Viejo. El sitio exacto y cuándo, ni idea. Lo llevaba dentro del bolso, colgado del hombro todo el rato, a buen recaudo. O eso creía. En fin, era sábado por la noche. El agente encargado de tramitar las denuncias la mira mientras comienza a teclear -nombre, apellido, DNI...-, con el gesto de quien parece acostumbrado a escuchar, una y otra vez, la misma historia. Porque es que lo está. En Vitoria, los smartphones se han convertido en “el blanco favorito” de los delincuentes de poca o mucha monta, sobre todo en fin de semana. Aprovechan la oscura alegría de los bares y las cremalleras descuidadas. “Van a por las chicas“, le dice. Y también “a por los hombres que parecen de buena posición”. Ella suspira desesperada -la epidemia no la reconforta- y le deletrea los datos del terminal.
Fue lo único que hizo bien: guardar la documentación del móvil cuando lo compró. Lo que nunca se le ocurrió fue subir su contenido a la nube o pasarlo a un disco duro, que es realmente por lo que se lamenta, por haber dejado que se perdieran tantas fotos. La memoria de los últimos tres años. El agente asegura que esa falta de previsión es bastante común. Y eso a pesar de que resulta bastante obvio que las probabilidades de que aparezca un teléfono sustraído con la SIM y la SD, las tarjetas donde se guarda la información, son nulas. La primera la tirarán. La segunda, la formatearán y la utilizarán para sus cosas. No obstante, tal vez haya opciones, mínimas pero sí, de recuperar el móvil. La denuncia es un trámite necesario para que si una patrulla, en un cacheo de los muchos que se hacen a delincuentes conocidos, encuentra terminales que no parecen pertenecer a esos individuos, pueda contrastar los datos. “Tenemos gente fichada, sobre todo en el Casco”, apunta el agente.
La denuncia también es práctica en caso de que los ladrones liberen los códigos de bloqueo, el PIN o el patrón, “cosa que se les da bastante bien” y, a continuación, vendan el teléfono “en una tienda de artículos de segunda mano”. Puede que el local dude de su origen y se ponga en contacto con la Policía Local. O no. “Es complicado. Cuando el trabajador del comercio les pide el DNI, dan uno falso y así tratan de no levantar sospechas”, admite. Por eso, el policía enumera un listado de establecimientos donde los ladrones suelen intentar sacar rendimiento a los móviles robados, para que llame por si acaso. Hay una al principio de Reyes Católicos, donde “llevan bastante control, son recelosos”. Hay otra en la calle Diputación, “que compra y vende un poco de todo, todo de segunda mano”. También tienen fichada una “bastante grande” en Independencia y otra en la zona de Domingo Beltrán, donde ha podido llegar a sonar la campana. Más difícil será el rastreo, sin embargo, si los delincuentes intenten sacar partido al smartphone por Internet.
Existen portales, como Mil anuncios, donde aparecen infinidad de móviles robados que son vendidos sin pudor alguno, con el pretexto de que se lo encontró, no logró descifrar el código PIN o el patrón y lo vende por poco con el argumento de que -visto en una página- “si consigues que un chino o un paqui lo desbloquee le puedes sacar diez veces más”. La joven había oído algo de esto y le explica al policía que cree que, ni con ésas, su teléfono se podrá vender. Cuando se puso en contacto con su operadora para advertir del robo, ésta le recomendó proceder al bloqueo no sólo de la SIM, de forma que el ladrón no pudiera llamar ni usar los datos desde el terminal, sino del aparato entero mediante la activación de los códigos IMEI, que aparecen en la documentación de compra de cualquier teléfono. Así el delincuente no podría acceder a ningún contenido y ella se sentiría tranquila en su privacidad.
“Y me han dicho que sólo volvería a funcionar si se mete un duplicado de mi SIM, y pasados tres meses de la nueva activación”, afirma. Ahora se pregunta, no obstante, si hizo bien con tanta precaución. Un móvil inservible, que no se puede vender, es más fácil que no aparezca nunca. El propio policía señala que “los ladrones rara vez se entretendrán en ver fotos o mensajes, o hacer uso de ellos”. No es eso lo que les interesa. Quieren vender el móvil. Y si no pueden porque la activación del IMEI hace imposible el desbloqueo, lo harán por piezas. Fuentes policiales sospechan que en algunos establecimientos especializados -entre comillas- en reparación de teléfonos, se utilizan piezas robadas. Y eso significa que cualquier persona que acude a estos locales con la esperanza de tener en un día o en unas pocas horas su terminal arreglado está fomentando, sin saberlo, el robo de smartphones. Un negocio tan lucrativo e imparable.
De todas formas, los milagros existen. Y “alguna vez” ha sucedido que un terminal que se creía sustraído ha acabado apareciendo en la sección de objetos perdidos de la comisaría. De hecho, la joven había acudido primero a la Ertzaintza para interponer la denuncia y allí le habían informado de que era más útil hacerlo en Agirrelanda, precisamente porque disponen de ese espacio y pueden cruzar rápidamente la información. El policía local confirma la mayor y le dice a la joven que, en caso de que se produzca ese increíble golpe de suerte, le llamarán o, si no la localizan por teléfono, una patrulla acudirá a su domicilio. El futurible suena poco creíble. Y, como más vale prevenir, el agente lanza a continuación una recomendación. “Ese bolso que llevas, con la cremallera descubierta... Facilísimo para un ladrón. Usa de los que tienen solapa, un doble cierre que les dificulte la sustracción”, advierte.
La joven toma nota y, algo más tranquila, por pura resignación, le pregunta si los lunes son muy agitados en la comisaría a cuenta de casos como el suyo. “¿Los lunes? Nos vienen chicas muy jovencitas la misma madrugada del sábado al domingo, en cuanto descubren que les han sustraído el teléfono, con un disgusto encima tremendo, porque muchas tienen móviles buenos... Y porque las condiciones en las que llegan no ayudan”, afirma. Los delincuentes tratan de hacerse con terminales de gama alta y, por tanto, buscan los objetivos que consideran acordes a esa definición. No obstante, no siempre aciertan. En el caso de la denunciante, se trataba de una marca blanca china bastante económica. Y eso es lo más decepcionante. Los ladrones harán poco o nada con el teléfono. Y ella, además de perder los 150 euros que en su momento le costó el terminal, ya no podrá volver a echar un vistazo a las fotos de la escapada a Galicia, el concierto en Miranda o aquellos mensajes de amor. “Nunca más”, se dice, mientras sale, con la lección al fin aprendida, de la comisaría.