la crisis de los cuarenta es vital para reflexionar sobre si uno está en la flor de la vida o más bien en su ocaso. De ahí que al llegar a la mediana edad muchos teman el momento en el que se analiza qué es lo que se ha hecho hasta ahora y los asuntos pendientes que quedan por resolver. Cuando al mercado de Abastos de la capital alavesa le llegó el turno de mirarse en el espejo no le gustó nada lo que vio ante sí. La despensa de Vitoria, lejos de parecerse a un mercado del siglo XXI, seguía anclado en el concepto de zoco de aldeanos de toda la vida. Su imagen estaba trasnochada debido al edificio obsoleto de 1975 de la plaza de Santa Bárbara en el que se encontraba. Pero peor que eso era el silencio que se había instalado en lo que antaño fue un bulliciosa feria, ahora sólo frecuentada por sus más fieles clientes. Tanta calma inquietaba a sus minoristas, quienes veían cómo los rollos numerados de sus puestos poco a poco dejaban de contar, condenándolos a desaparecer.

La reforma urgía y por eso en 2011, antes de que el centro llegara a 2015 para soplar sus 40 velas, decidió someterse a un profundo lavado de cara bajo la premisa de que podía vender algo más que carne y huevos. Esta buena reflexión desembocó en el rediseño de este complejo, como un nuevo foco de encuentro y comercial, en el que ahora conviven 35 puestos de minoristas, con ocho gastrobares a los que hay que sumar, entre otros, la terraza multiusos y el supermercado BM. Esta reinauguración ha hecho que cuando Abastos el próximo 13 de enero atraviese la barrera de los 41 años pueda presumir de hacerlo completamente revitalizado, tras el despertar maravilloso que vive ahora.

Una segunda juventud en la que sus comerciantes ya no tienen miedo a preguntar: “¿Quién es el último?”, ya que el complejo comercial de Santa Bárbara ha conseguido en un año, en concreto desde el pasado 29 de diciembre, un total de 1.545.089 visitas, una espectacular cifra que quintuplica los datos de antes de la modernización de estas instalaciones, que tras la apertura de nuevos usos comerciales, como los bares y la terraza, tiene una media semanal de 40.000 personas.

La estrategia de actuación, según el dossier al que ha tenido acceso este diario, tenía claro que “el edificio de Santa Bárbara está ubicado en un lugar excepcional para el uso al que debe servir” y su estado era “lo suficientemente bueno como para no recomendar su demolición”. Lo que se pretendía, por tanto, era “una rehabilitación integral unitaria” que permitiera salvar los problemas del propio edificio diseñado en los 70. Se eliminaron barreras, de manera que en julio del pasado año, cuando abrieron los 35 puestos situados en la planta baja de la plaza, se mejoró la accesibilidad, quedando los comercios a cota cero. Ello hizo que aparecieran nuevos clientes con problemas de movilidad. “Nunca antes había visto tanto tránsito de gente en silla de ruedas y padres con coches de niños en Abastos. Ahora hay ambiente desde las 20.00 horas y los fines de semana, gracias a este ambiente distendido que se ha creado”. Lo dice Manuel Rabasco, propietario de la pollería Magda, quien no recordaba tanta afluencia de clientes desde el 13 de enero de 1975, el día que el mercado de Santa Bárbara abrió por primera vez en ese lugar.

La expectación de ese día fue tal que el público gasteiztarra acudió en masa para no perderse las nuevas instalaciones, con dos plantas comerciales, que marcaron una pauta de la época por sus escaleras mecánicas, su quemador de basuras, el frío centralizado o el secamanos en los servicios, entre otras mejoras. “Ese lunes la plaza se llenó. Se vendió lo indecible”, explica Rabasco, un profesional que ha sido durante 17 años presidente de los minoristas de Santa Bárbara. Y que también ha vivido de cerca otro de los cambios radicales de Santa Bárbara, cuando José Ramón Berzosa, concejal del PNV, en la legislatura de Cuerda, le comunicó que la gestión de la plaza a partir de 1997 la asumirían los propios comerciantes. “Me sorprendió que los vendedores tuvieran que ponerse el buzo del trabajo para que hicieran la parte activa”, explica Rabasco. Pero los minoristas no sólo hicieron piña, sino que propusieron iniciativas de todo tipo, como los Txitxikis de oro, las distinciones anuales que reconocían la labor de quienes apoyaban a la plaza. Una década después los comerciantes no daban a basto. Cansados de todas las horas que la dinamización del mercado “les privaba de sus negocios” buscaron un gerente, que resultó ser Eloy López de Foronda, quien durante los dos primeros años, de 2008 a 2010, abrió puestos nuevos, como la vinoteca en colaboración con la Asociación de Bodegas de Rioja Alavesa o el de Uagalur, hasta que en 2011 se decidió la transformación definitiva de la plaza.

Sin embargo, no era la primera vez que el zoco de abastos de la capital alavesa experimentaba una reforma. De hecho, uno de los grandes cambios de este centro llegó cuando por motivos de salubridad y seguridad se decidió reubicarlo en el solar que se llamaba la plazuela de la Independencia y que hoy día se conoce como Los Fueros, lugar en el que nació en 1899 y en el que permaneció hasta 1975. La pollería Magda es uno de los pocos puestos que quedan en Santa Bárbara que trabajó en este bello edificio decimonónico, con una preciosa fachada de estilo grecorromano, pero con instalaciones primitivas por dentro. “Era un mercado destartalado, que tenía una recogida de basuras primitiva con escoba”, detalla Rabasco. Y, pese a ello, muchos vendedores no se atrevieron a reubicarse en el edificio por aquel entonces más moderno de Santa Bárbara. Su madre, por ejemplo, fue una de las que se jubiló en la plaza de Los Fueros para dejar el negocio en manos de su hijo, quien desde que era pequeño conocía de cerca todo lo que rodeaba al comercio. “Me acuerdo que cuando iba al colegio aún existían los fielatos”, un sistema de recaudación que consistía en diversas garitas, puestas en puntos clave de la capital alavesa, como Renfe, Armentia o la avenida Santiago, donde los comerciantes tenían la obligación de parar y pagar al funcionario una pequeña cuota para que el género entrara en la ciudad. Pese a ello Rabasco, toda una figura en Abastos, se lo pensó dos veces a la hora de dedicarse a la pollería familiar. “Hice una preparación militar para entrar en la Academia General del Aire de San Javier (Murcia), pero al segundo o tercer año lo dejé para ayudar a mi madre en la pollería de la plaza de los Fueros porque estaba sola”. No recuerda la edad exacta que tenía, “entre 16 ó 17 años” lo que sí que tiene grabado a fuego era lo que era “vender encima de un mármol”, como era el de este material blanco, extraído de las canteras de Macael, de la provincia de Almería. “Los pollos se ponían encima de él y en esa época se les daba un periodo de vida más corto porque no había refrigeración como la de ahora”.

El suyo, la Pollería Magda, era el cuarto puesto según se entraba por la puerta más cercana al bar-restaurante Dos hermanas, situado éste en la calle Postas, esquina con Fueros. “Me acuerdo que el primero de ellos era el de la carnicería que llevaba Amado Ascasso, que llegó a ser senador socialista por Álava (de 1982 a 1993), y que al igual que yo tenía un puesto por herencia familiar en el mercado”, detalla.

En total, había 75 puestos y todos de pequeñas dimensiones: 2,50 metros de frente por otros tantos de fondo con paredes de pizarra negra procedente de las canteras guipuzcoanas de don Juan Sararosa, de Isasondo. En este mercado de Los Fueros tampoco faltaba un vigilante municipal que se encargaba de controlar a los amigos de lo ajeno. “Tengo entendido que una vez seguía a uno de los Bartolos y, éste al verse perseguido por el guardia, se tiró de la planta de arriba y no le pasó nada”. Anécdotas de la época no faltaban. Entre ellas, las protagonizadas por las bromas tan propias del día de los Santos Inocentes (28 de diciembre). “A Amado Ascasso le hicieron subir al Alto de Armentia por un pedido, arrastrando su carro, cuando había caído una helada tremenda”.

No lejos de esta pollería Magda, que tiene asegurado el relevo generacional, con Manuel, el hijo mayor de Rabasco, se encuentra otro de los negocios históricos de Abastos, que también trabajaron en su día en Los Fueros: la carnicería Acebo. Tras su mostrador se encuentra Orlando, cuyos tatarabuelos a finales del siglo XIX comenzaron en la calle Correría con este negocio, aunque, por aquel entonces, “hacían más morcilla” que otra cosa, tal y como recuerda Acebo. En su flamante negocio, uno de los 35 puestos reinaugurados en julio del pasado año, todavía tiene una fotografía en blanco y negro de este negocio familiar, que data de 1929, cuando se ubicaba en el Casco Viejo vitoriano. Cuatro de los siete tíos de Acebo se dedicaron al negocio familiar, aunque con emplazamientos diferentes: uno se fue a la calle Cuchillería y otros tres, entre ellos el padre de Orlando a la Plaza de Abastos, que por aquel entonces se localizaba en la calle Fueros, donde la apertura y cierre de comercios era a toque de campana. Ellos también estaban en la planta de abajo, la de las carnes, porque la superior era para los revendedores de los jueves o los puestos fijos de verduras, huevos y quesos.

En sus carnes propias han visto los cambios de despachar clientes en la plaza de Los Fueros a pasar al de la plaza Santa Bárbara, inaugurada en 1975 y recientemente reformada. Es por ello que de todos estos años Orlando tiene miles de anécdotas que contar, aunque una que marcó el antes y después de su profesión: los cambios de conservación. Todavía recuerda “el mueble con unas barras de hielo” que servía para enfriar algo la carne para no echarla a perder con cada bajada de persiana. Eran las primeras neveras de Vitoria y de las que sagas de carniceros como los Acebo conservan bien frescas aún en su memoria, como Orlando, quien hace este ejercicio de memoria en el poco rato que tiene para comer en estos días en los que en Abasto preguntas como “¿Quién va?” siguen repitiéndose en esta plaza, que gracias a su renovación, continuarán haciéndose también después de Navidad. El mejor regalo.