amador Lajo ha dicho basta, cansado de tocar puertas, de denunciar de forma insistente la lamentable situación y el deterioro de su bloque de viviendas y de obtener a cambio poco más que buenas palabras. “Muchas veces tengo la sensación de que somos ciudadanos de segunda por vivir en una vivienda de alquiler social, aunque trabajes y pagues todos tus impuestos”, denunció este vecino de Salburua en la última carta que remitió al director de Vivienda del Gobierno Vasco, este pasado 14 de diciembre.
No ha sido la primera queja, ni mucho menos, que este residente en el número 27 de la calle Gabriela Mistral ha puesto en conocimiento de las autoridades. Pero tiene una sensación permanente de predicar en el desierto. Cada vez más desesperado, Amador ha abierto las puertas de su comunidad a este periódico para denunciar la “dejadez” que tanto el área de Vivienda como la sociedad pública que gestiona el alquiler social en Euskadi, Alokabide, demuestran a su juicio en la “custodia de este patrimonio público”.
Llama poderosamente la atención que este bloque de protección oficial fuese inaugurado hace poco más de cuatro años, el 19 de septiembre de 2011, según recoge la placa situada en su portal. Porque basta con cruzar la puerta de entrada para encontrar los primeros desperfectos, un enorme boquete abierto en una de las paredes y una puerta, la del cuarto de bicicletas, doblada y con aspecto de haber sido forzada. Dentro de este habitáculo la escena también es dantesca, con todo tipo de desperdicios tirados por el suelo, que presenta abundante suciedad, dos paraguas o un carrito para bebés. El extintor del portal, además, está vacío desde hace varias semanas.
Los problemas se repiten en otras zonas comunes del edificio, como el pasillo de la planta donde están los camarotes, donde en el suelo descansa desde hace varias semanas una televisión abandonada, junto a la puerta de emergencia. Hace un tiempo, el vecino se encontró también allí con una larga hilera de bombonas de butano. Además, una esquina del pasillo está encharcada, lo que denota problemas de humedad en el bloque. El garaje, que por suerte ha sido adecentado recientemente, se ha convertido en épocas puntuales en una suerte de garbigune, donde se han acumulado ruedas de coche, un microondas, cajas con desperdicios de todo tipo o incluso un colchón.
Este rápido vistazo, sin embargo, muestra únicamente la punta del iceberg del enorme problema de esta comunidad, en la que Amador se instaló con ilusiones renovadas en el mes de marzo de 2013. “Yo estrené mi casa y el edificio estaba nuevo. Había muy pocos vecinos, aunque luego entró más gente y empezó a haber problemas”, explica ahora el afectado.
Como sucede en todos los pisos gestionados por Alokabide, la administración de estos bloques de viviendas, y por tanto la responsabilidad de mantenerlos en buenas condiciones y corregir posibles desperfectos, corre a cargo de una empresa externa, a la que los vecinos del bloque pagan 60 euros al mes. En parte por los malos hábitos de algunos vecinos del bloque, también porque esta firma “se lava las manos”, esos problemas comenzaron a sucederse y, con ellos, las quejas de Amador ante Alokabide, el área de Vivienda e incluso el Ararteko.
“Acusamos de recibo de su correo y damos trámite a su solicitud. En la mayor brevedad posible nos pondremos en contacto con usted a través del medio más oportuno, bien por teléfono, carta o mail (sic)”. Ésta es la respuesta recibida habitualmente de Alokabide por Amador, a través del correo electrónico, cuando hace llegar cualquier queja a la sociedad pública de alquiler. Una de las primeras tuvo lugar hace casi un año, el pasado 11 de enero, cuando el propietario advirtió sobre el peligro que entrañaba la presencia de cinco bombonas de butano en el camarote. Otras veces, ni siquiera ha obtenido contestación, ni de Alokabide ni de la firma administradora de la finca.
Meses después, en junio, Amador cuestionaba por primera vez, en otra comunicación electrónica con Alokabide, sobre la posibilidad de solicitar un cambio de vivienda. En ella denunció que “hay niños que bloquean el ascensor”, lo que provocó que llegase tarde varias veces al trabajo, o el hecho de que habían robado varias bicis en la comunidad al mantenerse abierta la puerta de entrada. “Las pegatinas de mantener las puertas cerradas por su seguridad no duran dos días”, advirtió Amador. Aún a día de hoy, no existe ninguna señal de estas características o que prohíban el uso del ascensor a menores en ninguna parte.
ante el ararteko Las quejas siguieron con el tiempo, incluyendo una carta al Ararteko, Manuel Lezertua, que al menos sí fue respondida de forma personalizada con otra misiva. En julio, Amador denunció la presencia de basura en el garaje, así como la situación del patio trasero del bloque, con “desperfectos”, una valla arrancada y varias baldosas rotas. Al no recibir contestación a muchos de sus e-mails, el afectado remitió el pasado 22 de octubre una dura carta dirigida a Alokabide, en la que enumeró todos los problemas que se había encontrado desde su entrada a la vivienda y denunció abiertamente su actitud de “dejadez”. “Me pregunto que si pagamos 60 euros al mes de comunidad y tenemos la puerta del portal que no cierra, el garaje con basura durante meses, una pared del portal rota, y que en el tiempo que llevo en esta vivienda solamente una vez haya pasado un responsable del Gobierno Vasco para el control de qué vecinos estamos, y cómo está el edificio, dónde y cómo se invierte en dinero público”, concluyó su comunicación. Posteriormente ha llegado el vaciado del extintor -a finales de octubre-, que sigue con la aguja a cero, y una nueva carta al área de Vivienda en la que el vecino censuró la “falta de responsabilidad”, que “no es nueva”, de los responsables del alquiler social. “Lo del extintor es un problema de seguridad. Si no lo tienes en un local público, fíjate la que te pueden montar”, denuncia antes de finalizar la visita a su comunidad.
Amador, que se resigna a ser “un policía” en su propia casa, sigue planteándose todos los días abandonar el bloque y ha sufrido también episodios de estrés. “La Administración tiene que hacer algo. Ya ni siquiera traigo gente a casa para que no vea la mierda que hay”, censura el residente.