Dicen que los niños de hoy en día juegan menos y solos, que las maquinitas son su engrudo, que no saben qué es salir a la plaza y acabar hasta las orejas de tierra, que tienen de todo y que casi nada aprecian. También dicen que los jóvenes de hoy en día no saben qué quieren, que nunca terminan de estar conformes, que valoran poco el ahorro y demasiado el carpe diem, que lo primero son los amigos y luego ya se verá, que su fin de semana es para desbarrar. Lo dicen quienes consideran que el pensamiento de la mayoría, o de unos cuantos, es criterio de verdad. Pero sólo se trata de ideas simplonas para descodificar una realidad bastante más compleja, en la que coexisten otras maneras de ser y actuar, de comportarse ante el mundo, de disfrutar de él. Y la prueba irrefutable son las escuelas y federaciones de tiempo libre educativo de Álava, grupos formados por voluntarios comprometidos, veintiañeros y treintañeros casi todos, que se quitan de poteos, cine, gimnasio, novias y amigos para embarcarse en el desafío de enseñar a críos y adolescentes a conocer, hacer y convivir en comunidad, compartiendo, fuera de casa y de las escuelas. Espacios que consisten en mucho más que pasarlo bien. Valiosísimos, pero aún poco conocidos y reconocidos.

Y hoy, en el Día Internacional del Voluntariado, Vitoria difundirá la voz de todos los que hacen posible esta labor en Álava con un vídeo de reivindicación. Es el broche de una estrategia que en realidad empezó el 1 de diciembre, cuando brotaron por la ciudad, como si fueran boletus, treinta cantimploras gigantes. Las colocaron miembros de las distintas escuelas y federaciones de tiempo libre educativo del territorio integradas en Astialdi Foroa, la plataforma vasca donde también están sus colegas de Gipuzkoa y de Bizkaia. Y lo hicieron con premeditación y alevosía, conchabados con el Ayuntamiento, colaborador necesario en la iniciativa. “Lo que hemos intentado con este elemento presente en muchas de las actividades es explicar con un juego de palabras cuáles son los beneficios que generan las personas voluntarias. La gente sabe que existen pero no conoce de verdad el valor añadido de este proceso educativo”, explica Oiane Fernández, representante del Consejo Vasco de Juventud de Euskadi, encargado de la coordinación del foro.

Esos recipientes para el agua, tan amigos de la nostalgia, representan un tiempo libre lleno de experiencias únicas imposibles de encontrar en el día a día, de educación en valores y metodología participativa, sin videojuegos ni teléfonos móviles. “Espacios que han perdurado durante tantos años y que hay que cuidar, donde pasarlo bien no es el único objetivo, sólo un objetivo transversal”, apostilla Fernández. Y así lo cuentan también quienes los hacen posible, chicos y chicas que en la mayoría de casos descubrieron ese mundo cuando apenas levantaban un metro del suelo y se engancharon tanto que, al cumplir la mayoría de edad, se convirtieron en monitores para poder dar a los más pequeños lo que ellos recibieron. Gente normal, con trabajo, estudios y aficiones como todo el mundo, pero que ha decidido priorizar su especial compromiso con la educación de las nuevas generaciones. “Es que merece la pena”, admite uno de ellos, Urtxi Lezamiz, “porque es una responsabilidad, pero también disfrutas mucho, das y te dan”.

Él llenó su primera cantimplora a los ocho años y a los veinte se convirtió en voluntario. Ahora tiene 29 y, tras pasar por varios grupos de scout, es miembro activo y comprometido de la federación Arabako Eskaut Laikoa. “Te lo pasas bien organizándolo todo, con los compañeros, cuando te tomas ese café después de terminar con la planificación. Y es una labor motivadora. Ves a los chavales avanzar y también te aportan mucho, aprendes de sus pensamientos, de sus reacciones, de los debates que generan. Y te sorprenden”, asegura Urtxi. Lo cuenta de tal forma que parece fácil relacionarse con los niños, entretenerlos y que, de paso, adquieran conocimientos, valores y habilidades. “Es que es un mundo divertido y aunque a los nuevos les puede costar adaptarse, porque tenemos nuestras normas, no suele haber problemas”, asegura. Se refiere a la prohibición de dispositivos tecnológicos. Cosas que los críos olvidan en cuanto empiezan los talleres, salen al monte o pasan cuatro días en una tienda de campaña, empapándose de creatividad y de aire libre, sin las ataduras de la escuela ni la autoridad -si la hay- paternal, descubriendo en esos adultos disciplinados pero no encorsetados referentes de vida.

A Estíbaliz Losada le pasó. Un monitor le marcó tanto que, en cuanto pegó el estirón, antes incluso de cumplir los 18, empezó a trabajar como voluntaria. Y hace un año, a los 22, montó junto con otros compañeros Makaldiak Atseden Taldea, una agrupación de tiempo libre que opera desde Salburua. “No sabíamos ni por dónde empezar. La búsqueda del local, la solicitud de ayudas... Pero el barrio nos ayudó muchísimo. La asociación de vecinos nos deja su sede y, poco a poco, vamos desarrollando más y más actividades”, destaca. Todos los sábados organizan juegos y talleres, “este último tocó uno sobre igualdad de género”, o llevan a los chavales de excursión. Su desafío, hagan lo que hagan, es “formar personas críticas para una sociedad mejor”. Eso significa un intensísimo trabajo de fondo todas las semanas, continuos brainstormings para preparar actividades que sean lúdicas y formativas a la vez, con mucho calor humano “porque a los niños de hoy en día les hace falta”. Y así, gracias a esa convicción y ese esfuerzo, ella y su equipo han conseguido que, “aunque haya que barrer o hacer cualquier otra labor doméstica”, los niños repitan.

La satisfacción desbordante de una vocación convertida en trabajo bien hecho hila el relato de Esti, aunque en su experiencia y la de sus compañeros también hay espacio para la denuncia. Todos ellos están convencidos de que ni el tiempo libre educativo está suficientemente reconocido ni tampoco el papel que ellos juegan para que siga siendo una alternativa real más allá de las típicas actividades extraescolares, de los dibujos animados con el bocadillo o de un paseo por el campo con aita y ama. “Creo que no se valora todo lo que aporta, la participación, la implicación, el compartir, el respeto y el diálogo, el asumir responsabilidades...”, considera la joven, para a continuación lamentar la prevalencia de los tópicos sobre la juventud. “Se sigue dando la imagen generalizada de que pensamos en nosotros mismos, que no nos comprometemos, que somos vagos, que sólo nos gusta la juerga... Y ojo, que yo también salgo de fiesta, cuando termino con todo, pero hay mucho más. También luchamos por algo que estamos haciendo de corazón”, subraya.

Por eso en los grupos de tiempo libre la amistad es un nudo tan difícil de deshacer. Las relaciones se hacen fuertes desde la infancia y se prolongan en el tiempo. “Conoces a gente de otros círculos y la convivencia estrecha esos lazos porque en las salidas de fin de semana, en las actividades, en los talleres, estás compartiendo. Al final, sale lo que eres”, afirma David Zamora, un joven de 29 años que decidió ser voluntario para “dar a los chavales la oportunidad de vivir las experiencias” que él disfrutó de pequeño. Su campo de acción es Gazte Beti Alaiak, el grupo de tiempo libre de la parroquia Sansomendi, y además pertenece a la junta de la federación Atseden Taldeak. Un monitor curtido que sabe de la importancia de mantener una relación de disciplina con los chavales pero muy alejada de los arquetipos de la escuela o la familia. “No eres su padre, tampoco un amigo de su edad. Es un vínculo especial a partir del cual se puede trabajar de manera distinta”, afirma. Una perspectiva que va más allá de los contenidos curriculares y de la pedagogía casera, que hace crecer a la persona en comunidad desde que las raíces son cortas hasta que se desparraman.