La primera vez que el tranvía llamó al timbre de Vitoria, la ciudad lo observó a través de la mirilla y tardó lo suyo, de 1996 a 1997, en tomar una decisión. La oposición en la calle era grande y el PP y UA, que formaban parte del gobierno municipal junto con un dubitativo PNV, hicieron causa conjunta con el sentir vecinal hasta acabar dando un portazo a la propuesta del Gobierno Vasco. Pero no fue definitivo. Apenas tres ejercicios después, vista la buena experiencia en otras ciudades, el Ayuntamiento supo convertir en necesario el mismo proyecto que antes había descartado por considerarlo un lujo prescindible. Se encargaron estudios, se diseñaron trazados, se definió el reparto de la financiación... Mucho trabajo de cocina que permitió dar inicio a las obras en 2006. Y el 23 de diciembre de 2008, a las doce de la mañana, el gusano verde entró en servicio. Y los recelos que aún quedaban se disiparon tan rápido que quienes ahora viajan en metro ligero no sólo no se pueden imaginar otra forma mejor de moverse sino que consideran un acierto total que finalmente vaya a reforzarse la conexión hacia el sur y el este de Gasteiz estirando el ramal de Angulema. Es su tesoro, como para Gollum el Anillo Único. Y quieren que aumente. Democratizar la comodidad.

Porque nadie dice que la red de autobuses de Vitoria no sea válida, sino que el tranvía es, allí por donde pasa, “más” en todo lo bueno. La rapidez, la comodidad, las frecuencias... “El mejor invento que ha habido”, subraya Antonio Valdivieso, mientras espera la pronta llegada del metro ligero en la parada de Sancho el Sabio. Desde que ejerce de abuelo cuidador -sin queja alguna, por cierto- lo utiliza mucho. “¿Viajero habitual? Cinco, siete y quince veces al día puede usarlo. Para recoger al nieto en el colegio, para llevarlo a su casa, para volver yo a la mía, para venir con él al centro...”, explica. Y aunque pueda haber quienes alguna vez se han quejado del precio del billete, ése no es su caso. Cree que, por lo que el ciudadano paga, se obtiene un servicio sobresaliente. “Lo mejor es que, si no tienes que ir más allá de la parada de Honduras, lo mismo te vale el ramal de Ibaiondo que el de Abetxuko, así que cada pocos minutos tienes uno. Si lo pierdes, el siguiente aparece antes de que te...”. No le da tiempo a acabar la frase. El convoy ha aparecido y ya está avisando, con un agudo pitido, del cierre de las puertas.

Mientras Antonio sube, el veterano Juan Calero pelea con el teclado desde el que se recarga la tarjeta. “Perdí la BAT, me acabo de sacar otra y al menos diez euros le voy a meter. ¿Me pueden ayudar?”, solicita. Él vive en la calle Gorbea, una arteria relativamente céntrica, pero aun así se sube “con mucha frecuencia” al tranvía. Tanto para ir al hospital de Txagorritxu como para desplazarse al corazón de la ciudad si se encuentra cansado, lo que empieza a ser cada vez más habitual. “La edad”, apuntilla. “Además, por aquí ya no tenemos autobuses que lleven al Ensanche”, advierte, no sin que le falte la razón. La reordenación de Tuvisa en el año 2009 tuvo en cuenta los recorridos del metro ligero, un ramal desde Ibaiondo y otro en Abetxuko con confluencia en Honduras y final conjunto en Angulema, para evitar duplicidades y además se configuró de tal forma que no termina de entrar en las zonas nobles de la ciudad como lo hace el metro ligero.

“Es que el tranvía es la bomba para ir al centro”, admite Sonia García. Y eso que, debido a su trabajo, para esta vecina de Lakua el coche continúa siendo su mejor aliado. “Así que es normal que los vecinos de los nuevos barrios lo reclamen”, continúa, “porque se encuentran lejos de todo, cada vez tienen más población, por lo que dicen tampoco parece que las líneas de autobuses resuelvan la situación...”. Y sí, tal vez valdría con reforzar las que ya tienen y a costa de una inversión menor para las arcas públicas, o no, eso sólo pueden decirlo los técnicos, pero ella tiene claro que lo que las instituciones se dejaran de gastar al no instalar el tranvía no revertiría necesariamente en la cobertura de otras necesidades pendientes. “Puedes proponer que no lleven los raíles a Salburua y que a cambio construyan ya un segundo colegio, por ejemplo, ¿pero qué garantía hay de que será así? Además, lo que no se gastan por un lado se lo gastan por otro, en lo que quieran”, considera.

Otro debate distinto es qué medio resulta más eficaz para moverse entre barrios. Ahí es donde ella ve que el tranvía, por su rigidez intrínseca, nunca podrá cumplir ese fin. Y por eso considera muy interesante la decisión del nuevo Ayuntamiento de Vitoria de implantar, a modo de línea periférica, un BRT. Ahora bien, también espera que todo este movimiento puesto en marcha para volver a revolucionar el transporte público en la ciudad sirva para plantear la posibilidad de reforzar los trayectos que ya existen del metro ligero en determinadas horas del día. “En las horas de los colegios, los vagones van saturados. Y desde que se puso en marcha la estación de autobuses de América Latina ha habido un aumento de viajeros”, asegura. También Vanesa Fernández, otra vecina de Lakua, pone un pero al actual servicio del tranvía en los momentos que coinciden con las entradas y salidas de clase. Y, por eso, aboga por estudiar la posibilidad de “poner más convoyes, estrechar frecuencias... Si es que es posible”.

Por lo demás, está muy contenta. “Es el sistema más rápido, vas muy a gusto. Así que es lógico que los vecinos de otros barrios lo quieran, aunque, claro, también es comprensible que haya quien se cuestione si merece la pena hacer tanto gasto. Todos queremos comodidad, ¿pero a qué precio? Supongo que eso hay que preguntárselo, aunque de dineros no sé. Tendrían que decirlo los de arriba”, opina. Se refiere el Gobierno Vasco, que hace apenas un año, después de toda una legislatura con las ampliaciones enquistadas, defendió que los usos registrados por el tranvía de Vitoria, cuarenta millones desde 2008 hasta 2014, evidenciaban su eficacia y la necesidad de seguir apostando por su continuidad. Lo que no ha dicho desde entonces es cuánto costará y el impacto que supondrá en unas arcas que todavía no se han recuperado de la crisis. La construcción de los ramales de Ibaiondo y Abetxuko ascendió a 118 millones de euros y el servicio, según datos de 2013, tiene un déficit de 3,1 millones. Mucho dinero del que algunos grupos políticos del Ayuntamiento vitoriano no se abstraen, aunque también es cierto que Tuvisa es un agujero y nunca se cuestiona porque se considera un recurso básico que hay que ofrecer y mejorar.

“Yo creo que está bastante claro que Vitoria está hecha para tener tranvía”, afirma Eva Szabo, una mujer nacida en Hungría que llegó hace cinco años a Vitoria para quedarse. Ella lo utiliza todos los días, “cuatro veces por lo menos”, para ir de casa a clase y de clase a casa. “Vivo en Ibaiondo y me tengo que desplazar al centro, así que no hay nada más cómodo para mí”, explica. Y por eso le parece estupendo que por fin vaya a desbloquearse el proyecto de ampliación hacia el sur y hacia el este de la ciudad, del mismo modo que considera muy buena idea reforzar esa apuesta con la implantación del BRT periférico. En su pueblo natal no tenía ni de lo uno ni de lo otro, “tampoco eran necesarios”, pero está convencida de que Vitoria dará un paso “necesario y definitivo” en la movilidad sostenible de la mano del metro ligero y del autobús eléctrico. “El coche sólo lo cojo para hacer una compra grande o para ir al centro comercial y ya”, apuntilla.