La motivación es la musa perfecta de todas esas pequeñas y grandes cosas que hay que hacer por obligación. Estudiar, por ejemplo. Pocas veces resulta tan sencillo como abrir un libro y comenzar a memorizar. La gente suele buscar razones para convencerse de que el esfuerzo merecerá la pena: recibir una gratificación de los padres, disfrutar de las vacaciones sin el amigo Santillana, acceder a un buen puesto de trabajo... Todas, para beneficio propio. ¿Pero y qué tal probar con un estímulo altruista? La XIII Olimpiada Solidaria de Estudio en Álava es la respuesta. Cada hora empollando se convertirá en un euro para una causa justa. En esta ocasión, la puesta en marcha de una granja en una escuela de un poblado de Senegal, de ésos de suelo de arena y edificaciones precarias, de sol abrasador y un baobab en la plaza, para cubrir las necesidades alimenticias de sus alumnos. Niños y niñas para los que, aun sin saber si algún día tendrán la oportunidad de plasmar sus conocimientos, recibir clases es una motivación en sí misma.

La iniciativa alavesa forma parte de una campaña internacional que incluye a España, Croacia y Portugal. En los tres países se activó el pasado jueves y continuará hasta el 5 de diciembre. Participar es tan sencillo como cargar la mochila. No hace falta registrarse ni llamar a ningún sitio previamente. Aquí en Vitoria, basta con ir a las salas de estudio habilitadas en los centros cívicos de Ibaiondo y El Pilar y comprometerse a hincar los codos un mínimo de una hora y un máximo de cinco. Un patrocinador convertirá ese tiempo en dinero con la ayuda de la Asociación Africanista Manuel Iradier, que como organizadora de la actividad en la provincia se encargará de controlar la afluencia de voluntarios y su dedicación.

Cuanta más gente acuda a los dos centros cívicos y cuanto más estudie, más dinero se recaudará y más sencillo será ayudar a la ONG Coopera a instalar la granja. La escuela se llama Omar IbnKhatab y se ubica en Malicounda, un poblado de la región senegalesa de Thiés del que nadie sabía nada hasta que en 1997 saltó a todos los medios de comunicación gracias a un grupo de valientes mujeres que tomó una decisión que cambiaría sus vidas y las de muchas otras africanas. El 30 de noviembre de ese año, convocaron a sus vecinos y a los de las localidades vecinas, al imán, a los ancianos de la aldea, al jefe de la comunidad que las apoyaba y a veinte periodistas extranjeros. Y así, en ese escenario, entre cantos y sonidos de tambores, proclamaron ante el mundo un juramento histórico: abandonaban para siempre la atroz tradición de la mutilación genital femenina.

Las niñas que ahora estudian en el colegio de Malicounda ya no tienen que temer la ablación. Pero tanto ellas como muchos de sus compañeros siguen sufriendo la violación de otros derechos que deberían ser fundamentales. Sus padres son pobres de solemnidad, apenas tienen ingresos o ni siquiera saben qué es eso, así que no pueden cubrir una necesidad tan básica como la de alimentarlos correctamente para que se sientan fuertes y puedan aprovechar las clases. Y ese es un grave problema. Porque el daño provocado por la desnutrición impide el logro educativo y, en consecuencia, afecta a la economía del país. Y para revertir el efecto dominó, hace falta una estrategia integral y una mayor inversión en agricultura. De ahí que la ONG Coopera decidiera embarcarse en el objetivo de mejorar la alimentación de los alumnos y de su rendimiento escolar con la puesta en marcha de una granja.

Los primeros pasos ya se han dado, pero hace falta más apoyo económico para terminar de materializar el proyecto, que con un presupuesto de 122.135 euros pretende llegar a 105 niños y niñas. La idea es que la explotación ganadera disponga de cabras, vacas y gallinas ponedoras y que con los beneficios que se generen de la producción de leche, huevos y carne se pueda abastecer de alimentos a la cantina escolar para que los alumnos que comen allí lo hagan lo más adecuadamente posible. No son niños y niñas como el de aquella desgarradora imagen que capturó hace poco más de veinte años el fotógrafo sudafricano Kevin Carter, un sudanés famélico que era vigilado de cerca por un buitre, ni muestran sus costillas sobresalientes conectados a sondas nasogástricas como se veían en las salas hospitalarias de Tanzania durante una hambruna. Pero la enfermedad y la muerte les acecha de otra manera. Un penuria oculta que ralentiza su crecimiento y que dispara las probabilidades de contraer cualquier infección, de sufrir otras dolencias y de padecerlas durante mucho más tiempo, de perder la vida por enfermedades tratables aquí, en el Primer Mundo.

Y por eso es tan importante la Olimpiada Solidaria de Estudio. Porque los jóvenes que nacieron en una parte del planeta que aun cuando lo pasa mal está a años luz de los países subdesarrollados tienen la oportunidad de tomar conciencia del obstáculo que supone la falta de educación en la mejora de las condiciones de vida de las personas y del obstáculo que unas malas condiciones de vida suponen en la educación. De mirar más allá de la recompensa después de estudiar y pensar en aquéllos para los que la recompensa es poder estudiar. Y parece que funciona. Sólo en España, se contabilizaron en la última edición casi 600.000 horas de estudio, tiempo que convertido en dinero ha permitido afianzar proyectos tanto en África como en Latinoamérica.

Aunque lo que se recaude este año en Álava irá a Senegal, la campaña internacional también tiene en su punto de mira una iniciativa en Ecuador, concretamente para la comunidad indígena de Cotacachi. Presupuestada en 119.352 euros, su objetivo es beneficiar a más de 1.600 personas con actuaciones de mejora en las infraestructuras, los materiales y los modelos pedagógicos de diez escuelas durante un periodo de un año. Las paredes y los pupitres de todas dejan mucho que desear. En cinco de ellas los juegos recreativos están destruidos o resultan muy peligrosos. En las otras cinco, hay que hacer habitables accesos, jardineras y espacios verdes. También es preciso trabajar con los docentes, que no manejan la lengua local ni saben cómo trabajar con los niños y niñas para que las clases sean realmente provechosas.