vitoria - Eran las ocho de la mañana y, con la ciudad aún medio recostada en la mecedora del jazz, los locales de Berakah ya respiraban actividad. Dentro, una veintena de personas preparaba la comida para los celebrantes. Un año más, había llegado ese día en que voluntarios y beneficiarios del programa nacido de la unión de las cuatro parroquias del Casco Viejo de Vitoria para ayudar a quien más sufre se reúnen en Estibaliz para disfrutar de una jornada en familia. Al poco, todo estaba preparado. Bocatas, fruta, zumos y latas de Pepsi. Austeridad gastronómica. Y los autobuses empezaron a salir de la plaza San Antón, camino al santuario, rebosantes de fraternidad y buen humor. Así iba a continuar siendo el resto de la jornada.
Carteles con lemas de abrazos gratis esperaban a los participantes al llegar. Los hubo de ida y vuelta, fuertes, cálidos. Y con ese recibimiento, la gente se repartió por la zona, entre conversaciones relajadas, disfrutando del saludo a manos llenas de un sol que todavía no pegaba con hostilidad, a la espera de la misa. Fue a las doce. Cita obligada para aquéllos a los que les inspira el humanismo cristiano. El santuario se llenó, rebosante de multiculturalidad bien avenida. Participaron los colectivos africanos y latinos que forman parte de Berakah, pero también, en nombre de las casas regionales, el Hogar Navarro. Fue el perfecto reflejo de lo que es Vitoria, una ciudad diversa, de acogida, de migrantes españoles y de más allá de nuestras fronteras, cuya capacidad de convivencia no se ha visto fracturada, al menos no del todo, ni cuando determinados debates políticos saltaron a la calle.
“Aunque las distancias son menores, entendemos lo que es dejar tu tierra”, subrayaron los navarros. Un abrazo verbal, empático a más no poder, que sellaron con la ofrenda de flores a la por todos honrada Virgen de Estibaliz. “La amatxo”, como la llaman muchos. Terminada la eucaristía, la Orquesta Sin Cortes animó el tiempo de espera previo a la comida y el mago Briel hizo las delicias de grandes y pequeños con sus trucos. Además, los txikis pudieron disfrutar de un globo aerostático y unos hinchables gracias a la colaboración del proyecto La solidaridad no está en crisis, en el que participa DNA. Es, de hecho, el mismo programa que volverá a organizar este Día de Santiago el ya tradicional txoripintxo en beneficio de Berakah. El puesto se instalará en la Virgen Blanca y comenzará a despachar raciones a las doce del mediodía, a un euro cada una. Quienes quieran contribuir deberán darse prisa. Siempre vuelan.
A eso de las dos y media de la tarde, el centro de acogida reunió a los comensales. La gente seguía feliz y los responsables de Berakah no podían ocultar su satisfacción, pendientes de que todo saliera a la perfección. “La impagable labor de Las Hijas de la Caridad, los voluntarios y los monitores de la Colonia han permitido una buena organización”, subrayó uno de ellos. A la comida le siguió una plácida sobremesa, con más música y bailes.
Y por último, antes del regreso a Vitoria, se presentó el lema que coronará todas las actividades del próximo curso. Será “el amor es creativo hasta el infinito”. Un resumen perfecto de la filosofía que acompaña al programa de la Unidad Pastoral del Casco Histórico de Vitoria. Nació hace nueve años para tender la mano a las realidades más precarias, a familias en situación de desamparo que van a más por las circunstancias socioeconómicas y que, aún así, continúan encontrando un asidero en Berakah. Porque el mismo pedazo de comida, si hay voluntad, sirve para llenar dos estómagos.