Al principio, llegaban autobuses cargados de arquitectos con ganas de aprender. El edificio de 168 viviendas sociales de la calle Xabier era lo más. Un diseño a tres bandas de Ercilla, Campo y Mangado, modelo de convivencia comunitaria por la ordenación de las galerías, los jardines y las escaleras, que pronto recibió varios premios. Y los visitantes, deslumbrados, se paseaban, tomaban apuntes, sacaban fotografías... Ahora, saldrían corriendo. Sin mirar atrás. Y algunos vecinos, con ellos. Ya no queda nada que admirar. Sólo hay espacio para el peligro, la insalubridad y la vergüenza. La fachada es una bayeta absorbente revestida de placas que se caen. El pavimento del suelo dibuja cicatrices que chupan el agua en un viaje sin final que continúa por los muros y techos del garaje subterráneo. Y dentro, al otro lado de las paredes, cientos de casas, algunas menos, otras más, una indecentemente, sudan lamparones sin fin de humedad y de moho.

Son estigmas de la irresponsabilidad que han demostrado quienes participaron en la edificación del inmueble y permitieron su deterioro. Ésos a los que una sentencia de la Audiencia Provincial de Álava de 2013, fruto de una pelea judicial que se ha alargado cinco años, les obligaba resolver para 2014 todos los desperfectos: Visesa, la promotora dependiente del Gobierno Vasco responsable de las viviendas; Lagunketa, la constructora; y los aparejadores de la obra. No lo hicieron. Pero ahora, al fin, parece que podrían acatar el dictamen. Un halo de esperanza que llega justo después de que un vecino, Rafael Moriel, decidiera sacar el caso del cajón judicial para dar a conocer la desvergüenza a través de los medios de comunicación. “El otro día, poco después de que se publicara la noticia, me visitó por sorpresa una persona de Visesa. Me dijo que estaban dispuestos a retomar el asunto, que querían llegar a una solución amistosa. Que habían visto las imágenes y que les había impactado especialmente la situación de una de las viviendas”, explica el administrador de la comunidad, Cristóbal Triviño. Ese piso es el de Jesús Garrido y Omoze Joan, un matrimonio con dos hijos, uno de ellos asmático crónico. La casa del terror. “Es como si al otro lado de las paredes habitaran monstruos que hacen esto. Pintamos y al mes reaparecen las manchas”, dicen.

Resulta difícil imaginar cómo tiene que ser vivir allí. Qué se siente al irse a una cama acosado por paredes más negras que el más negro carbón, bajo un techo tatuado de verde. “Las primeras marcas aparecieron al segundo invierno, en los baños. Al principio no les dimos importancia. Pero pasaron al dormitorio principal. Después a los de los hijos y a la cocina. Y ya sólo se salva el salón”, explica Jesús, en un paseo que va camino de convertirse en un acongojante tour turístico para periodistas y técnicos. “Pero probablemente acabará igual”, apuntilla su mujer, “porque, digan lo que digan, hasta que no vea que vienen a arreglar el edificio no voy a creer sus palabras”. Su escepticismo resulta comprensible. Llevan demasiado tiempo sintiéndose abandonados. Porque lo han estado. Como si no importaran las condiciones insalubres de su casa. Como si diera igual que su hijo de catorce años se haya visto obligado a tomar más medicación para soportar la humedad. “El doctor dice que no debe vivir aquí. Pero no tenemos otro sitio al que marchar”, alertan.

Hay ropa en los armarios que ha comenzado a pudrirse. El aire se cuela por algunas estancias como si las ventanas estuvieran abiertas. “Imaginad cómo es cuando hay ciclogénesis. Tiembla todo”, afirman. En la cocina, una tremenda calva les hace recordar el día en que, de golpe, decenas de baldosas se precipitaron contra el suelo. Su hijo pequeño estaba allí, jugando. “Fue hace dos veranos. Yo me encontraba en el salón, oí un ruido tremendo y fui corriendo. Él estaba bien. Pero podría haber pasado una desgracia”, rememora Omoze, mientras repasa con la vista las decenas de azulejos que van camino de correr la misma suerte. Nunca saben qué será lo próximo que suceda. “Vivimos con miedo y con vergüenza”, confiesan los dos. Ya no tienen visitas. Son conscientes de que su vivienda “no es digna”.

A Triviño se le revuelven las tripas cuando piensa en la “lamentable situación” de esta familia. “Es inaceptable”, subraya. Por eso quiere confiar en que “la buena disposición” con la que Visesa se ha acercado a su despacho finalmente fructifique. “En unas semanas celebraremos una reunión, en la que también estará el abogado que ha llevado la causa de esta comunidad, Javier Martínez San Vicente, y espero que podamos avanzar”, continúa. Más allá de la sangrante pesadilla que sufren Jesús y Omoze, el edificio entero adolece de vicios constructivos. De puertas para dentro, están los problemas de insalubridad y falta de aislamiento provocados por las condensaciones y las filtraciones de la cubierta y de la fachada. De puertas para afuera, la caída de las placas que revisten el edificio. Unas tremendas losetas de más de veinte kilos cada una que nunca deberían haberse utilizado. “Ni las placas ni las fijaciones son para uso exterior”, afirma el administrador. Y, para colmo, tampoco se pueden reparar las calvas actuales colocando otras nuevas. Hace tiempo que ese modelo no se fabrica.

Los vecinos de los diez portales que forman el inmueble tienen claro que hace falta un arreglo integral. “Hay que rehacer la fachada entera. Con el buen resultado que nos habría dado un ladrillo cara vista... Y también se tiene que sustituir la cubierta, porque la tela asfáltica es un desastre”, subraya Juan Prieto, un residente que, al menos dentro de casa, puede considerarse afortunado. Sólo hay humedades en el salón y en una esquina del dormitorio principal. “El del tercero tiene un agujero enorme en el tendedero. A nosotros, al estar en un primer piso, nos ha tardado más en llegar el problema”, reconoce. No obstante, su mujer, Marijose Ramos, se pregunta si esa solución que ahora promete Visesa llegará “antes de que la afección se extienda”. El deterioro de las placas, causa de las humedades internas, es implacable. “Sueltas, rotas... No hay una que se encuentre en buenas condiciones”, critica.

Hace dos semanas, los Bomberos acudieron al edificio tras la llamada de varios vecinos y lo acordonaron parcialmente. La amenaza de caída de placas era demasiado evidente. Ayer, apenas quedaban unos trozos de cinta abandonados por las esquinas. “La gente los quita”, reconoce, “porque llega un momento en el que ya ni siquiera eres consciente del riesgo”. Pero lo hay. Y Moriel se pregunta qué pasará si el arreglo llega tarde y antes se produce una desgracia. “¿Quién será el responsable?”, inquiere. A su juicio, y Triviño lo corrobora, el Gobierno Vasco ha tenido “una actitud desleal e irresponsable alargando esto, poniéndose del lado de la parte privada, en vez de buscar una solución para los vecinos”. En el juicio, Visesa sólo reconoció imperfecciones “que se subsanaron con el tiempo” Y ahora... “Veremos si llega pronto la solución. De momento hay que conseguir a que se designe un nuevo perito judicial que valore lo que habría que hacer”, dice. El anterior se negó.