Los trabajadores procuran irse de vacaciones con los deberes hechos. Con los políticos, los finales de mandato son otra historia. Da igual quien gobierne. Lo normal es que siempre queden pendientes de ejecutar unos cuantos proyectos, necesidades de ciudad acordadas por la mayoría política. La culpa la tiene la mala planificación, causa o consecuencia de ambiciones excesivas, anuncios imprudentes, contratiempos técnicos o redefinición de prioridades. Vitoria conoce bien esta realidad casi inevitable. Acaba de terminar otra legislatura en el Ayuntamiento y tanto actuaciones programadas en épocas anteriores como otras nacidas a posteriori continúan coleando. Una lista pesada encabezada por el centro cívico de Zabalgana y otros equipamientos en los nuevos barrios, los planes de rehabilitación de los viejos, la redacción del Plan General de Ordenación Urbana o la ampliación del tranvía, y a la que ahora se sumarán todas esas iniciativas con el sello del PP que Javier Maroto -alcalde por segunda vez si los pactos no lo remedian- incorporó a su programa.
Una ciudad en obras, si son las justas y necesarias, da réditos al gobernante de turno. Lo que importa, a fin de cuentas, es dar la sensación de que se hacen cosas. Y puede que por esa razón continúe estancado el reto más importante de Vitoria: la revisión de su caduco Plan General de Ordenación Urbana. Un documento que rige la planificación de la ciudad, sin entrar al detalle en infraestructuras o equipamientos pero definiendo de manera clara cómo debe crecer y ordenarse, qué necesidades tiene y cuáles son las prioritarias. En 2013, en un alarde de generosidad, el Consistorio planteó un proceso de participación ciudadana para que los gasteiztarras se implicaran en la redacción de esa carta magna, imaginando la capital de aquí a 2025. Pero el gesto tuvo escaso recorrido. La iniciativa se quedó a medio camino y los grupos no consiguieron ponerse de acuerdo para hacer su parte. Y en ésas está ahora la urbe, con unas ideas generales de la hoja de ruta sobre la que deberían sustentarse todas y cada una de las actuaciones que se pongan luego en marcha, pero sin la plasmación de esos cimientos fundamentales por escrito.
Que exista es vital, en cualquier caso, porque la teoría del PGOU repercute de forma directa en la calle. Un ejemplo. El avance del plan, que es todo con lo que por ahora cuenta el Ayuntamiento de Vitoria, presenta como axioma sagrado no crecer más. La ciudad ha consumido demasiado terreno y ha levantado tantas viviendas que la oferta ya es mayor que la demanda tanto en los nuevos barrios como dentro de la antigua circunvalación, donde los pisos vacíos van a más. Pero esa exigencia necesaria en clave de sostenibilidad también es negativa para quienes ahora viven entre solares vacíos, por lo que el Ayuntamiento ha de preguntarse cómo equilibrar la balanza. De hecho, ya lo hizo la pasada legislatura. Y la respuesta fue un plan de equipamientos que fue condición del PNV para apoyar al PP en los presupuestos. Por desgracia para el primero y para los residentes de esas zonas, el segundo lo aplicó sólo a medias. Así que ahora habrá que seguir con el proyecto. Es fundamental porque, al paralizarse la redensificación, hay que finalizar la urbanización de todos los sectores y coser Salburua y Zabalgana con servicios.
Cuarenta millones de euros, que se dice pronto, fue la cantidad destinada a ese plan para los nuevos barrios. De todas las actuaciones contempladas, siguen pendientes algunas de las más gordas, como el centro cívico de Zabalgana, su agorespace y el de Salburua, las huertas ecológicas y los remates urbanísticos en Arkaiate y Larrein. Promesas incumplidas -algunas obras justo han sido licitadas- que los vecinos ni olvidan ni perdonan. Tampoco lo hace el PNV municipal, que reconoció durante la campaña electoral haber salido muy escaldado de las alianzas con el PP por no haber sacado adelante a tiempo todas esas actuaciones. La realidad es que el Gabinete de Javier Maroto se centró en los llamados proyectos de ciudad: la estación de autobuses por su interés general y la reforma del Europa y la Avenida Gasteiz dentro del proyecto de Anillo Verde Interior por ser un icono popular, prefiriendo dejar para más adelante las necesidades en la periferia de la ciudad, ésas que ahora son ya asignaturas ineludibles.
También la rehabilitación de los barrios de toda la vida cobra, cada día que pasa, más importancia. Será otro reto de la nueva legislatura, si es que el Ayuntamiento de Vitoria acaba por darse cuenta de la urgente necesidad de meterles mano. Desde la época de Alfonso Alonso se han diseñado planes, pero todos han quedado reducidos a actuaciones de escaso alcance. Y no por falta de dinero. El plan de equipamientos antes mencionado contempló cinco millones de euros para esta tarea. Y el PP apenas tocó unos miles, destinados a meras ayudas para el arreglo de viviendas. Pero lo que hace falta, y tiene que ser ya, es una revitalización integral de esos viejos distritos que languidecen dentro del antiguo cinturón de la ciudad, tanto urbanística, como social y económica. A fin de cuentas, su población es cada vez más anciana y reducida, miles de viviendas carecen de las condiciones de habitabilidad propias del siglo XXI y cientos de lonjas duermen el sueño de los olvidados. Y todo eso es muy malo para el conjunto de Vitoria. Para la cohesión y su actividad.
Una ciudad funciona mejor cuanto más equilibrada sea su planificación urbanística. También, cuanto mejor esté conectada. De ahí la importancia de continuar apostando por la movilidad sostenible, ámbito que también ha acabado en esta legislatura con una nota mejorable. Durante la campaña electoral de 2011 una de las promesas más reiteradas fue la ampliación de las líneas del tranvía. Cuatro años después, vuelve a ser la misma. Aunque todos los partidos políticos se pusieron manos a la obra para definir recorridos, la dificultad para acordar el diseño del trazado y la falta de apoyo económico desde la Diputación del PP han impedido avances. Ahora, está por ver qué pasará.
El PNV anunció la extensión del metro ligero como una apuesta decidida del Gobierno Vasco -que pone el grueso del coste- si Urtaran ganaba las elecciones, pero la batuta parece que va a seguir en manos de un político que ha dinamitado el diálogo con todas las fuerzas tanto por ese incumplimiento de acuerdos antes mencionado como por su campaña de estigmatización del inmigrante a cuenta de las ayudas sociales. También habrá que continuar, en cualquier caso, con la creación de sendas urbanas, la extensión de la red ciclista y mejora de la actual y la supervisión continua de Tuvisa. Otra asignatura pendiente está allí donde el suelo residencial se convierte en industrial.
Más allá de los planes concretos de cada cual, todos los partidos están de acuerdo en la necesidad de regenerar los olvidados polígonos. La idea es flexibilizar el uso del terreno y eliminar cortapisas a las empresas para que se sientan cómodas y puedan prosperar, a la vez que se genera empleo. En la pasada legislatura, el PP prometió la creación de 8.000 puestos de trabajo a través de dos grandes proyectos de modernización en Jundiz y Betoño, pero ambos quedaron en agua de borrajas. Ahora, se conforma con un lavado de cara aprobado in extremis, en la recta final de esta legislatura, para mejorar el alumbrado, asear las calles y permitir con una nueva ordenanza la instalación de empresas escaparate. Y por último están los núcleos rurales, esos 64 grandes olvidados del municipio para los que el plan de equipamientos había destinado cinco millones que apenas se han tocado. La nueva legislatura hace preciso compensar su participación en la capital con infraestructuras básicas y mejoras urbanísticas de primera necesidad. Ellos, con sus impuestos, ya han hecho sus deberes.