La fachada será opaca total. Con la cancela abierta podrá distinguirse, a lo sumo, el inicio de un pasillo. No más. Salvo adquiriendo una entrada, resultará imposible saber qué se cuece dentro. Y, sin embargo, cientos de vecinos de la calle Gabriela Mistral quieren boicotear la puesta en marcha de Las Puertas del Cielo, ese pub que invita a las parejas a materializar sus fantasías, porque justo enfrente de la lonja hay un parque infantil y muchos menores residen en la zona. Alegan que el simple hecho de ubicarse allí “no puede ser recomendable para la educación de los niños”, queriendo convencerse, tal vez, de que a los clientes se les notará en la mirada la sed de pasión o no podrán contenerse las ganas hasta penetrar en el establecimiento. Y eso que la gran virtud de quienes se salen de la norma al disfrutar de sus cuerpos es la discreción. Da igual. Ellos vaticinan chavales corrompidos y no están dispuestos a consentir semejante barbaridad. Pero mientras defienden su cruzada, algunos toman unas alegres cañas delante de los hijos y otros se dejan los cuartos en la sala de juegos de la manzana, sin preguntarse si acaso esas conductas visibles, de ocio adulto y no siempre responsable, ofrecen un buen ejemplo a las nuevas generaciones. No, algo en esta historia no acaba de encajar. Pero qué.
Últimamente se ha hablado mucho de las motivaciones de fondo de los opositores. Tanto, que el debate ha acabado por reventar las costuras de Salburua para extenderse a Vitoria entera. La recogida de firmas en Change.org para forzar al Ayuntamiento de Vitoria a impedir la apertura del paraíso carnal en esa lonja evidencia lo revolucionada que anda la gente. Ayer ya sumaba 1.459 apoyos. El argumento es el de la ubicación. Sólo ése. Pero aparte están las quince alegaciones presentadas ante el Consistorio, en las que los vecinos añaden los ruidos que podría generar el trajín de clientes fuera y la música de dentro, como si los negocios convencionales no los generaran. Sexo. El problema es que se trata de sexo, del que despliega sus encantos más allá de la postura horizontal, ajeno a cualquier perturbación emocional, que se practica porque sí, por gusto, replican los ciudadanos que se decantan abiertamente por el vive y deja vivir.
En pleno siglo XXI todavía persisten tabúes que impiden respetar aquellas conductas que se salen de la regla general, que dibujan una línea moral que separa lo que teóricamente está bien de lo que no, mientras el miedo a lo desconocido los hace engordar como el hígado de un pato. Y con Las Puertas del Cielo, insisten los que se han alineado a favor del negocio, la directora de la orquesta es esa moralidad que atrapa moscas y deja escapar avispas, no la preocupación por la infancia. Su argumento, alcohol y juegos aparte, está también en Change.org, en otra campaña de rúbricas, la que la asociación de vecinos Salburua Burdinbide puso en marcha en diciembre para exigir al equipo de gobierno que completara el plan de equipamientos prometido para el barrio. Una hoja de ruta que incluía actuaciones fundamentales para la seguridad de los residentes y, muy especialmente, de los niños, como la instalación de pasos de cebra en calles de alta velocidad y la protección de los solares que duermen el sueño de los olvidados por la crisis, aún sin edificar, sustituyendo vacío por suciedad. Hablaba de evidentes peligros físicos que había que atajar cuanto antes, no de hipotéticos daños morales. Y sólo ha recabado 423 firmas en cuatro meses. Un fracaso en sí misma y en comparación con la otra, que en una semana ha recopilado el triple de adhesiones. El sexo moviliza más.
No es la primera vez, en cualquier caso, que vecinos de Vitoria saltan al campo de batalla para protestar contra un proyecto que no querían cerca de sus casas, con independencia de que sus razones estuvieran justificadas o no, presos del llamado síndrome Nimby, el rechazo a infraestructuras percibidas como una amenaza a su modo de vida. Sucedió con la apertura de la Casa del Sida en Lakua o cuando se anunció un centro de inserción social en ese mismo barrio, aunque el conflicto más sonado fue el de la instalación de la planta de recogida neumática en un solar del barrio de Coronación, junto al parque del Norte. Los vecinos organizaron caceroladas, acordaron horas para lanzar a la calle bolsas de basura desde las ventanas... Tenían claro que aquella infraestructura sería un caldo de cultivo de ruidos y hedores. Y les daba igual que en el entorno hubiera ejemplos que evidenciaban lo contrario. Cerca de 7.000 de los 12.000 vecinos de la zona llegaron a apoyar una moción para cambiar el emplazamiento, lo mismo que ahora pretenden quienes rechazan Las Puertas del Cielo, sin importarles trasladar el problema, si de verdad existía, a otra parte. “Y por ahí no vamos a pasar con el tema del pub”, afirman desde Salburua Burdinbide, “porque nunca apoyaremos a gente que considera que hay un perjuicio y que busca que se lo coman otros”.
Al final, hubo planta de recogida neumática en Coronación. No existía justificación técnica que impidiera su construcción, aunque el apasionado rechazo ciudadano hizo que el Ayuntamiento extremara aún más las medidas medioambientales. Una precaución que también parece estar aplicando a cuenta del pub de ocio sexual. Los técnicos responsables de conceder la licencia de actividad han solicitado a la propietaria del negocio más detalles en tres puntos: accesibilidad, aislamiento acústico y climatización. Una vez reciban los nuevos datos, los estudiarán. Si les dan el visto bueno, Urbanismo podría entonces conceder el permiso de obras. Y ya no habría marcha atrás. De hecho, el Ayuntamiento lo ha dejado claro: el local abrirá en la calle Gabriela Mistral si cumple las normativas municipales, y ese horizonte es el más probable, por mucho que la recogida de firmas cumpla el reto de Change.org.
La advertencia podría haber minado la moral de los opositores. Están solos frente a la maquinaria administrativa. No ha habido, siquiera, un grupo político que les haya tenido en consideración. Su queja no pesa como la que propició otras movilizaciones, quizá porque la protesta todavía no ha saltado de las trincheras virtuales a las callejeras, quizá porque se trata de un equipamiento privado y no de ciudad. Cuando estalló la guerra vecinal con el proyecto de la estación de autobuses en el aparcamiento del parque de Arriaga, otra polémica gorda, la reacción municipal fue muy distinta. Dos plataformas ciudadanas antagónicas como la FAVA e Interbarrios se pusieron detrás de la pancarta, reacios a una terminal que se comería un trozo de verde, y consiguieron el apoyo de todos los partidos que estaban en la oposición para celebrar una consulta popular. Al final no se convocó el refrendo porque el equipo de gobierno, liderado por los socialistas, se negó. Y el proceso siguió su curso, ajeno a todo lamento, hasta que llegó Javier Maroto a la Alcaldía y decidió aprovechar el agujero del palacio de congresos que se había excavado al final de la anterior legislatura para colocar allí la terminal. Y así acabó la rabia en Arriaga. Y así empezó en el entorno de la plaza Euskaltzaindia.
Lakua también tuvo su plataforma. Los vecinos integrantes no querían la estación en ese lugar porque el emplazamiento les parecía inadecuado. Alegaron, entre otras razones, el peligro que supondría el paso de los autobuses por el interior de un barrio lleno de centros educativos. El equipo de gobierno acordó hacerlos entrar y salir por la rotonda de América Latina y, cuando estos mismos residentes le advirtieron del caos de tráfico que podía generarse en una zona que de por sí se congestiona con facilidad, habilitó nuevos carriles para agilizar la circulación a costa de una acera. El colectivo no quedó conforme. Aquello sólo eran parches y todavía persistían otros problemas, como la contaminación acústica. Pero el Ayuntamiento no cedió más y siguió adelante con el proyecto. Hoy, son más las voces que lo aplauden que las que ven pegas. Y eso que la terminal se ve, se oye y está en una zona con muchos niños. Pero vaya. Allí no hay sexo. Bueno, o al menos no a priori.