Como si temiera un calambrazo, la furgoneta reduce bruscamente la marcha al asomar en el horizonte la cicatriz ferroviaria. Al llegar a ella, lejos todavía de rozarla, se detiene. Su conductor mira a la derecha. A la izquierda. Otra vez a la derecha. Hay vía libre. Pisa con ahínco el acelerador. Y prosigue el camino, expirando alivio, como siempre que deja atrás la finca para volver a Hereña. Hace una semana, en ese mismo lugar, un vecino se dejó el morro del vehículo, arrollado por una locomotora. Fue un despiste. Uno de los muchos que suele acabar con susto. Porque en ese paso a nivel no hay semáforos ni barreras ni avisos acústicos. Sólo un cartel oxidado de ida y otro de vuelta que susurran Atención al tren con letras marchitas y unos tablones de madera desgastada colocados en la zona que pisan los coches para intentar que no queden atrapados por los hierros. Si pasara, sería fatal. Durante el día, al menos cada veinte minutos emerge un convoy borracho de velocidad. La línea Castejón-Bilbao es muy activa. Demasiado para el peligro que asoma en este punto negro. Y no es el único que huele a riesgo a lo largo de la comarca.

Ribera Alta conserva en pleno siglo XXI tres pasos a nivel sin auténticas medidas de seguridad: el de Hereña, que comunica con fincas y diminutos pueblos de cuatro casas, y dos en la zona de San Miguel, que conectan con Igay y Rivabellosa. Llegar a ellos es como viajar al pasado. Dejarlos atrás para volver a la A-2622, regresar al presente. La carretera nacional que discurre muy cerca de estos caminos secundarios, usados sobre todo por los agricultores, exhibe grandes letreros digitales con lucecitas Led que piden a los conductores, al menos estos días, que Moderen su velocidad. Es una de esas ironías de la vida que evidencian qué es prioridad para las instituciones. “Cuando los políticos y las empresas pueden sacar beneficios, actúan; si no, esperan a que haya una desgracia”, sentencian dos señoras descreídas, de paseo por Mimbredo. Allí hubo otro cruce ferroviario, con una señal de stop pero sin barreras, especialmente peligroso por su “mala visibilidad”, hasta que en 2010 fue sustituido por un puente elevado. Para cuando se hizo la obra, no obstante, ya había habido un accidente mortal. Los vecinos recuerdan la fecha como si fuera ayer: 23 de junio de 2004. El dolor por una vida sesgada tan pronto siempre se graba a fuego.

Aquel día amaneció como cualquier otro, pero pronto se tornó un amasijo de pena. Ocurrió en torno a las ocho y media. “Un mercancías arrolló al todoterreno en el que viajaban un padre, un alemán que llevaba aquí ya muchos años, y su hija. Vivían en Caicedo. Se quedaron atrapados por el remolque y aunque el tren trató de parar se los comió. Él sufrió algunas fracturas, por suerte, pero la cría murió en el acto. Dicen que la llevaba a la escuela en Vitoria, que solía usar ese atajo para evitar las colas que se formaban en Pobes con las barreras. Sólo tenía diez años”, recuerdan, compungidas, enfadadas también, las dos mujeres. Ahora, hay unos montículos de tierra a ambos lados del antiguo cruce que impiden que los vehículos pasen de una orilla a otra. Tampoco lo harían. El camino se desvía hacia un puente elevado, mucho más seguro. Se sabe cuándo se proyectó la obra, lo que costó, el punto kilométrico exacto, todo, porque así lo anuncia a bombo y platillo un cartel mastodóntico del Ministerio de Fomento en su mismo acceso: Construcción de paso superior en el PK 158/841 para supresión del paso a nivel del PK 158/ 690. Línea Castejón-Bilbao. Ribera Alta. Octubre 2010. 852.885,850 euros.

No fue el único proyecto para eliminar cruces ferroviarios peligrosos que se ejecutó entonces. Adif había puesto en marcha un ambicioso plan estatal que, en el caso concreto de Ribera Alta, incluía también soluciones en el paso de la intersección del camino bajo la iglesia y en el de Hereña. En el primero se actuó, erigiendo una pasarela peatonal así como un enlace para permitir la conexión del viario perimetral que discurre junto al río Bayas con el nuevo puente entre Mimbredo y Caicedo. En el segundo, es obvio que no. Y eso que se llegó a anunciar la adjudicación de los tres proyectos, con una inversión total de 2,7 millones de euros. “¿Dónde quedaría aquel dinero? ¿Se lo ahorraron o se lo gastaron en otra cosa?”, se preguntan los lugareños, a sabiendas de que nadie con competencia responderá a sus interrogantes. El propio alcalde de Pobes, Jesús Berganza, lleva mucho tiempo, ni sabe cuánto ya, solicitando una intervención que no llega tanto para ese punto negro como para los de San Miguel, tratando de hacer oír la voz de la comarca a través de los representantes institucionales del País Vasco en Madrid. Y nada. Las pocas gestiones realizadas en Fomento no han dado resultados. “Ni lo harán a medio plazo”, vaticina el primer edil, “pues dicen que no hay dinero, pero no valoran los accidentes que han ocurrido ni los riesgos que sufren las personas que deben transitar por esos lugares”.

Dos parroquianos charlan sobre el último susto en un bar de Pobes, con vistas al paso con barreras de la localidad cabecera de la comarca. “Esos cruces de Hereña y San Miguel se usan mucho, sobre todo agricultores. Y ellos son los que más riesgo corren, porque sus vehículos son más lentos. Cuanto te quieres enterar, el tren te ha arrollado”, advierten. Uno de ellos sabe bien de qué habla porque, tiempos ha, el hocico del tractor de su padre voló. “Era enero, iba a cosechar. El cacharro no tenía ni seis meses. No sintió el ferrocarril y para cuando lo quiso ver ya era demasiado tarde. Y eso que bajaba. Que si hubiera sido subiendo, aún habría ido más lento y le pilla en medio”, asegura. Siempre ha habido sobresaltos en estos lugares. “Muchos”. En el viejo punto sin barreras de Mimbredo, “al menos doce o trece coches se llevaron un buen susto” antes de que se produjera el falta accidente en el que falleció la niña de Caicedo. “Y aun así tardaron otros seis años en anunciar la obra”, apostillan, “y se dejaron algunos sin hacer, pero es lo de siempre”.

Hay quienes han decidido en no creer hasta ver. “Tengo 65 años y desde los cinco llevo oyendo que se iba a suprimir el paso de Pobes, que tiene sus medidas de seguridad pero no deja de ser una molestia, y ahí sigue”, espeta uno de los parroquianos. En ese momento suena el pitido inconfundible que anuncia la llegada de un nuevo tren. Diez minutos antes había pasado otro. La barrera baja y los vehículos se empiezan a acumular a los dos lados. Una moto, una furgoneta y un camión, en un margen. Un turismo y una bici, al otro. El trabajador de Adif comenta, desde su caseta, que “podría haberse suprimido hace tiempo, pero si no se ha hecho es por intereses”. No quiere decir cuáles. Los clientes del bar creen que puede referirse a los agricultores que se niegan a ceder sus tierras para, por ejemplo, llevar el acceso por Subijana. “Si te expropian y te jubilan, encantados, pero es que no dan un duro”, replican. Fuera, acaba de pasar el tren.