después de varios años de ruidos, polvo, camiones, barro, todo de molestias y muy poca clientela, los bares del entorno de la nueva estación de autobuses de la plaza de Euskaltzaindia han empezado a ver la luz al final de túnel. Era de esperar, han pasado de la nada al todo de un domingo a un lunes. El pasado día 16 abrió la infraestructura y desde entonces, se estima que cada día pasan por la plaza 8.000 personas, entre viajeros y acompañantes. Por fuerza, ese tránsito se refleja en la demanda de cafés, desayunos y bocadillos.

En el Galtzagorri, un amplio establecimiento que hace esquina entre las calles Ernestina de Champourcin y Dámaso Alonso, su propietario, Ángel Cantón, confirma que la cosa va bien desde que se abrió la estación al público.

“Se está notando más afluencia de gente, sobre todo gente que viene a ver cómo es la estación, con vistas a la Semana Santa, para conocer bien las instalaciones y saber adónde tienen que ir a coger los autobuses”, señala el hostelero, dispuesto a darlo todo en estos días previos al trajín propio de las primeras vacaciones del año en una estación de autobuses nueva.

“Son días de mucho movimiento, y a la gente le gusta estar enterada de lo que hay”, resume Ángel, quien entiende que en estos primeros días de apertura de la infraestructura a su bar vayan sobre todo “curiosos”. “Supongo que es lo habitual, cuando hay una novedad o una inauguración siempre hay un pico hacia arriba”, y por ello Ángel prefiere esperar un tiempo antes de hacer un balance serio del radical cambio que ha sufrido la plaza, hasta hace unos años una enorme superficie de casi 30.000 metros cuadrados donde no había más que jardines y una escultura hoy desterrada a Portal de Foronda, jardines que además hacían de frontera con el edificio del Gobierno Vasco y sus centenares de trabajadores. “Hay que esperar unos días para que todo se normalice y podremos sacar conclusiones más concretas”, señala el hostelero.

Por otro lado, ante el cambio en su clientela el Galtzagorri no va a cambiar nada en especial. “Nosotros no hemos hecho nada fuera de lo normal, nos dedicamos a poner desayunos, platos combinados, bocadillos y ese tipo de cosas, lo del día a día, y con esa idea estamos trabajando”, afirma el propietario del establecimiento.

El movimiento se tiene que notar, necesariamente. Cada día se llenarán y vaciarán medio millar de autobuses en las 25 dársenas de la estación, y muchos de sus ocupantes tendrán que hacer un transbordo y dispondrán de un rato muerto para tomar un café. Otros llegarán con hambre a su ciudad natal y tendrán que comerse un pintxo antes de llegar a casa. Otros harán tiempo tomando una caña en la calle, cuando llegue el buen tiempo -si llega- a la capital alavesa, antes de embarcar rumbo a casa... es mucha gente todos los días en un lugar hasta ahora relativamente poco transitado.

Concretamente, dos millones y medio de personas pasarán cada año por una estación que no cerrará ni un día y que estará operativa desde las 6.00 horas hasta medianoche, aunque el fin de semana haya menos ajetreo. A las puertas de la terminal se ha construido un parque infantil que contribuirá a que los niños del barrio -y sus padres y madres- se queden en las inmediaciones, y que animará a salir de la terminal a quienes viajen con menores.

optimismo Justo enfrente de la puerta de la estación, en los soportales de la calle Rafael Alberti, está ubicado el Intxaursalsa, un bar desde el que se observa en directo todo ese trajín y que ya disfruta de sus consecuencias. Sus responsables miraban al futuro con preocupación hace meses, cuando DNA realizó otra visita al establecimiento, y ahora ven el futuro con más optimismo.

Antes, las conversaciones en la barra de este establecimiento giraban en torno a la idoneidad de ubicar allí el auditorio, el BAI Center, o no. Luego el debate se trasladó a la mudanza de la nueva estación desde el cercano parque de Arriaga hasta Euskaltzaindia, a raíz de las protestas vecinales. Después fueron las molestias ocasionadas por las obras. A todos estos avatares ha sobrevivido el Intxaursalsa desde su apertura, y ahora parece que ya por fin va a haber cierta estabilidad, y mucho movimiento, en el entorno.

A media mañana de ayer, en plena nevada, el establecimiento reunía una importante cantidad de público, y en el piso de arriba, su propietario, José Carlos Amador, trabajaba sin descanso en la cocina preparando pintxos con los que atender a los hambrientos viajeros y visitantes de la estación. José Carlos constata que desde el pasado lunes 16 por su local pasa más gente. “Se nota”, afirma el hostelero, quien asegura que tras un periodo en el que la clientela bajó por culpa de las obras, han vuelto a contratar personal. “Al principio de la semana -explica- venía más gente a mirar, pero ahora hay también viajeros, hay bastante más movimiento de gente”, señala José Carlos, que dice hacer ahora “lo mismo que siempre, pero con bastantes más cantidades, ya tocaba, después de cuatro años de valla..., que se ha notado también”.

Una historia es lo que sucede en las inmediaciones de la nueva estación, en la zona de Rafael Alberti, y otra un par de manzanas más allá. En la plaza Ignacio Aldecoa, que se encuentra a apenas dos centenares de metros de la estación, su influjo no ha llegado, al menos de momento, en forma de clientes dispuestos a consumir. Así lo certifica Nerea Herrero, del pub Urizar. Tras la interminable barra del establecimiento, Nerea opina que “todavía es pronto”, pero que “no, no se ha notado la apertura de la estación, estamos demasiado alejados”. Nerea explica que el Urizar trabaja más “con gente del barrio”.

Lo mismo ocurre en el Ristretto, una cafetería desde la que apenas se atisba la techumbre color esmeralda de la estación, y en la que la clientela habitual consumía su café de media mañana a resguardo de la sorpresiva nevada de ayer. Rocío Alves, que atiende la barra, aseguraba que por ahora el flujo humano de la estación no ha llegado a la plaza Ignacio Aldecoa. “Aquí estamos como siempre, siempre viene la misma gente y ya está; se nota que estamos más alejados”, afirmaba Rocío, que en su momento pensó que el efecto de la estación sería inmediato en el local.

“Supongo que tendrán más trabajo los bares que hay justo enfrente de la estación, y hasta aquí, si estas de viaje, tampoco te vas a venir”, explica la joven, que en todo caso confía en que “con el tiempo, haciendo un poco de publicidad, nos demos un poco más a conocer, siempre será mejor que haya más trabajo”. Sí, el Ristretto queda un poco a desmano, pero por si acaso Rocío avisa: “Esto es una cafetería, pero damos comidas y cenas, y de todo”.