el 5 de agosto de 1995, festividad de La Blanca en Vitoria, y a las nueve de la noche del día 4 de agosto en Ecuador, fallecía de un infarto el misionero Ángel Salvatierra, quien, según relata su familia, había recibido la comunicación de la nunciatura de su nombramiento como obispo de la Diócesis de Vitoria.
La historia la recuerda con cariño y con orgullo su hermano, José Manuel Salvatierra. “Mi hermano trabajaba para la Conferencia Episcopal ecuatoriana y a su paso por Vitoria tras una visita que había realizado a Roma junto con el presidente de la Conferencia Episcopal de Ecuador a cuenta de algunas discrepancias relacionadas con el catecismo que se había publicado en aquellas tierras, nos comentó que alguien en la curia vaticana ya le había anunciado: Ángel prepárate que vas a ser obispo, pero no aclaró nada más”. Esto sucedía a finales de mayo de 1995. Ángel Salvatierra regresó a Ecuador y, de manera repentina, perdía la vida por un infarto en la noche del 4 de agosto.
A los dos años de la muerte de Ángel Salvatierra su hermano José Manuel se trasladó junto con su esposa a Ecuador, platicaron largas horas con el carmelita y arzobispo emérito de Cuenca (Ecuador), Luis Alberto Luna Tobar, que debía ser como el padre espiritual de Ángel Salvatierra. Éste les contó que por esas fechas, las de su muerte, la nunciatura le había comunicado su nombramiento como obispo de Vitoria. Nadie sabrá ya si fue su incansable ritmo de trabajo o la impresión de la noticia lo que su corazón no pudo resistir.
Luna Tobar firmaría un escrito que se haría público en el Diario Hoy pocos días después de la muerte de Salvatierra. “En los ambientes de Iglesia, en el Ecuador, no necesita presentación. Su figura, su presencia, su recuerdo y su trabajo están vivos. Hay luces que jamás se apagan, hay energías que nunca dejan de entregar su fuerza. Ángel Salvatierra fue un formador de sacerdotes y forjador de varones cristianos, fue un animador de comunidades y un ejemplo vivo de entrega comunitaria, fue un trabajador incansable de todo lo que le exigía su vocación misionera y un investigador infatigable de las verdades más hondas y de los valores humanos más profundos y reales. Fue, ante todo, hermano y amigo, cristiano cabal y sacerdote íntegro”.
Ángel Salvatierra nació en la localidad de Morentin, en la comarca navarra de Estella. Al poco de ser ordenado sacerdote, manifestó su deseo de dedicar su vida a los pobres y ello le llevó a Ecuador. Allí se integró y era tal su valía que destacó por su formación y capacidad de trabajo. Prueba de ello era su papel en la Conferencia Episcopal Ecuatoriana y su elección como Secretario Ejecutivo de la Comisión de Magisterio de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana con motivo de la reunión de Santo Domingo que sucedería a las de Medellín y Puebla y que fueron marcando el rumbo de la Iglesia en Latinoamérica.
Algunos lo consideran un gran teólogo, desconocido, de la Teología de la Liberación. Luna Tobar, que tan cerca estuvo de él, decía en su homenaje póstumo: “Durante muchos años fue asesor escondido, humildemente efectivo, de todo sacerdote con inquietudes nobles, de todo obispo con exigencias difíciles, de cualquier grupo con ideales sociales críticos y de toda comunidad de base que le pidiera luz y cercanía. Respetuoso de todo lo humano, jamás transigió con errores ni dobleces y siempre tuvo el corazón y la mente abiertas para explicar la verdad con fuerza convincente y con claridad indiscutible. Con su muerte pierde la iglesia del Ecuador y especialmente su Conferencia Episcopal una luz irremplazable y un trabajador que jamás se rindió ante el cansancio o ante las vanidades aplaudidas”.
Salvatierra conocía de primera mano la realidad de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), hasta el punto de que le sirven de referencia a la hora de redactar el documento de Santo Domingo: “Gran parte de las CEB y de las comunidades cristianas campesinas han nacido en el Ecuador como fruto del trabajo pastoral de la Iglesia: por medio de misiones populares, visita de los agentes de pastoral, cursos bíblicos, catequesis en recintos y anejos o fiestas religiosas. Con ello no queremos afirmar que la iniciativa proceda siempre de los agentes de pastoral, aun cuando así sea con frecuencia. Va creciendo últimamente la extensión de las CEB por iniciativa y responsabilidad de ellas mismas y de sus miembros, como expresión de su dinamismo misionero”.
Compañeros suyos del grupo misionero vasco recuerdan la figura de Salvatierra y, sin quitar ni poner crédito a las palabras de su hermano, que es de quien ha llegado la historia del nombramiento de Salvatierra para ser obispo de Vitoria, sí reconocen que valía y méritos para haber sido elegido los tenía. Pero un repentino infarto truncó su vida y dio un giro a la historia de la diócesis vasca, que un mes más tarde, el 8 de septiembre de 1995, conocería el nombre del sucesor de monseñor José María Larrauri.
El secreto pontificio obliga a quien obliga a no dar datos sobre nombramientos y decisiones de la Santa Sede, pero esa obligación no es extensible a otros miembros de la comunidad cristiana que por un motivo u otro llegan a conocer esas informaciones. Además, 20 años más tarde esta información que ha ido circulando de la mano de la familia y de las personas más allegadas no es sino un homenaje y reconocimiento a alguien sobre quien el Papa, entonces Juan Pablo II, había puesto sus ojos.
Dos décadas más tarde, la Diócesis de Vitoria vuelve a entrar en la rueda de la sucesión en su cátedra y es un momento oportuno para recordar con afecto al obispo que nunca llegó a ser ni a tomar posesión, pero en su corazón a buen seguro que este pueblo ocupó un lugar, quizá tan grande que por eso le estalló.