Y Dios creó al hombre. Y como el hombre se sentía solo, y no tenía quien le ayudara a cuidar los animales ni labrar las tierras, Dios cogió una de sus costillas. Y creó a la mujer, hueso de su hueso, carne de su carne. Y el hombre y la mujer vivieron felices, hasta que un nefasto día ella se dejó tentar por la fruta prohibida. Y Dios los expulsó del Edén. Y condenó a la mujer a parir con dolor. Y a partir de entonces pasaron otras muchas cosas. Y en todas, la mujer siguió representando el mismo papel, una especie de sumisa sufridora inoportuna. Vale, sí, hablamos de ficción. Pero entrecomillas. Porque el mal llamado sexo débil ha aguantado durante la mayor parte de los tiempos, con o sin Biblia de por medio, la discriminación de un guión escrito por dictámenes masculinos. Relatos de dominación que empezaron a tambalearse con el movimiento feminista, guerreras que reivindicaron la igualdad de derechos cuando nadie entendía por qué, que pese a lo agotador de su lucha jamás se desanimaron. Sólo exigían lo que era justo. Y porque era justo, encontraron aliados en el bando absolutista. Y formaron equipo. Y demostraron que, por encima del género, está la persona.

“Es que eso es lo único que importa”, afirman los protagonistas de este reportaje por el Día Internacional de la Mujer. Los. Sí. Son hombres. Y representantes de ámbitos laborales tradicionalmente vinculados al sexo masculino o en los que durante siglos ellas estuvieron vetadas. Oficios donde ahora la presencia femenina lo mismo es arrasadora que todavía muy minoritaria, pero en los que ya no se cuestiona más que las habilidades de cada cual. Al menos, eso dicen ellos: Luis Cid, comisario de la Policía Local de Vitoria; Josu Izaguirre, fiscal general de la Audiencia Provincial de Álava; José Ángel Cuerda, primer alcalde de la democracia en Gasteiz; y Miguel Aransay, conductor y representante de los trabajadores de Tuvisa. Cuatro hombres de gremios muy distintos, aunque con un denominador común: formar parte de las administraciones públicas, órganos abocados a jugar un papel ejemplar y ejercer como punta de lanza para la esfera privada en políticas de igualdad. Un objetivo que, al oírles hablar, parece estar cumpliéndose. Sus experiencias hablan de integración, de rechazo a conductas machistas, de normalidad. Que de eso se trata el asunto.

Cuando Cid se enfundó por primera vez el uniforme de guardia urbano, justo un año antes habían entrado las primeras mujeres en la Guardia Urbana. “Era 1982. Y se incorporaron ocho de un total de 22 agentes. Cierto es que, al ejercicio siguiente, en mi promoción, no hubo ninguna. Pero, desde entonces, el acceso de ellas siguió siendo progresivo”, asegura. Progresivo, sí, pero también tímido. De los 392 policías que hay en la actualidad, 62 son mujeres. La cifra apenas representa el 15% de la plantilla, un porcentaje superior al de otras ciudades aunque todavía evidentemente bajo. ¿Y por qué es así? ¿Hay una razón educativa, cultural, tal vez de sensibilidad o se trata de algo más prosaico? El comisario se ha hecho muchas veces la misma pregunta y ha concluido que la reducida tasa no tiene tanto que ver con esa extendida creencia de que a las mujeres no les atraen oficios vinculados tradicionalmente a la fuerza y la protección como con el hecho de que “las pruebas físicas acaban resultando determinantes”.

Aunque esos exámenes se han adaptado para favorecer la discriminación positiva, todavía condicionan el acceso. “Porque, en los teóricos y psicotécnicos, es evidente que ellas nos dan mil vueltas”, reconoce Cid. Eso sí, las mujeres que logran entrar en la Policía Local ocupan todo tipo de destinos. “Las hay que van en moto grande, que trabajan en el Grupo de Prevención y Apoyo (GPA) o en la Unidad de Investigación... Y en el grupo de violencia familiar y en el de recepción de denuncias, ellas son aplastante mayoría porque, al estar el trabajo más relacionado con mujeres, nos parece más adecuado que sean mujeres las que puedan atender a las víctimas”, prosigue el comisario. Otra cosa es el asunto de las jerarquías. En los puestos intermedios, como suboficiales y agentes de primera, está garantizada la presencia femenina al mismo porcentaje que su protagonismo dentro del Cuerpo, pero oficiales mujeres todavía no hay y va a ser en breve, al finalizar el periodo de prácticas, cuando por fin exista una subcomisaria en Vitoria. “No obstante”, puntualiza el veterano agente, “estoy seguro de que, poco a poco, serán muchas más las que acaben teniendo un mando”.

Porque ese matiz, el de quién está al timón y quién rema, es una de las desigualdades más candentes del actual mundo laboral. Sucede también allí donde se imparte justicia, a pesar de que ellas son aplastante mayoría entre magistradas, abogadas, procuradoras... “Pero es una cuestión vegetativa, de tiempo, nada más. Los profesionales más veteranos están arriba y hace muchísimos años había más hombres”, sostiene Josu Izaguirre, fiscal jefe de la Audiencia Provincial de Álava. El también llamado azote de los políticos corruptos siempre se ha movido entre aguas femeninas, pues cuando él comenzó su andadura profesional las chicas ya eran avalancha. “Empecé en 1991, en Donostia. Éramos doce fiscales y la mitad ya eran mujeres. De hecho, en mi promoción, de 180 personas cien eran mujeres. Existía equilibrio entonces y, hoy en día, la presencia femenina es absolutamente abrumadora”, sostiene. Él la atribuye al famoso techo de cristal que tan difícil resulta de romper en la empresa privada. Frente a criterios de selección que pueden ser discriminatorios, en la función pública los parámetros que determinan dónde acabará la aspirante son cien por cien objetivos: oposición y méritos. “Se compite en igualdad de condiciones”, subraya. Y cuando eso sucede, ellas suelen ganar. Por eso, al igual que otros compañeros, este profesional suele comentar si no llegará el día en que haya que aplicar las leyes de paridad pero en beneficio de ellos.

La feminización de la justicia resulta imparable. Un fenómeno que, eso sí, no parece afectar a la manera de ejercerla. Izaguirre huye de esos clichés que atribuyen a las mujeres más sensibilidad al abordar problemas sociales o, al contrario, una excesiva autoridad para hacerse respetar. “Yo creo que la manera de comportarse va con la persona. Pero sí que es cierto que, al menos desde mi experiencia como fiscal, he percibido que ellas son más firmes, más directas, no usan tantos circunloquios, ven las cosas con más claridad y las dicen tal cual”, admite finalmente. Y bueno, qué más da. No es algo malo enfatizar diferencias que enriquecen el oficio. Lo preocupante sería caer en tópicos machistas, del estilo “ellas conducen peor”. Estereotipos que, por suerte, o eso dice el siguiente protagonista, no se dan en Tuvisa. “Entre compañeros nunca ha habido críticas. Pero cuando entraron las primeras mujeres, sí que se oían cosas por parte de usuarios y usuarias. Bueno, incluso había alguna que otra abuela que veía llegar a la chófer y esperaba al siguiente autobús”, confiesa Miguel Aransay.

El paso del tiempo demostró que un hombre o una mujer pueden conducir igual de bien o mal un urbano con independencia de su sexo. “Hace años que el oficio del transporte público o de mercancías podía considerarse masculino por aquello de que exigía fuerza. La dirección no era manual, no había embrague... Suponía mucho esfuerzo. Pero, hoy en día, estos vehículos están perfectamente adaptados y son muy sencillos de dirigir”, explica el representante de los conductores de Tuvisa. Con todo, sólo el 10% de una plantilla de cerca de 280 chóferes es mujer. Un porcentaje muy pequeño, más aún que el de la Policía Local, que Aransay no sabe muy bien a qué atribuir. “Supongo que es una cuestión de gustos, pero lo importante es que no existe discriminación. Quien quiera acceder oposita como todo el mundo”, subraya. Él estaría encantado de que muchas más se animaran a dar el paso. Hace quince años que entró la primera y, desde entonces, sólo se han sumado otras treinta.

Donde sí se nota el interés de las mujeres por tomar el volante es allí donde Aransay acude para resolver cuitas de Tuvisa: la Casa Consistorial. En estas próximas elecciones, habrá al fin una aspirante a la Alcaldía de Vitoria: Miren Larrion, de EH Bildu. Y eso en política es un avance significativo, aunque hay que reconocer que, desde que la ciudad se sacudió las legañas de la dictadura, ellas en Gasteiz han ejercido papeles con peso. La primera fue María Jesús Agirre, mano derecha de José Ángel Cuerda, un hombre al que siempre le gustó rodearse de mujeres válidas. “Llegué al gobierno tras pasar por la escuela de asistentes sociales, donde casi todas eran mujeres. Mujeres estupendas, además, que me enseñaron muchísimo. Y quise llevar a algunas de ellas conmigo. Porque valían mucho, estaban bien preparadas y trabajaban de forma admirable. Y a todas les fueron encomendadas tareas importantes”, recuerda, sin dejar de deshacerse en elogios, con ese sabor nostálgico en la boca que dejan los buenos tiempos.

También había mujeres en otros partidos en los inicios de la democracia, o así al menos lo recuerda Cuerda, “y siempre fue una relación entre iguales”. Lo dice con absoluta convicción, orgulloso de que durante tantos años el Ayuntamiento se caracterizara por “un ambiente cordial, donde todos tratábamos de entendernos, de trabajar por el bienestar por encima de las ideologías”. Y es que, ¿de qué se trata si no? El exalcalde confía en que un día sólo se hable de personas y que no sea necesaria esa ley que insta a incluir en las listas electorales una presencia mínima del 40% y una máxima del 60% para cualquiera de los dos sexos. “Y no porque logremos que haya tantas mujeres como hombres o viceversa, sino porque lo ideal sería que llegara ese momento en que no nos planteemos si el desequilibrio es justo o injusto, que entre la gente que se lo merece y eso no genere desigualdad”, concluye.