era un día de estreno. De los que se hacen esperar, como sucede con casi todas las cosas buenas. Pero transcurrió tranquilo. Demasiado, quizá. Desde que Fernando Castro tomó el volante en la mojada oscuridad de las siete de la mañana, los viajeros fueron entrando a cuentagotas en el autobús. La mayoría, con notorio despiste, preguntándole por el trayecto y las paradas antes de enfilar el pasillo rumbo a asientos por los que no iban a tener que pelear. Sí, el Ayuntamiento de Vitoria había anunciado la puesta en marcha del número 10 en la primera plana de su página web, con cartelones verdes en las marquesinas, folletos informativos en los urbanos y hasta un mediático viaje protagonizado por Javier Maroto. Y sí, era un servicio necesario y justificado. Y sí, la gente lo esperaba ansiosamente para no tener que soportar la saturación del 6 ni usar una lanzadera para ir o volver de Aldaia. Pero ni con ésas se notó la afluencia que habría cabido esperar. “Pero la habrá, seguro, sólo hay que dar tiempo para que todo el mundo se informe”, sostuvo el chófer, conocedor de la idiosincrasia vitoriana, tendente a dejar los deberes para el último momento, y también de las molestias que hasta ahora había sufrido el barrio más poblado y procreador de Vitoria al no disponer más que de una línea para trasladarse a otras zonas de la ciudad. Hacía falta otra y pronto se notará el agradecimiento.
Otra cosa es qué pasará cuando llegue el momento en que su uso se normalice. Y eso es lo que le preocupaba al chófer mañanero. Sin apenas viajeros, había andado “bastante al límite” para cumplir las frecuencias. “Tenemos 35 minutos para ir de Aldaia a Larrein y 35 para volver. En Aldaia, he estado parado como mucho cinco minutos. En Larrein, no he llegado a dos. Y en el centro ha sido recoger a toda prisa y seguir para, además, no molestar a los compañeros de otras líneas en las paradas en las que nos juntamos varios”, explicó. Se le notaba agobiado por las apreturas, pero no sorprendido. Un informe realizado por los delegados de prevención de la empresa a finales de septiembre ya había advertido de que los tiempos para cumplir el paso por las marquesinas cada diez minutos eran “muy ajustados” y que, en determinados momentos, obligarían a conducir de forma temeraria. Ayer Roberto no tuvo que hacerlo, pero sus registros evidenciaron que aquel estudio no andaba descaminado, que tal vez por ese motivo, aunque el equipo de gobierno lo hubiera desmentido, se había retrasado tanto la línea 10 desde su anuncio de puesta en marcha en verano. “Ya veremos cómo andamos cuando haya más afluencia y en días de más tráfico. Yo confío en que nos pongan refuerzos”, deseó el joven, mientras iniciaba su tercera ruta del día.
Dentro, sólo había cuatro viajeros. Entre ellos, Patricio Jiménez, un vecino del sector de Aldaia que al fin había podido despedirse de la lanzadera, fuente inagotable de quejas por su falta de ajuste con la línea 6 y el incumplimiento reiterado de los horarios prometidos. “Llegabas al enlace y un día esperabas ocho minutos, otro día cuatro, a veces la pillabas al vuelo... Pero el caso es que nunca sabías muy bien cuándo ibas a llegar al centro”, explicó. Ahora ya no tendrá que sufrir ese problema, lo que le permitirá organizarse mejor sin necesidad de perder el tiempo, aunque ayer todavía andaba perdido, sin saber dónde le dejaba el nuevo trayecto ni las modificaciones que éste había conllevado en la 6 o cómo regresaría después a casa. Se había enterado de la buena nueva el jueves, apenas había echado un ojo a la ruta y al subir al autobús los folletos informativos ya habían volado. Pero entonces descubrió que en las cristaleras de los asientos más próximos a las puertas intermedias también estaban dibujadas las rutas. Y se puso a estudiarlas con ahínco. “La vuelta en la Catedral Nueva, ya veo...”, barruntó con gesto satisfecho, el mismo que esbozó al mirar hacia los lados y no ver a toda esa humanidad, con y sin carritos de bebé, que hasta ahora había asfixiado el transporte público de Zabalgana.
“Acabar con la saturación de la línea 6 era fundamental. En muchas ocasiones veías a la gente tener que esperar en la calle al siguiente autobús porque el anterior iba a tope”, aseguró. “Pues esta mañana, a eso de las ocho y media, que es cuando la he cogido yo, seguía a tope”, espetó Nuria Pérez, introduciéndose con ganas en la conversación. La dichosa falta de información... “Pero bueno, seguro que la gente se irá enterando y, según sus necesidades o en qué parte del barrio viva, elegirá una u otra”, apuntilló. Ella se había subido a la 10 por curiosidad, pues al residir al final de Mariturri le viene mejor coger la otra ruta para ir al centro. “No obstante, para la vuelta a casa, las dos pasan por el mismo punto, así que lo mismo usaré una que otra, según lo que tenga que esperar en la parada”, aclaró. Se le veía contenta. También a Ana Escudero, aunque en su caso por el motivo contrario. Ella tiene su casa en el cogollo gasteiztarra y trabaja donde Zabalgana perdió los zapatos. “Y ahora con la línea 10 paro enfrente del trabajo y no tengo que coger la lanzadera, que solía usarla cuando había hielo, y para volver cualquiera de los dos autobuses me viene bastante bien”, aplaudió.
Al bajar Ana del autobús, los cuatro gatos ya habían sido sustituidos por otros cuatro. Su destino, el extremo opuesto de la ciudad: Larrein. Roberto llegó con puntualidad preocupantemente inglesa a la última parada, la de Amat 5. Allí aguardaba ya Daniela Aburto. “He salido con mucho tiempo de casa porque no sé exactamente cuánto me costará llegar y voy al centro”, reveló. Para ella también ayer era día de estreno, pero no con el confeti de Zabalgana. La nueva línea ha conllevado el traslado de la parada más cercana de la 10, que era la que usaba, a una distancia de diez minutos a pie, así que no le queda otra opción que hacer uso de la 7, que le deja más lejos del trabajo y es menos rápida. “He tardado cinco minutos más porque hay más paradas y ahora tengo que caminar desde la Catedral hasta el Sancho el Sabio”, lamentó la joven. Y si sólo fuera eso... Los vecinos de este perdido sector de Salburua también se han quedado sin la posibilidad de acudir a la parte consolidada de su barrio en transporte público. “Es que nunca va a llover a gusto de todos...”, replicaron desde el extremo contrario.