Andrea Prieto es alumna trilingüe de 6º de Primaria del Colegio San Prudencio de Gasteiz y se muestra encantada con su relato premiado con un e-book. Para desarrollarlo eligió el mundo porque le llama la atención que habiendo tantos recursos, tantos millonarios y tanto dinero en el planeta, haya gente, sobre todo niños, que se mueren de hambre. A sus once primaveras no logra entenderlo. “Leí en un periódico que una persona había pagado dos millones de euros por un jarrón y que se abonaban cantidades astronómicas por cuadros. Por muy buenos que sean y por mucho dinero que puedan generar y también propiciar trabajo, no logro entender que fallezcan bebés por enfermedades fácilmente tratables en nuestro primer mundo”, reflexiona como si fuera una persona adulta en lugar de una niña llena de ilusiones.
Por cada provincia se seleccionaban dos cuentos, el de Andrea resultó ser uno de ellos; logró colarse entre los diez primeros de los 72 presentados en todo el Estado y finalmente se alzó con el segundo premio. “Me hizo mucha ilusión porque en las bases ponía que el primero ganaba un ordenador personal y después un segundo premio un e-book, el que he obtenido yo; además el jurado decidió también que como las bases eran de 6 a 11 años, a los niños pequeños se les diera una mención especial que recayó en una pequeña de 6 años”, cuenta la pizpireta Andrea.
infancia misionera La Infancia Misionera es una Institución de la Iglesia Universal para promover la ayuda recíproca entre los niños y niñas del mundo. “Miles de niños de todos los continentes participan en esta Obra Pontificia cuyo lema es Los niños ayudan a los niños. Es pionera en la defensa de la Infancia. Se adelantó 80 años a la Primera Declaración de los Derechos del Niño -la declaración de Ginebra- y más de 100 años al nacimiento del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), explican desde Obras Misionales Pontificias (OMP). Con el dinero recaudado en la Jornada se financian proyectos dirigidos a la formación y desarrollo integral de la infancia en el mundo: comedores, casas de acogidas, hospitales y escuelas infantiles, templos y, locales para la pastoral y la catequesis.
Querido mundo, más que un cuento, subraya Andrea, es una carta al mundo en la que le digo como “Yo todavía soy pequeña, un punto diminuto a tu lado, pero no entiendo, que siento tan inmenso y teniendo agua y comida de sobra para poder vivir todos felices, haya una parte del mundo que tenga demasiado, y hasta lo tiren a la basura, y otra parte que no tenga ni un trozo de pan que llevarse a la boca”.
Como indica en su relato, Andrea se pone triste al pensar en todo lo que tiramos en el Primer mundo, y que los pobres del Tercer mundo tengan que andar kilómetros para poder traer agua para beber, o los niños deban de ir andando muy lejos para poder ir al colegio, “es algo que yo no entiendo”, apunta. “Un día me explicaron en la catequesis, y luego también en el colé en clase de religión, lo que hacen los misioneros, y la verdad, querido mundo, me pareció fascinante”, cuenta.
Cree que otro mundo es posible y recuerda a su abuela cuando le dice que “grano a grano se llena el granero. Por eso si cada uno pusiera de su parte el mundo sería más justo”, dice con la candidez de los 11 años.
De sus primos, Andrea es la mayor y se muestra muy satisfecha porque “toda la ropa que me quedaba pequeña se las iba pasando porque estaba nueva y así con otras muchas cosas” Una conciencia solidaria que le viene de familia y que comparte con su hermano de 7 años Daniel. “Además, a la Iglesia que voy el cura ha sido misionero y nos suele contar las cosas que ha vivido en África. También en el colegio tenemos un libro para religión y salen cosas de misioneros y por eso conozco el mundo donde trabajan”.
Por elección personal Andrea siempre ha estudiado religión, “porque en mi colegio se podía elegir entre religión o ética; una vez por cambiar opté por ética; estuve un año, pero al siguiente cuando fui a entregar la solicitud me cambie a religión; me gustaba mucho más”. ¿Por qué? “Porque nos lo pasábamos bien. Veíamos cómo otros pueblos conviven en lugares distintos al nuestro; en ética solo hacíamos sudokus y pasatiempos”.
A sus once primaveras Andrea es una lectora empedernida. Estando en primero y segundo de Primaria iba días alternos a la biblioteca y se llevaba tres libros. Cuando llegaba a casa se ponía a leer en un atril que le había fabricado su abuelo. “Me leí toda la colección del Barco de Vapor y fíjate si son libros, exclama. Ahora tengo muchos deberes y no puedo seguir el mismo ritmo, pero antes de acostarme siempre saco media hora para leer algún libro”, reconoce Andrea.
sin ir a África En su Querido Mundo deja claro que aunque todavía es una niña de 11 años, también va a intentar ayudarle en lo que pueda. “Igual no hace falta ir a África, cuando también oímos todos los días en la televisión lo de aquí; toda esa gente que vive cerca de nosotros y está pasando necesidades, con esta crisis, que todos nombran, y que yo no entiendo muy bien”. Porque Andrea cree que “todos deberíamos ayudar y repartir ropa, comida, libros, juguetes... Tantas cosas que siempre tenemos de sobra, a toda esa gente que no tiene nuestra suerte. Entre todos, seguro que podemos”.
Todavía no ha pensado lo que le gustaría ser de mayor, pero lo que sí tiene claro es que su lado solidario no le abandonará. “Conozco a la madre de una compañera que además de trabajar luego va un comedor a ayudar. Para mi misioneros no son solo los hombres y mujeres que están en África o en otros continentes, son también los que trabajan aquí haciendo el mundo mejor para muchas personas que lo han perdido todo. Aquí también se puede hacer un buen trabajo”, se sincera Andrea, que pone de ejemplo a su tío voluntario en la Cruz Roja. “Por eso digo que no hace falta ir a África para colaborar con las personas más necesitadas. Además, desde aquí también les podemos enviar medios para que los niños como nosotros puedan acceder a la educación, a la sanidad. Nosotros aquí desde el colegio -explica Andrea- hemos colaborado en el Azoka Txiki, y hemos colaborado entre todos poniendo nuestro granito de arena, vendiendo nuestros juguetes, y mandando el dinero recaudado a los niños de los países necesitados”. Seguramente con el ejemplo de Andrea, el mundo puede ser un poco mejor.