doug Leeds, el nuevo director general de Ask.fm tras su adquisición por parte de una gran empresa, aseguraba ayer en una entrevista a la BBC que habían considerado seriamente la posibilidad de cerrar esta red social. Aunque aún no tiene el tirón de otras como Facebook o Twitter, entre los adolescentes de medio mundo Ask.fm es a día de hoy una de las redes sociales de mayor y más rápidas implantación. Su sistema es tan sencillo como efectivo: un usuario crea un perfil y desde ese momento puede hacer y responder preguntas de otros, la mayor parte de ellas anónimas.
Su éxito en el mundo anglosajón se topó hace poco más de un año con la férrea oposición del primer ministro británico, David Cameron, que directamente pidió un boicot contra Ask.fm después de que una niña de 14 años, Hannah Smith, se suicidara tras ser víctima de cyberbullying en esta red social durante más de tres meses. En agosto del año pasado Ask.fm fue comprada por una empresa tecnológica mayor, y lo primero que hizo fue lanzar una campaña contra el maltrato en Internet. Pero las preguntas que los usuarios reciben, y que todo el mundo puede ver, siguen siendo anónimas, lo que ha acabado convirtiendo a Ask.fm en terreno abonado para las vejaciones y los insultos desde el anonimato, buena parte de ellos entre adolescentes.
Un problema que ayer llevó a su nuevo director general a insinuar un futuro cierre si no consiguen quitarse de encima ese sambenito de red perfecta para el ciberbullying. Especialmente ahora que su uso no está muy extendido entre los adultos.
“En mi caso por ejemplo mis padres conocen el Whatsapp o les suena Tuenti, pero redes sociales como Ask.fm o Instagram no creo que sepan ni que existen”, admite Iván Quintana, uno de los 22 estudiantes del Instituto Miguel de Unamuno de Vitoria, uno de los diez colegios europeos que forman parte del programa Erasmus Minus Bullying. Durante dos años, de septiembre de 2014 al mismo mes de 2016, cuatro profesores de este instituto gasteiztarra trabajan con estos alumnos de 3º de ESO creando actividades y acciones conjuntas que sirvan de manual de aprendizaje y uso en la lucha europea contra el cyberbullying. A mediados de diciembre dos alumnos y dos profesores viajaron a Bulgaria para aunar ideas y trabajar en las bases del proyecto.
En poco menos de un mes lo harán a Grecia, a la que seguirán Finlandia, mientras que en noviembre de este año ellos recibirán en Vitoria a los componentes de los otros nueve países que integran el programa. Mientras tanto, el Miguel de Unamuno acoge cada lunes por la tarde las clases -en inglés- específicas del programa en las que los 22 chicos y chicas unen ideas y esfuerzos para, entre todos, diseñar un plan de prácticas y consejos a seguir para aquellos jóvenes que sufran el cyberbullying en primera persona. “Hace poco les preguntamos en clase en cuántos grupos de Whatsapp estaban metidos, y la media era de quince o dieciséis grupos cada uno. Por la noche, cuando llegan a casa muchos tienen más de 200 mensajes de media por leer”, explica Itziar García, una de las profesoras implicadas en el proyecto.
Ante esta tesitura, con chicos y chicas que cada vez acceden antes a un teléfono móvil y una generación de padres y madres que siguen en desventaja ante unos hijos que son nativos digitales, el acoso escolar ha dado un salto cualitativo y cuantitativo en los últimos años, pasando del patio del colegio al siempre esquivo terreno digital. “En tercer curso los alumnos tienen ya cierta capacidad crítica para ser conscientes de lo que supone, por eso la mayoría de este tipo de problemas suceden más entre los alumnos de primero y segundo (12 y 13 años)”, explica Itziar García. “Todos los años en primero surge algún caso, sobre todo de insultos, fotos que se mandan... Luego hablas con ellos y todos te dicen lo mismo, que era una broma y que no entienden por qué la otra persona se lo ha tomado en serio. Por eso es importante que tengan claro que esas cosas no son una broma, y que al chico que recibe esos insultos varios días seguidos de cinco personas o grupos de Whatsapp diferentes no le hace ninguna gracia”, incide.
Los docentes suelen ser los primeros en darse cuenta de que algo sucede. “Lo detectas porque el alumno deja de acudir a clase, preguntas qué le pasa, los padres te dicen que es está enfermo... Pero ves que hay algo más, hasta que le preguntas y y te cuenta que le están insultando, que le mandan mensajes diciéndole cosas y que no quiere venir a clase”. Ahí la importancia de que el joven que sufra el acoso se sienta arropado y con ganas de contar a alguien lo que le sucede.
“Yo conozco a alguien que durante tres semanas estuvo recibiendo mensajes amenazantes desde un ordenador de un centro cívico. Se lo contó a sus padres y consiguieron superarlo y que dejaran de mandarle esos mensajes”, recuerda Iván Quintana, que tiene claras las pautas a seguir cuando alguien es víctima de cyberbullying: “es importante guardar las conversaciones y los mensajes que te envíen para que en caso de que sean muy fuertes se los puedas enseñar a la Policía y puedan rastrear de dónde han venido, además tienes que decírselo a tus padres, tus profesores y tus amigos para que te ayuden”. El problema que surge aún hoy en día entre padres y alumnos es la enorme brecha digital que les separa.
“Controlan más que nosotros de las herramientas que usamos. Son nativos digitales y nos llevan años luz. Nosotros tenemos que reajustarnos y no sólo conocerlas, sino enseñarles cómo usarlas”, sostiene Unai Barrenetxea, profesor del Miguel de Unamuno. “Mi madre se está modernizando y se acaba de hacer cuenta de Facebook, pero le he tenido que enseñar yo. Mi padre no usa ni redes sociales ni Whatsapp”, apunta otra estudiante del instituto, Sheila Olivenza, de 14 años, mientras Alba subraya cómo en más de una ocasión le ha tocado explicar a sus padres la forma “en la que tienen que acceder a alguna página web, porque no saben lo que es un link”. “Incluso el Whatsapp que es una cosa superfácil a veces los adultos no entienden cómo va”, resalta esta joven, que tiene teléfono móvil “desde los 10 años”. Su compañera Sheila lo usa “desde los 11 años”. Iván desde los 12, y su compañero Unai Sánchez desde los 13. Ninguno siente que sus padres y madres controlen su uso del teléfono y las redes sociales. “No me controlan pero sí me preguntan a veces con quién hablo, qué hago, pero no todo el rato porque no he tenido nunca ningún problema. Si lo hubiera tenido me controlarían más”, augura Sheila.
Unai Sánchez, que en mayo viajará a Finlandia para poner en común con otros alumnos y profesores europeos el desarrollo del proyecto, anima a que si algún chico que lea este reportaje es víctima de acoso escolar “se ponga en contacto con nosotros o con los profesores para pedirnos consejo o unirse al proyecto si quiere”. “Nuestro objetivo por encima de todo es que los chavales tengan claro que el móvil es una herramienta muy útil pero que tienen que tener cuidado al utilizarlo, que deben de saber dónde parar”, concluye Lorenzo García, otro de los profesores participantes.