lo dice el Boletín Oficial del Territorio Histórico de Álava, el próximo mes de enero la escasos propietarios de viviendas que quedan en Errekaleor perderán definitivamente los derechos sobre sus casas. Podría parecer que ésta es la última batalla por la supervivencia del barrio, pero se da la paradoja de que, desde hace un par de años, Errekaleor ha salido del estado comatoso en el que se encontraba y ha revivido. Alrededor de sesenta personas viven o conviven en los viejos bloques que el Obispado construyó hace más de medio siglo para albergar a los inmigrantes que venían desde diferentes puntos del Estado para alimentar de mano de obra a la incipiente industria alavesa. Un mundo mejor, se llamaba aquella promoción de viviendas.
A partir de febrero en Errekaleor no habrá escrituras de propiedad privadas, no habrá IBI, ni ningún tipo de vida administrativa más allá de la que genere Ensanche 21, la sociedad pública dueña de los 192 pisos del barrio. Y, sin embargo, en Errekaleor las verduras de invierno crecen en un enorme huerto, las gallinas se protegen del frío en un corral lleno de paja, el centro social del barrio está lleno de libros, y en el viejo polideportivo, ya sin goteras, y que alberga el segundo frontón más largo de Álava después del Ogueta, hay una tienda gratuita, donde uno va y se lleva lo que le apetece o necesita. La próxima primavera, el bar de siempre volverá a abrir sus puertas.
Errekaleor, un símbolo más del crack inmobiliario -se quiso derribar para construir más, pero la crisis ha dejado a Salburua a un centenar de metros del vetusto barrio-, lo es hoy de la autogestión y la autosuficiencia. Ayer varios de los jóvenes que han repoblado esta ladera del sudeste vitoriano pintaban las fachadas de los bloques para borrar las habituales pintadas, rodillo en mano, y haciendo frente al seco frío que atenazaba a la capital alavesa.
El proyecto que ha sacado al barrio de la UCI, Errekaleor Bizirik, nació a unos centenares de metros de allí, en el campus de Álava de la UPV. Félix Aramburu ha elegido este nombre de poeta para contar, en nombre la plataforma, cómo empezó todo. “En las asambleas de la Universidad nos empezamos a juntar unos jóvenes con unas inquietudes y preocupaciones muy reales, como el pago del alquiler, la dependencia de nuestros padres, el hecho de que si consigues trabajo no puedes afrontar la carrera, y si estas en la carrera no tienes dinero para pagarla porque no tienes trabajo... fue una especie de malestar social, necesitábamos hacer algo”, señala.
Fruto de esas reflexiones se creó un pequeño grupo que durante un año estudio a fondo el problema de la vivienda en Gasteiz, “cuántas casas vacías había y por qué, dónde estaban”, y llegaron a una conclusión. “Decidimos que nadie nos iba a regalar nada y teníamos que coger lo que en teoría nos pertenece, porque la vivienda es un derecho, y no un lujo. Decidimos entrar aquí con la intención de romper con el mundo de fuera”, señala Félix.
Una decena de colonos se instaló en el número 26 del barrio y comenzó a convivir. Hoy son alrededor de sesenta personas que ocupan siete bloques de viviendas. No todos viven allí, muchos simplemente participan de las actividades que se viven en el nuevo Errekaleor. “Por ejemplo, hay gente que quería un taller de pintura, pues el barrio te cede el espacio para que tú vayas desarrollando tu proyecto personal”, explica Félix.
Ahora ya no toda la gente que vive en Errekaleor proviene de la Universidad, aunque sí gran parte, y todos ellos se han organizado en torno a asambleas de barrio mensuales, y otras reuniones de carácter semanal y sectorial, que abarcan desde la cultura hasta la comunicación o el cuidado el huerto. Además, una vez a la semana se celebra otra reunión en la que un delegado de cada grupo de trabajo va para poner todo en común.
Para comer, Errekaleor Bizirik ha roturado más de una hectárea de cultivo “donde antes las zarzas llegaban a la cintura”, y ha puesto gallinas que dan hasta 20 huevos diarios en verano. Para educarse, un vecino da clases semanales de euskera gratuitas y abiertas a todo el que quiera participar en ellas. Para calentarse, los vecinos recurren al butano. Para hacer deporte, están recuperando el frontón, y para disfrutar del ocio, se ha reabierto el cine y en enero se organizará un campo de trabajo destinado a restaurar el viejo bar del barrio.
Todo ello inspirado en el mismo espíritu que alimentó a sus primeros pobladores. “Ha sido como volver atrás en el tiempo y recuperar aquella vida en comunidad, entre vecinos que se ayudaban entre ellos. Esto es como un pueblo, se hizo así para apartar a los obreros que venían aquí, una especie de gueto social. Esta gente se iba a la fábrica y cuando volvía construían cosas como el cine y el bar”, explica Félix.
De esa comunidad formaban parte Romualdo Barroso hijo y Romualdo Barroso padre, el primero muerto el 3 de marzo de 1976 en Zaramaga, y el segundo fallecido hace ahora un año, poco antes de que la Justicia comenzará a actuar en serio contra los asesinos de su hijo. A los dos se les ha dedicado un mural de los que en el barrio empiezan a sustituir a las pintadas, en este caso en la fachada de la que fuera su casa. Uno de los objetivos de Errekaleor Bizirik es “recuperar la memoria”, según Jonbe Agirre, otra de las caras visibles de la plataforma.
venir para quedarse En este proceso de reinvención del barrio, los miembros de Errekaleor Bizirik han tenido que aprender a arreglárselas en muchos aspectos, y por ello, para jóvenes como Félix, el proyecto ha sido “una escuela” en la que muchos se quieren quedar. En general son jóvenes estudiantes o que acaban de terminar sus carreras, gente de Vitoria, pero también de todas las provincias vascas, y de Cataluña, y de Murcia, y de Castilla. A bastantes de ellos Errekaleor les ha llevado a romper el billete de vuelta a casa. “El proyecto es tan motivante y hay tantas cosas que hacer que se plantean seguir viviendo aquí. Hemos hablado muchas veces del plan de vida de cada uno, y no queremos que esto se quede desierto, y por otro lado un movimiento constante de gente debilitaría mucho el proyecto, lo desvirtuaría”, explica Jonbe.
El ultimátum institucional a los propietarios de pisos del barrio supone, lógicamente, un punto de inflexión, así que, ¿ahora qué? “Estamos debatiéndolo, tenemos una implicación en este proyecto que supone hacer frente a todo lo que se nos ponga por delante. Ahora lo peor para nosotros es que se vayan los vecinos, pero desde un punto de vista personal, no jurídico. Se han ido familias con las que teníamos una relación impresionante”, concluye Félix.