Nacido en Donostia en 1966, Iban Zaldua se instaló en Gasteiz a comienzos de los años 80, en un contexto político y económico también difícil pero en el que comenzaba a construirse una ciudad “modélica” en muchos aspectos, principalmente en el plano social. Escritor de cuentos, pero también de novelas y ensayos, defensor del euskera y la cultura vasca, es también uno de los históricos del Campus alavés de la UPV, donde trabaja como profesor de Historia Económica en la Facultad de Letras. Entre clases, nuevos proyectos como su último libro de cuentos y la traducción al castellano de su Biodiskografiak, que verá la luz el año que viene, Zaldua también se ha implicado activamente en la iniciativa Gora Gasteiz, nacida para contrarrestar la campaña xenófoba de las instituciones alavesas controladas por el PP y su modelo de ciudad “gris e insolidario”.
Con las elecciones a la vuelta de la esquina, se aproximan unos meses frenéticos en el ámbito político. ¿Todo este movimiento previo le interesa o más bien le cansa?
-La política me interesa, evidentemente. Quien dirija la ciudad, que sea A o B, puede ser bastante diferente y se está demostrando ahora. Y hay que participar, aunque creo que las vías electorales no deben ser las únicas. La vida política es mucho más que ir a votar cada cuatro años.
La tan ‘pisoteada’ participación ciudadana...
-Hay formas de participación, como puede ser una manifestación o la ocupación de un espacio público, que sin embargo se demonizan por esa misma gente a la que se le llena la boca con esta cuestión. También se abren otros cauces de participación ciudadana, como los consejos de barrio, pero lo que se comenta ahí no se lleva a cabo y se hace el vacío desde el poder municipal. Cuantos más cauces de participación haya, mejor, sin dejar de lado otras cuestiones de tipo asambleario.
Va a ser también un 2015 sin Presupuestos en las dos instituciones alavesas. ¿Cómo valora esa falta de entendimiento, que no es nueva, entre los partidos?
-Me parece grave en un momento de crisis, en el que los Presupuestos pueden ser uno de los instrumentos para combatir las consecuencias del deterioro social y de la depresión económica. Hablar de crisis ya no tiene mucho sentido, hay que hablar de una depresión económica. Y cuando uno de los instrumentos que se puede utilizar en esa coyuntura no tiene posibilidad de adaptarse a las circunstancias, no es una buena noticia para nadie. También hay que ver cómo se manejan esos Presupuestos y yo entiendo que haya partidos que no los apoyen si su parte social no está bien dirigida o inciden en los recortes.
Protección social, promoción económica y cultura. De estas tres áreas tan tocadas durante esta “depresión”, ¿cuál cree que está más herida de muerte?
-La protección social, que además es la más urgente. Lo que esta depresión ha causado es un aumento de la pobreza en varios sentidos. Ha dejado sin sustento, sin ingresos, a una parte muy importante de la población y nos encontramos con otro problema: ya no es sólo que el paro cause pobreza, sino que incluso trabajando se dan situaciones de mucha precariedad. Tener trabajo ya no garantiza el bienestar como lo hacía antes.
Y mientras tanto, los ricos se enriquecen más...
-Esto ha pasado en casi todas las depresiones económicas, es una constante. El sistema capitalista funciona así. Hay empresas que se hunden, pero las que se quedan copan la mayor parte del pastel y ya sabemos quién se beneficia del descenso de los salarios y la precariedad.
¿Qué es lo que menos le gusta de nuestros responsables institucionales, tanto los de Madrid como los de aquí?
-Me disgustan las mismas cosas porque son los mismos. De una manera u otra, son los que nos han estado gobernando en la mayor parte de estas últimas décadas, con algunos paréntesis. Me disgusta esa política dirigida hacia la destrucción de lo que había llegado a ser un estado de bienestar bastante precario, una vuelta al todos contra todos del siglo XIX y al Estado asistencial y caritativo, y el neoliberalismo rampante, del que nos están mostrando la cara más descarnada. Estamos volviendo a unos planteamientos muy decimonónicos de cómo funciona el sistema: que cada uno se arregle como pueda y ya ni siquiera el trabajo es garantía de bienestar. También me molesta ese rearme del nacionalismo español y del centralismo, que a nivel municipal se refleja sobre todo en el desprecio hacia la cultura vasca y el euskera.
Si tuviese que escribir una novela sobre la legislatura que ahora termina. ¿Cuál sería su título?
-Soy muy malo para los títulos... Tengo que pensar un poco (silencio). Yo la llamaría La desaparación, como la novela de Georges Perec. Ha sido la desaparición de la Vitoria que yo me encontré hace 25 ó 30 años. A nivel político o institucional, no reconozco la ciudad, me han robado esa imagen que yo tenía.
¿Y quién sería su protagonista?
-Sobre todo la derecha españolista y nacionalista vitoriana. También podría titularse El Retorno, el de esa clase de dirigente que se camaleonizó o mimetizó en los años 80 y que ahora ha regresado con nuevos bríos. Son las mismas familias y sagas, aunque siempre hay una renovación de la clase dirigente y privilegiada, con la corrupción que eso conlleva.
En definitiva, una casta local. ¿Le gusta este término tan de moda?
-Puede ser un poco reductivo, pero tiene fuerza publicitaria, que es lo que se ha buscado desde el partido que lo ha promovido. Hay que afinar más, porque se está aplicando ya a tantas cosas que el significado de casta se diluye. Hay una clase dirigente o elite, una burguesía volviendo a los clásicos, que sí existe.
Para paliar esa “desaparición” a la que hace referencia, recientemente se ha unido a la iniciativa Gora Gasteiz. ¿Cuáles han sido sus motivaciones para hacerlo?
-Estar viendo que, por parte de los poderes públicos, se está llevando a cabo una voladura controlada de lo que había significado Vitoria en políticas sociales, en la prevención de la pobreza y en la protección al más débil. Eso, más esa campaña llevada a cabo por Maroto y De Andrés, estigmatizando a algunos grupos sociales que han sido fundamentales para entender la Vitoria contemporánea de los últimos 10 ó 15 años, la ciudad de la construcción de miles de edificios en los barrios periféricos. Había ganas de reivindicar otra Vitoria, mucho más positiva, diversa, solidaria... con mucha mayor empatía hacia el otro. En los últimos años de la depresión, se ha agudizado la voladura controlada de esa Vitoria. Hay mucha gente que está preocupada por esto y había ganas de hacer algo en positivo, como reacción y como reivindicación. Este modelo gris e insolidario que se nos propone me da miedo.
¿Qué cree que busca Javier Maroto con su campaña para endurecer la RGI? ¿Sólo votos?
-Lo desconozco. La respuesta inmediata o de la que más se habla es ésa, pero no sé qué se le puede pasar por la cabeza al alcalde o a sus asesores. Sí que parece que busca un rédito electoral, porque en 2011 ya sacó lo de la mezquita. Apela a esos sentimientos más oscuros que todos tenemos, a lo peor de cada uno, a lo que suele apelar la ultraderecha europea de toda la vida, valiéndose de la situación económica y social que sufre mucha gente. Poner un mecanismo de este tipo puede ser pan para hoy, votos, pero hambre para mañana, porque los problemas que puede hacer aflorar son mucho mayores que ese rédito electoral inmediato. Hay un modelo de sociedad detrás de esto, en el que prima la atomización antes de la solidaridad, donde la competitividad gana y los lazos sociales que hayamos podido crear se rompen. Es una visión de la sociedad que me asusta mucho, porque es más inestable y violenta, y en la que no me apetece vivir a mí ni en la que quiero que vivan mis hijas.
-¿Qué le parece que el alcalde haya señalado concretamente al colectivo magrebí?
-Una de las cosas que más me molestan de él es el uso torticero que hace de los datos, cómo los retuerce hasta hacerles cantar la melodía que él quiere. Y su malsana astucia al elegir a los magrebíes como colectivo a señalar, siendo como es uno de los segmentos de nuestra población que más ha sufrido a causa de la depresión económica y que, por lo tanto, más indefenso ha quedado desde ese punto de vista restringir aún más la RGI, cuando debería ampliarse. Es muy cruel. Además, es uno de los colectivos más fáciles, desde el punto de vista histórico, de estigmatizar para convertirlo en chivo expiatorio. A eso se suma que no tiene derecho a voto. Hay un diseño de chivo expiatorio que históricamente ha funcionado bien a costa de romper las sociedades en las que se ha utilizado. Que no se hayan aprendido las lecciones de historia, o que se hayan aprendido de una forma torticera, me preocupa sobremanera. Creo que, como reza el documento Por qué Maroto tiene que pedir perdón al vecindario de origen magrebí, nuestro alcalde debería pedir disculpas cuanto antes.
Vitoria ha salido últimamente más en la televisión por este discurso del alcalde y por el récord Guinness frustrado de la tortilla de patata. ¿Le preocupa que se dé esta imagen de la ciudad en el exterior?
-Por una parte me parece mal, porque a uno le gusta que de su ciudad hablen bien. Yo soy de San Sebastián y prefiero que hablen de La Concha y del Festival -de cine- y no de lo caros que son los pintxos. Pero, por otra, esto es la consecuencia lógica de lo que ha venido ocurriendo en los últimos años y con nuestros tres últimos alcaldes. La ciudad no avanza, retrocede. Y de ser una ciudad modélica en muchos aspectos, aunque con el matiz de las carencias que ha podido tener, ha pasado a ir hacia atrás. El hecho de que haya corrupción se paga en mala imagen, y si a eso unimos el brote xenófobo creado por el alcalde, me duele, pero ésta es la imagen que han querido construir algunos desde el poder político. No voy a decir que tenemos lo que nos merecemos, porque no lo creo así, pero tampoco podemos vivir en la ficción.
¿A qué se refiere?
-Esto es una Green Capital que prohíbe circular en bici por el centro de la ciudad. Las ficciones al final se caen. Insisto, todo esto por una parte me duele, pero por otra pienso: a ver si reaccionamos, porque yo quiero estar orgulloso de Vitoria. No el orgullo de la tortilla, sino el de una sociedad más justa, más solidaria y el de la diversidad. Vitoria ha sido desde los años 50 una ciudad de emigrantes, ha habido diferentes flujos inmigratorios que han ido enriqueciendo la ciudad, y ahora negamos esta realidad. Eso supone ir en contra de su espíritu. Me duele, pero a ver si espabilamos.