artziniega - El Museo Etnográfico de Artziniega, gestionado desde 1984 por la asociación local Artea, cobró vida de nuevo ayer para celebrar una txarriboda. Una fiesta que pretende recordar aquellos encuentros familiares y vecinales que tenían lugar con motivo de la matanza del cerdo, y que ya pocos lugares mantienen.

Tal y como recordó el miembro de Artea, Mateo Lafragua, “se trata de una tradición que se ha perdido por ley, ya que hoy día esta prohibido sacrificar al txarri en el caserío, pero hasta hace pocas décadas era una técnica de supervivencia con la que nuestros ancestros se garantizaban la proteína para el invierno”. De hecho, la matanza, chamuscado y despiece del cerdo era una importante actividad que antaño tenía lugar en gran parte de los caseríos y casas de los pueblos del País Vasco y que suponía una importantísima parte de la alimentación humana, pues, tal y como bien dice el refrán, del cerdo se aprovecha absolutamente todo, hasta los andares.

“Las nuevas generaciones no entienden que el tocino y la manteca fueran durante siglos el aceite con que se condimentaban muchos alimentos en los hogares, pero así era”, apuntó otro miembro de la asociación etnográfica de Artziniega, José Luis Fernández Zurbitu. No en vano, hablamos de una época en la que no existían las neveras, sólo arcones y fresqueras, por lo que el ser humano recurría a conservar la carne en salazón o curarla en forma de jamones y chorizos. “También había piezas como el solomillo que se comían en fresco, pero dependía de las necesidades de cada familia el conservar más partes o no en sal hasta el momento del consumo”, explicaron estos expertos.

En la actualidad, recrear el despiece del cerdo y llevar a cabo la elaboración de chorizos y morcillas en vivo se ha convertido en un espectáculo para gran parte de los visitantes que se acercaron al museo. “Me encanta venir a Artziniega. Este museo, sobre todo el área de labranza, me retrotrae a mi infancia”, aseguró María Arranz, una vecina de Orduña que no quiso perderse la txarriboda. ¿Motivo? “En casa también se mataba cerdo, era un día de fiesta, todo un evento social al que se acercaban los vecinos a ayudar. Los hombres sujetaban el animal, lo sangraban, chamuscaban y despiezaban, mientras las mujeres preparaban la comida y todo el trabajo duro de elaborar morcillas, chorizos, poner el tocino en salazón y demás. Mi ama hasta hacía pastillas de jabón con la manteca que no se consumía en el año, añadiendo sosa. Dejaba las sábanas de un blanco que ya quisieran algunos detergentes de hoy día”, contó esta mujer.

Y es que en el ritual de la matanza del cerdo, como en casi todo, había unos roles de género muy marcados que, ayer, en Artziniega intentaron diluir, más acordes a los nuevos tiempos, ya que también hubo mozos jóvenes que se remangaron para elaborar chorizos, morcillas, tocino y txitxikis que luego se hicieron a la brasa para degustar, de forma gratuita, entre los asistentes, al tiempo que sonaba música de trikitixa.

No fue el único atractivo de la jornada, ya que mientras en el salón de actos se proyectan vídeos de antiguas matanzas, en el anfiteatro exterior se llevó a cabo el chamuscado del cerdo. “Antiguamente, tras el sangrado del animal se procedía a quemarle el pelo prendiendo una cama de helechos, y luego le dejaban colgado toda la noche para que se enfriara la carne, antes de proceder al despiece. Pero nosotros, por la normativa sanitaria, lo hemos traído ya muerto, y hemos comenzado por la parte del chamuscado”, apuntó Lafragua.

museo vivo Después, los organizadores pasaron al lagar del museo (donde se ubica la zona de miel, sidra y txakoli) para realizar el despiece, mientras se le iba explicando al público el uso que se le daba a cada parte del animal. El proceso culminó en la cocina del baserri de la infraestructura cultural que, con la elaboración de morcillas, se inundó de los olores a humo y viandas típicos de esta cita. De esta forma, el museo volvió a convertirse en un pueblo lleno de vida, donde las personas mayores pudieron recordar sus vivencias y los jóvenes disfrutar de unas formas de vida que ya forman parte de nuestras raíces, cumpliendo con el principal motivo de la existencia de este espacio etnográfico referencia en todo Álava y Euskadi. Y es que el inmueble -ubicado en las antiguas escuelas de la localidad, tras la ampliación que experimentó en 2004- está dedicado en cuerpo y alma a recuperar las tradiciones, historias y costumbres del pasado, y todas sus salas recrean muchas de las profesiones y oficios que se llevaron a cabo en el día a día de un pasado reciente.

La txarriboda de ayer también fue la excusa perfecta para que el público visitara los 1.700 metros cuadrados del museo, distribuidos en 17 amplias salas, que dan cobijo a un sinfín de curiosidades tales como el despacho del antiguo Ayuntamiento, o una clase con pupitres, pizarra y todo tipo de material en la que estudiaron muchos habitantes del lugar, sin olvidar otras estancias como una herrería, carpintería, la antigua farmacia y botica o la tienda-bar donde muchos vecinos pasaron sus ratos de ocio. Además, el museo cuenta con otros 2.000 metros cuadrados en su exterior, donde una construcción moderna acoge exposiciones temporales y un anfiteatro al aire libre que da cabida a diversas representaciones culturales a lo largo del año. La próxima cita será ya en Navidad, con el no menos tradicional programa en torno a Olentzero.