que USA toma prestado lo convierte en americano. Luego lo exporta. E invade el mundo. La noche de Halloween es el perfecto ejemplo: una fiesta anglosajona de origen celta que mutó en calabazas y criaturas terroríficas al saltar al otro lado del Atlántico, y acabó comprando billete de visita al Viejo Continente con toda la parafernalia yanqui. Los protectores de las costumbres locales se llevaron las manos a la cabeza, incapaces de comprender que alguien pudiera secundar la celebración. Pero en un lugar donde gusta tanto tener una excusa para salir de marcha, romper con la rutina y ahuyentar la vergüenza, la propuesta estadounidense sólo podía triunfar. Hoy, un año más, y ya van unos cuantos, buena parte de Vitoria sucumbirá a la llamada pagana de la muerte. Y mañana... Mañana se rendirá a la otra, más suya, la religiosa, porque el Día de Todos los Santos continúa siendo imperdonable. Cubatas y buñuelos, fiestas en bares y recordatorios en cementerios, disfraces y trajes de domingo, máscaras y flores, sonrisas y lágrimas... La ciudad ha acabado adoptando dos formas de recordar a los que ya están muertos muy distintas, pero no excluyentes. Quienes hacen posible la ambivalencia bien lo saben. Llevan semanas sin parar.

“De nueve de la mañana a nueve de la noche, con un pintxo y un café de por medio. Ése es mi horario desde hace ya un mes”, desvela Iratxe Angulo. Lo cuenta con resignación. Ya está acostumbrada. Siempre que se van acercando fechas señaladas, toca comer poco y trabajar mucho. Y el Día de Todos los Santos es una de ellas, aunque su floristería se sitúe en el joven barrio de Zabalgana. Las nuevas generaciones no han aparcado la tradición de engalanar las tumbas de sus seres queridos ya fallecidos. Quién lo iba a decir. “Evidentemente, el rito es más propio de personas mayores y, por eso, se nota bajada respecto a, por ejemplo, hace veinte años. Pero, aun así, los vitorianos mantienen las costumbres de sus mayores, ya sea porque lo han mamado y lo han hecho suyo, porque ya no están sus padres, que lo hacían por ellos, y sienten la necesidad de tener ese gesto por respeto”, explica. Donde sí se nota más diferencia es en la elección de las plantas. Quienes peinan canas siguen decantándose por los clásicos: crisantemos, claveles y gladiolos. Los demás, por contra, prefieren arriesgar con centros más modernos.

Las reservas llenan folios en Bitxilore, pero aún hay más género en la tienda. “Bastante gente compra a última hora”, desvela Iratxe, mientras camina, incansable, de un lado para el otro. El trajín es tal que invita a pensar que las floristerías hacen su agosto a cuenta de los santos y los que no lo fueron tanto, pero ella niega con la cabeza. “Es una celebración que ayuda a pasar el año, pero tampoco lo saca adelante”, apostilla. No lo dice tanto por la ligera bajada de las ventas, poco importante por ahora, sino por el impacto de la crisis. Los gasteiztarras continúan comprando flores y centros para adornar su visita al cementerio, pero no exprimen la cartera como cuando las vacas lucían hermosas. “En los buenos tiempos el gasto medio podía rondar los 50 euros”, explica esta profesional”, y ahora se queda en 30”. No obstante, ella es capaz de confeccionar por 20 unos conjuntos “muy majos”. Lo importante es el detalle. Y el detalle, si se resume en una flor, no es esfuerzo. El clavel está a un euro. El gladiolo, a tan sólo dos. Aunque es raro que alguien, en estas fechas, sea tan agarrado.

La filosofía del una vez al año no hace daño prima en esta celebración. Más aún cuando se trata de azucarar la nostalgia del recuerdo. En Artepan, no saben qué es bajar el ritmo. La campaña comenzó hace quince días y terminará dentro de dos fines de semana. El resultado: 150 kilos de huesos de santo y una tonelada de buñuelos, cantidades calculadas para que nadie se quede sin dulce típico. “Tal vez sea por lo mucho que nos gusta comer, pero esta tradición no sólo se mantiene incorrupta sino que la tenemos que alargar más allá del Día de Todos los Santos porque la gente se queda con ganas de más”, subraya Iñigo Santolaya, en la sempiterna atmósfera de mantequilla del obrador, ahora salpicada por la rectitud del mazapán y la ternura de la crema y de la nata, como un eco que suena a preludio navideño. “Pero siempre intentamos hacer estas delicias de la forma más saludable posible”, apuntilla el profesional, “sin conservantes”.

De los dos dulces, los buñuelos son los que más triunfan. Santolaya aclara que “es el producto estrella, pero no sólo estos días, también el resto del año”. El huesito de santo lo solicitan sobre todo las personas mayores, por lo que ha ido en declive, pero Artepan se ha afanado en darle una vuelta al incorporar alternativas con naranja, trufa, yema o vainilla natural. Su elaboración comenzó hace quince días y ya se ha dado salida a unos cuantos. “La venta es menor pero constante, mientras que el buñuelo, al ser un producto fresco, se hace en el día, y el primer día que lo vendemos es el 1 de noviembre. El 2, también. Y luego ya los dos siguientes fines de semana”, explica el profesional, orgulloso de las manos que hacen posibles ambas delicias: las de Juan, cuya pericia con la manga frente a la freidora es digna de ver; y las de José Ángel y Juan Carlos, capaces de equilibrar con maestría el delicioso sabor de la almendra con rellenos cremosos y llenos de matices. “Cómo no se va a mantener la tradición”, exclama este profesional. Él incluso ha llegado a despachar unas cuantas bandejas a chavales recién salidos de la discoteca, un tanto perjudicados, que no dudan en volver a casa con los dulces como otras tantas mañanas lo hacen con el pan.

El Día de Todos los Santos es también, desde hace un tiempo, un día de resaca. La noche de Halloween, víspera de la efeméride religiosa, ha ido haciéndose un hueco en las costumbres vitorianas, como uno de muchos pretextos para salir de juerga y hacerlo de una forma un tanto distinta. Son varios los bares, pubs y discotecas de toda la ciudad que festejan la efeméride con decoración, disfraces y juegos. Este año, la propuesta más original se cocerá en el Iguana Klub. Bajo la batuta de Braun Retrofuture, la cita con el terror arrancará a las ocho de la tarde con The Rocky Horror Picture Show. Pero no será una proyección al uso, ya que la intención es contar con la participación activa del público. Lo que en el mundo anglosajón llaman the audience participation y que es ya una tradición cada vez que esta película de culto se emite en las salas de cine de medio mundo. Para conseguirlo, la gente recibirá kits preparados con todo lo necesario para interactuar. “Era una vieja aspiración y por fin vamos a materializarla”, subraya el organizador. A las diez, tras la catarsis, se ofrecerá el cóctel especial Sangre de muerto. Y a las once, habrá una aterradora sesión con el propio Doctor Frank N Further como DJ.

Otro local que no faltará a la cita con la noche de los muertos vivientes será el Tovas Tabern, que ha preparado “una fiesta con disfraces y regalos”. El dueño, Sergio Simón, no quiere adelantar nada más. “Es sorpresa”, apuntilla. Los clientes habituales pueden imaginarse, en cualquier caso, cómo transcurrirá. Desde que este bar de la calle Gorbea abrió sus puertas en el año 2002, siempre ha rendido culto a Halloween. “A la gente le gusta aprovechar momentos así para hacer el tonto”, reconoce. Y no van a ser los hosteleros los que desaprovechen la oportunidad. En Zabalgana, Bon Mainton ya tiene preparado su particular truco o trato para niños y mayores, y un destornillador Premium terrorífico con vodka Svedka por sólo 4,95 euros, gratis para quienes traigan consigo una calabaza. “Ya sabemos que celebrar Halloween aquí es como si en Wisconsin bajasen de romería por el Mississippi con el Cristo de los Faroles, ¿pero y lo bien que nos lo pasamos?”, bromea Arrate, su incombustible propietaria. También en el New Kingston, en Nueva Dentro, tienen prevista “una noche de miedo con premio al mejor disfraz”. Aunque la tradición de reinventarse por un día no es todavía tan fuerte como en Carnavales, es probable que se vean unos cuantos personajes venidos de otro mundo a lo largo de la jornada. El rito de caracterizarse va cada vez a más.

La Casa de las Fiestas, meca del disfraz en Vitoria, ha sido esta semana un no parar. El maquillaje en todas sus versiones terroríficas se ha convertido en el producto estrella entre los jóvenes, protagonistas de la noche, y cada vez es más atrevido. Hace unos años, los clientes sólo solicitaban sangre. Ahora, piden material para construir piel colgante o putrefacta. Los disfraces -de brujas, hombres lobo, dráculas, zombies...- son sobre todo cosa de niños, que en esta jornada suelen disfrutar de fiestas monstruosas en los colegios. Hasta el Ayuntamiento de Vitoria se ha apuntado a la moda de Halloween con alternativas de ocio para los más pequeños. En el centro cívico de Judimendi, los txikis de cuatro a ocho años podrán preparar su disfraz. En Abetxuko, los de nueve a doce aprenderán técnicas de maquillaje. Y en el de Lakua, habrá talleres de manualidades para construir una casa encantada, engendrar murciélagos como mascotas, fabricar insectos comestibles o ayudar a las arañas a hacer sus trampas mortales. Miedo convertido en diversión que incluso rodará sobre patines por toda la ciudad, con la sobrecogedora procesión de la asociación Gaubela.