las ambulancias son una fuente inagotable de historias truculentas, divertidas, sorprendentes y en algunos casos increíbles, con finales felices y otras veces todo lo contrario. Este pasado domingo, los exteriores de la nueva estación de autobuses de Vitoria fueron escenario de un episodio digno de una película dramática aunque, por fortuna, con el mejor epílogo posible. Sólo un capítulo más de las decenas que se suceden a diario tanto en las calles de la ciudad como en la zona rural del territorio. Una joven de 28 años que estaba a punto de dar a luz y fue recogida en su domicilio para ser trasladada a Txagorritxu a toda velocidad no tuvo más remedio que parir en la propia ambulancia que la atendió, la unidad 120-1ª de la Cruz Roja, cuando ésta pasaba por delante de la futura terminal, en Bulevar de Euskal Herria.

Ángel, su conductor, se echó a un lado de la calzada ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos y Asier, el operario que le acompañaba, hizo el resto. Con el apresurado bebé y la madre en perfecto estado, el vehículo retomó la marcha para emprender los escasos metros que les separaban del hospital. Allí, los médicos tuvieron el simpático detalle de dejarle cortar a Asier el cordón umbilical. “Había roto aguas en el domicilio y la trasladábamos al hospital, pero tuvimos que parar”, recordaba este pasado lunes el protagonista de esta historia en declaraciones a este periódico. “En realidad ha sido mi segundo parto en estas circunstancias. Ya sabía cómo iba a ser y además ella no estaba muy nerviosa”, añadía.

DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA ha reunido a tres veteranos profesionales del sector de las ambulancias con decenas de historias sorprendentes a sus espaldas que demuestran que, en no pocas ocasiones, integran un gremio de alto riesgo. “Siempre decimos que tendríamos que escribir un libro, pero pasa el tiempo y muchas cosas se olvidan”, reconoce Toño Gacho, conductor de ambulancias con casi 18 años de experiencia. Actualmente, este profesional trabaja para la UTE Emerbask, que se encarga del transporte urgente en el territorio alavés. “Hay historias negras, amarillas, rosas... De todos los colores”, reconoce entre risas.

Las dos primeras que relata, y que precisamente no fueron motivo de mofa cuando las vivió en sus carnes, son de la tonalidad más oscura. Gacho era voluntario de la DYA cuando, en una ocasión, su turno recibió el aviso de que un chico se había lanzado a las vías del tren a la altura del puente de las Trianas. Lo que parecía un intento de suicidio era, si cabe, un episodio todavía peor, ya que esta persona la había emprendido antes a martillazos contra su hermana y su cuñado en el domicilio familiar. “Nos encontramos la casa como una película de terror, con todo salpicado”, relata. Todos acabaron en el hospital con distintos traumatismos y los sanitarios, incluso, escoltados por la Ertzaintza. Aunque, sin duda, la situación que más miedo ha producido a este trabajador acaeció un tiempo después en Durana, a donde se desplazó para atender un posible infarto. El supuesto enfermo, que no se encontraba en sus cabales, amenazó a los profesionales con una navaja y tanto Gacho como sus compañeros se vieron empujados a escapar saltando a la calle desde una ventana. Por suerte, el primer piso no era demasiado alto.

En el capítulo de historias más amables Gacho recuerda la que protagonizó un hombre que llegó a casa con tal estado de embriaguez que su familia pensaba que estaba sufriendo un ictus. “Iba arrastrando un pie y acabó tumbado en la cama. Cuando llegamos, nos dijo que se había tomado varios whiskys y nos quería invitar a nosotros”, relata el profesional. En otra ocasión, tuvieron que acudir a un conocido hotel de la ciudad para atender a un cliente de 45 años que se encontraba “malísimo” y al que la habitación le daba “vueltas”. Era su primera borrachera, así que los sanitarios, tras tranquilizarle, simplemente le recomendaron tomarse una aspirina a la mañana siguiente para que no le doliese la cabeza. Gacho también recuerda cuando tuvieron que atender a una mujer que sufrió una tremenda intoxicación de pastillas porque se las recetaron “por vía oral” y ella pensó que debía tomarse una cada hora.

testigo de la muerte Jagoba Udaeta es otro veterano conductor que actualmente presta sus servicios para Emerbask y que también ha vivido en sus carnes varias historias de las que no se olvidan. De hecho, hace un año comenzó a recopilar a modo de diario todas las anécdotas que le sucedían en el ejercicio de su profesión, aunque debido a la ajetreada actividad a la que debe enfrentarse habitualmente cejó en su empeño. “Tenía muchas ganas, pero hay que ser constante y este trabajo no te lo permite”, confiesa.

Si tiene que recordar un suceso por encima de los demás en 18 años de labor, Udaeta no tiene ninguna duda. “Nunca olvidaré el 2 de junio de 2007 a las 13.30 horas, en la calle Antonio Machado. Una mujer a la que hirieron con un punzón murió en mis brazos”, recuerda el profesional, aludiendo al trágico asesinato de Asun Villalba a manos de su pareja, que convulsionó a toda la ciudad.

Udaeta también ha protagonizado varias historias con final feliz, como el nacimiento de otro de esos bebés precoces en un piso del barrio de Zaramaga. Al llegar a la vivienda, la pareja de la madre avisó a los sanitarios desde una de las ventanas de que la criatura “ya estaba asomando la cabeza”. Tras el sprint escaleras arriba y la atención realizada a la parturienta, todo salió bien, aunque no sin apuros. “El crío se quedó un poco atascado y al principio le costaba respirar. Después llegó la ambulancia medicalizada y se hizo cargo”, recuerda el conductor.

Con todo, si tiene que destacar una de esas historias surrealistas Udaeta se detiene, sin duda, en la que pasó de ser sanitario a paciente. Sucedió cuando iban a atender a una persona herida en la calle y, al descender de su puesto de conductor, lo hizo con tan mala pata que acabó cayendo él mismo al suelo y retorciéndose el tobillo. Otra ambulancia tuvo que llegar al lugar y colocarle una férula. La cosa no quedó ahí, porque un despistado vecino que pasaba por allí le preguntó al joven, seguro que con la mejor de sus intenciones, si estaban realizando un simulacro.

Udaeta reconoce que tanto él como sus compañeros, en ocasiones, se sienten “indefensos” cuando van a asistir a personas que han bebido demasiado o tienen un comportamiento agresivo. “Dicen que es la orden del día, pero vaya orden del día...”, lamenta el profesional. “Muchas veces sí que es una profesión de alto riesgo, porque no sabes lo que te vas a encontrar. Igual te avisan de que alguien está durmiendo en un banco, pero se está echando la siesta tranquilamente y luego arremete contra ti”, reconoce por su parte Gacho, que también señala a la población adolescente ebria como una fuente habitual de conflictos.

Con 21 años de experiencia en el sector, Blanca Iglesias también tiene un buen puñado de historias sorprendentes en la retina, aunque reconoce la dificultad de acordarse de la mayoría sin un concienzudo guión previo. Aunque al igual que sucede con sus compañeros, las hay que no se olvidan fácilmente.

En el plano “irrisorio e incluso vergonzoso”, esta técnica de emergencias destaca un rescate a un ciclista que sufrió una caída en el monte Gorbea mientras practicaba BTT. Pese al alto coste que tiene movilizar un helicóptero de rescate, en esta ocasión no se presentó uno en el lugar del aviso, sino dos, tanto el de Osakidetza como el de la Ertzaintza. Incluso se produjo un pequeño rifirrafe entre los sanitarios y los miembros de protección civil para hacerse cargo del herido, que finalmente fue trasladado en el vehículo más preparado en medios humanos y materiales, el del Servicio Vasco de Salud, ante la gravedad que podía presentar.

Iglesias también recuerda el parto de otra criatura antes de llegar al hospital, un suceso que bien les valdría una medalla. “Gracias a Dios todo salió bien. El bebé pesó cuatro kilos y los médicos nos dijeron que en circunstancias normales hubiese necesitado cesárea”, recuerda la profesional. Otro final feliz, de esos que reconcilian a un trabajador con su labor.