Txiki escudriña el entorno con desconcierto. El campo por el que tantas veces corrió se ha vuelto cemento. Hace semanas ya que no siente la caricia de la mano que le cuidó a lo largo de once años. No sabe que su familia tuvo que abandonar el pueblo por contratiempos económicos y que lo dejó en el centro de protección de animales de Vitoria. Tampoco que esas nuevas caras que ahora le dan de comer, lo bañan y pasean están buscándole una casa de acogida. Ni que, como él, hay otros siete colegas de cuatro patas que requieren una. Para desgracia de todos ellos, de momento tendrán que esperar. La cartera está ocupada. Por eso, los trabajadores que los atienden de forma voluntaria en la perrera municipal han decidido hacer un llamamiento público. Más que nunca, por culpa de la crisis, resulta especialmente acuciante la búsqueda de personas que quieran acoger animales de manera temporal, mientras aparece un adoptante definitivo. "Nuestra labor es como una montaña rusa. A veces hay hogares suficientes. A veces hacen falta más. Y ahora estamos en uno de esos momentos de necesidad", afirma uno de los fundadores y socios de Apasos, Martín Martín Molinero.
En muchas ocasiones, la asociación se encuentra con animales que, por sus características, deberían de ser atendidos temporalmente en domicilios en vez de continuar en la perrera hasta encontrar un adoptante. En esa lista aparecen mascotas enfermas y que necesitan medicación, hembras embarazadas que parirán pronto, cachorros que necesitan ser alimentados con biberón, animales en proceso postoperatorio, muy ancianos ya o con problemas de sociabilidad. Para todos ellos, las casas de acogida juegan un papel clave en su recuperación. Está demostrado que un ambiente casero les ayuda a reponerse más rápidamente de sus dolencias, a superar con mayor facilidad sus problemas de comportamiento y a aprender a vivir en familia. Cuando finalice el proceso, rebosarán salud. A veces lo conseguirán en semanas. En otros casos, ese periodo de tránsito durará unos cuantos meses.
Las personas que quieran ofrecer sus domicilios a la causa pueden escoger el tipo de mascota del que deseen hacerse cargo, en función del tiempo de que dispongan y sus preferencias. Perros grandes o pequeños, enfermos, gatos ancianos, cachorros... Por desgracia, hay donde elegir. También hay más demanda que oferta. "No resulta tan fácil ser una casa de acogida. Es una gran labor en la sombra", reconoce Martín. Hay hogares temporales que se enamoran irremediablemente de las mascotas a las que cuidan y deciden adoptarlas de forma definitiva. Esa alternativa siempre está encima de la mesa y Apasos la consiente, pero conlleva un cierto perjuicio. "Los que se quedan un animal y sobrepasan el límite de dos ya no pueden ser casas de acogida", explica el voluntario de la asociación, "por lo que lo mejor que les puede pasar a las mascotas que llegan al centro de protección es que las casas de acogida lo sean siempre". En ese mundo perfecto, perros y gatos dispondrían de forma continua de ambientes caseros con experiencia. No obstante, en Apasos entienden a aquellas personas que se encariñan y rompen el ciclo natural de esta iniciativa, como también comprenden a quienes acaban solicitando un respiro. Ejercer como hogar temporal conlleva "un gran desgaste psicológico", aunque también la recompensa acaba siendo fantástica.
Ayudar al débil y vivir su evolución siempre ha resultado gratificante. Y no hay eslabón más desvalido que el que forman los animales de compañía al final de la cadena. Las mascotas se han adaptado a las apreturas económicas de sus dueños, hasta que han acabado pagando la crisis que los humanos crearon. "Por eso, aunque tenemos trece casas de acogida, necesitamos más", insiste Martín. Romina se lo pondría fácil a cualquier cuidador. Es una espagneul bretón de once años buena, simpática y cariñosa. Su pecado fue no poder ejercer ya como avezada cazadora. Los voluntarios de la protectora se la encontraron hace solo un mes, abandonada "como un trapo viejo". Ahora buscan para ella un hogar de acogida. En la lista de Apasos aparece dentro del apartado de mascotas ancianas. Una categoría que comparte con Txiki y con Ortzito, un perro mestizo de doce primaveras al que descubrieron, desorientado y cojo, en pleno campo. "Le cuesta ponerse de pie y ve mal", reza su descripción. Es todo amor.
Neggu tiene sólo un año. Lleva un mes en la perrera y ya ha enamorado a sus cuidadores. Es mestizo, menudo y simpático. Los voluntarios de Apasos se lo encontraron en el interior de un colegio, abandonado a su suerte, con problemas de piel. Le pelaron y lo trataron, pero convendría que residiera en una casa de acogida para su perfecta evolución. También Biko necesita el calor de un hogar. Sus dueños se rindieron en agosto del año pasado, cuando apenas sumaba diez meses. No se veían capaces de lidiar con él. Decían que era muy nervioso. Desde entonces, vive en el centro de protección de animales. Y siempre se ha mostrado muy sociable con sus colegas de cuatro patas. Una familia temporal sería el broche perfecto para su adaptación al entorno humano. Es mestizo, grande, de brillante pelaje negro, con una acolchada mancha blanca debajo el cuello.
Thori ha tenido una vida perra. Los voluntarios se lo encontraron en junio del año pasado en el vertedero, atrapado por una jaula-trampa. Mestizo y de tres años, daba la sensación de no haber tenido nunca contacto con el ser humano. Huía de los trabajadores. Todavía es esquivo. Y no sabe andar con correa. Su mirada refleja demasiado dolor. Sin embargo, quienes lo han cuidado hasta ahora aseguran que es "muy bueno y honesto". Sólo necesita confianza, paciencia y cariño. Como Seur. De cabeza rubia y cuerpo blanco, ligero y ágil, lleva desde marzo de 2012 en el centro de protección de animales. Los trabajadores lo descubrieron abandonado en el monte cuando era un pequeño mestizo de un año. Se encontraba asustado, pero congenió con el resto de compañeros inmediatamente. También es sociable, pero terriblemente, Milano. Hace once meses que vive en la perrera, desde que alguien decidió que era un estorbo en su vida. Vagabundeaba por la carretera antes de que fuera rescatado de un más que seguro accidente. Quienes lo cuidan aseguran que es "simpático, majo, bueno y juguetón", perfecto para cualquier amante de los animales.
Las personas interesadas en acoger a cualquiera de estos animales o a otros que estén por llegar a Alto de Armentia pueden ponerse en contacto con Apasos a través de distintas vías. Si están interesados en algún perro, deberán llamar a los números 667.81.76.50 o 672.642.711. Si prefieren un gato, como Nora y sus dos cachorros recién nacidos, también a la espera de un hogar temporal, el teléfono es el 657.89.61.64. También existe la opción de escribir un correo electrónico a la dirección apasosvitoria@gmail.com. En todos los casos, hay que completar la solicitud con el número de referencia de la mascota en cuestión. Los códigos aparecen en la página web de la asociación junto con fotografías de cada uno de ellos, vídeos en algunos casos, y una descripción que incluye datos como el nombre, la edad, el sexo, dónde fueron encontrados y sus características.
Acoger a un animal es beneficioso para el destinatario de las atenciones, pero cuidar de él también favorece a quien lo hace. Los expertos aseguran que puede considerarse, incluso, una medicina preventiva física y psicológica. Numerosos estudios han demostrado que al acariciar a un perro o un gato se reduce la tensión arterial, a la vez que se produce un efecto relajante en el organismo humano. También disminuye el sentimiento de soledad: su presencia constante hace que las personas se sientan más confiadas, seguras y protegidas. Su compañía también estimula el contacto físico y la comunicación. Casi todos los dueños le hablan a su mascota y la conversación resulta más relajante debido a una sencilla razón: los animales no juzgan a las personas. Además, se incrementa la autoestima. Los cuidados que demandan las mascotas reducen los tiempos de ocio, haciendo que el propietario se sienta útil, mientras se gesta una estrecha relación entre los dos basada en el intercambio de cariño y de emociones. Un análisis recientemente publicado asegura que, incluso, tener un animal puede reducir el riesgo de enfermedades del corazón. Por qué todavía no está demasiado claro.