vitoria

El culebrón eléctrico montado a cuenta de la subida de la luz ha incorporado un nuevo personaje: Garoña. Y el guión no es nuevo. Ya en 2007, en un momento clave para el devenir de la central nuclear, los defensores de su continuidad alertaron de que el cierre incrementaría la factura de los hogares en un 10%. El paso del tiempo echó por tierra la teoría, porque el recibo creció desde entonces un 66% mientras la planta atómica seguía funcionando. Los ecologistas, sin embargo, andan preocupados estos días por la posibilidad de que el Gobierno central recupere el argumento para allanarse el camino ante la cada vez más evidente intención de devolver a la vida la infraestructura, inactiva oficialmente desde el pasado mes de julio, con una prórroga por veinte años. En plena crisis, una estrategia que ahonda en el desasosiego de tener que pagar más por un recurso que es imprescindible tal vez podría funcionar y diluir el rechazo popular al mantenimiento de Garoña. O quizá no. DNA ha salido a la calle para confrontar opiniones y todos los vitorianos entrevistados dejan claro que no están dispuestos a caer en conjeturas porque tienen la seguridad de que, con o sin central, la luz será cada vez más cara.

"Sólo en lo que queda de año, va a haber muchas más subidas, seguro", alerta Jose Mari de Las Heras, visiblemente enfadado por la impotencia. "Van a hacer lo que les dé la gana porque tienen la sartén por el mango y nadie les puede parar los pies", continúa, en referencia al Gobierno central y las compañías eléctricas. Hace tiempo que este gasteiztarra perdió la confianza en las altas esferas y el remate lo han puesto la polémica subasta energética, su posterior invalidación y la supuesta salvación en forma de incremento del 2,3% en el recibo de enero. A su juicio, "todo es un negocio facilitado por los políticos para chuparnos la sangre a los contribuyentes". Por eso, Jose Mari no cree que la apertura de Garoña pudiera suponer una reducción en la factura. Y aunque lo hiciera, "que lo dudo", es de los que piensa que la central nuclear debe cerrar para siempre. Le da miedo y reconoce abiertamente su sentimiento de inseguridad dado lo cerca que está.

Garoña fue diseñada en los años sesenta del franquismo, una época en la que el símbolo de la alta tecnología era el Seat 600, y ya ha superado la vida máxima estimada para una central nuclear. "Es muy antigua y, visto lo que pasó en Fukushima, cualquier día pega un reventón y nos vamos a freir espárragos", alerta el vitoriano, deseoso de oir un día la noticia de su cierre definitivo. Mari Carmen Presa y Carlos Sáenz también son firmes defensores del cierre de la planta atómica por seguridad. Los dos recuerdan cómo "cada dos por tres salían noticias en los medios de comunicación sobre fallos y pequeños accidentes, y probablemente había muchos más que no llegaban a trascender". Por eso no entienden cómo el Gobierno central apuesta por su continuidad cuando "existen otras alternativas mucho más seguras y limpias", a no ser que con su decisión pretenda dar rienda suelta a intereses económicos de las compañías dueñas de la instalación.

Los datos publicados a lo largo de los últimos años por asociaciones ecologistas advierten de que la contribución energética de Garoña apenas alcanza el 2% del total de electricidad generada en el Estado. Con una aportación tan baja, este matrimonio duda de que la factura de la luz pudiera subir un 10% si la central dejara de funcionar. "Y si abre otra vez y sigue incrementándose... Eso sí que sería malo", apostilla Pascual Hernández. Este vitoriano admite que hasta la agónica sacudida de Fukushima no había pensado mucho en "los riesgos de tener tan cerca una central nuclear", pero al tomar consciencia de la situación ahora siente un "cierto respeto" por vivir a poco más de cuarenta kilómetros de una planta atómica que los ecologistas bautizaron como la de las mil grietas. Por eso, él apuesta abiertamente por el cierre. Que la factura de la luz pueda seguir subiendo lo tiene asumido. "Lo de diciembre fue un tinglado y está claro que la presión va a seguir aumentando", apostilla.

El único margen de maniobra del que disponen los ciudadanos ante el consumo de electricidad es el de gastar la mínima posible para cubrir sus necesidades. Y Pascual lo explota al máximo poniendo en práctica todos los remedios habidos y por haber. "Pero más ya no puedo ajustarlo", reconoce. "Yo todavía no he calculado cómo me va a repercutir la subida en la factura, pero tengo que ir mirándolo porque con esta gente...", señala Xabier Pérez, otro vitoriano que tiene claro que el incremento del 2,3% es sólo el primero "de muchos otros", independientemente del devenir de la central nuclear. "Y Garoña lo que tiene que hacer es cerrar definitivamente", apostilla. Él es de los que siente miedo por tenerla tan cerca. Además, considera que la planta "está sobradamente amortizada", por lo que no debería existir ningún obstáculo que impidiese su clausura. Ni siquiera el que amenaza con cientos de puestos de trabajo perdidos. Son muchas las voces que aseguran que desmantelar la infraestructura generaría en realidad más empleo y, para cuando esa labor estuviera acabada, podrían "estar en marcha energías alternativas" más seguras y con un mayor peso dentro del sistema estatal eléctrico.

Rosa Mari y María Jesús Ortiz de Zárate, hermanas bien avenidas, dudan de que la luz deje de encarecerse o no lo haga a pasos tan agigantados. "Lo más probable es que no pare, porque está subiendo todo y la luz muy especialmente", señalan. No obstante, ellas tienen la sensación de que cada vez se consume más electricidad y de que no es tan fácil encontrar alternativas, por lo que les cuesta posicionarse sobre la planta atómica. Hasta que lo hacen. "Bueno, si no es segura, lo mejor es que cierre". ¿Y a ustedes les parece que lo es? "No tiene pinta porque acumula ya muchos años", apostillan. De hecho, Garoña tiene el dudoso placer de ser la central nuclear más vieja del Estado, lo que no quita para que se esté buscando su reactivación.

El ministro de Industria, José Manuel Soria, desveló hace tres meses que el Ejecutivo al que pertenece está estudiando medidas para ampliar la vida útil de todas las plantas atómicas de 40 a 60 años. La Red de Defensa de la Tierra, Lurra, tiene claro que Garoña abrirá, ya que si cerró en diciembre de 2012 fue "para no pagar la gestión de sus propios residuos" debido a que la nueva legislación que le obligaba a ello entraba en vigor en enero de 2013.